LA NACION JUEVES 21 DE JULIO DE 1955
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Estamos junto al recuerdo de la
pintura de Flora Amighetti, y frente a un paisaje de montañas azules y un
cielo lluvioso, del que emergen como fantasmas, las siluetas de algunos
árboles. Nos
adueñarnos de las imágenes y les damos vida en nuestra emoción
artística, y formamos una realidad, una creación muy nuestra porque la
imaginamos. Buscamos llegar a la pintura la emoción que ésta nos produce; y cuando recordamos a Flora Amighetti, la vemos siempre ansiosa de la nueva forma, en lucha con el trabajo y la creación artística, dentro de su mundo imaginativo, tan real y verdadero, que ya da frutos de excelente calidad.—
Es la pintura de Flora Amighetti, una pintura subjetiva. El paisaje nos sugiere un trópico sin sol, húmedo y poblado de soledad y en él, los árboles y los hombres las plazas desiertas y el fondo de montaña, conversan humildemente, simplemente, con la tristeza ambiental.
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En un artículo sobre la escultura de
Henry Moore, hay unas líneas, que dicen de la extraña afinidad entre la
más sutil de todas las artes, la poesía, y la más sólida de ellas, la
escultura y creemos que la pintura, es un puente de finas líneas y
colores entre estas dos manifestaciones de arte; la pintura tiene la
etérea condición de la poesía y la solidez de la escultura en su
estructuración técnica. Ninguna do ellas, puede desprenderse del cordón
umbilical que las hermana, el dibujo; el dibujo que es la madre común de
toda obra de arte, ya sea de masas sólidas como en la escultura, o
pinceladas fragies como en la pintura.
Cuando queremos comprender por la emoción, la belleza que encierra una
obra de arte, tenemos que situarnos en un plano de íntima sinceridad en
relación con el artista y la obra admirada, dejar toda materia impura
Que pueda obscurecer nuestros sentimientos críticos, y buscar la esencia
creadora para formarnos un criterio preciso y claro.
Flora Amighetti es una trabajadora consciente de su arte. Sigue la
segura ruta que le dicta su destino de artista, formando su mundo
imaginativo, expresando su ser angustiado por la aventura del arte, por
los caminos caminos del óleo, la acuarela, el dibujo y el mural y es
esta última manifestación la más atrevida de todas, en la quo se destaca
como iniciadora, junto a la pintora Margarita Bertheau y Francisco
Amighetti. El ¿?moral es la obra como dice el poeta Carlos Pellicer, se
raliza en escala heroica, y es sin lugar a dudas México, el país en que
éste ha tenido su renacimiento. En nuestro medio ya comienza a frutecer,
por la tenacidad y férrea voluntad de este grupo de pintores que buscan
realizar su vocación artística, expresándola en formas y contenidos
diversos dentro de nuestro medio, tan hostil a las artes. Nuestro país
no ha podido todavía deshacerse del todo de la pobreza económica en que
vivió durante la colonia y que le formó un espíritu pequeño; utilitario
y mercantilista y que para desgracia de nuestro pueblo, todavía
extrañamente se refleja en nuestra exigua vida artística e intelectual. El muralismo en Costa Rica puede alcanzar éxitos insospechados, si éste u otro grupo de artistas pintores entusiastas, se proponen la conquista de los lugares apropiados para la pintura de murales, como lo hicieron después de la revolución, en México, los hoy famosos pintores Diego Rivera, Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y muchos otros más que van destacándose en la vida artística de esa gran nación.
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