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Rogelio Sotela Bonilla  

 

   

Del libro:

  1920 – Valores literarios de Costa Rica.    

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José Mariah Alfaro Cooper


IMAGINAOS a Walt Wihtman con todos sus años visibles en las canas, corriendo por entre las avenidas de un parque con un niño alzado en hombros. Así conocí una mañana a este poeta amable que a pesar de sus años es jovial como un patriarca bíblico. Bastaría relatar esa escena para definir a José Mariah Alfaro Cooper. Pero como importa conocer algunos detalles de la vida de estos viejos artistas que invocaron los primeros a Polimnia en Costa Rica, será útil consignar lo que sepamos.
Nació Alfaro Cooper en 1861 en San José, no siendo por tanto, como creen algunos, nativo de Cartago. Desde su infancia venia cumpliéndose cierto designio para amasar su alma lírica llena de fe.
A los tres años muere su madre y a los doce le falta también su padre, el Licenciado don José" Joaquín Alfaro Sandoval, republico admirado siempre, que ocupo con dignidad varias veces la Magistratura de Justicia. En el tiempo de nueve años que vivió solo con su padre fue mimado de su abuela que vivía del producto de un molino de trigo en las afueras de la ciudad. Aunque enfermizo, su vida de libertad en el campo le daba un vigor sano a quien luego debía ser, por el ejercicio constante, colegial temido de bíceps de acero, A los doce anos ya vivía en Cartago donde estudio en el Colegio de San Luis Gonzaga de los señores Ferraz. Luego vuelve a San José a estudiar Derecho, pero no continua el curso porque una seria enfermedad lo obliga a salir para Europa en 1885. Ya había dado sus frutos en versos melancólicos y amatorios del 80 al 83. Desde esta época, en la cual se hizo sentir como cantor sincero de las cosas del sentimiento, no volvió a escribir versos hasta veinte anos después, en 1904, cuando la musa del hogar rompió ese silencio y lo hizo cantar para su compañera y para sus niños «de pies rosado. Las áureas cuerdas de la lira del hogar tuvieron en sus manos sones armoniosos y delicados.
La revista de García Monge, Ariel, publica en 1912 su primera colección de versos y en 1914 se insertan en los Anales del Ateneo todas sus poesías. De estos versos que el llamo Moldes Viejos, hablaron entonces con entusiasmo Billo Zeledón y José Fabio Garnier, quien reñri6 a propósito del poeta aquella parábola sugestiva que a orillas de la laguna veneciana le dictara una amiga acerca del cisne que comía estrellas. Y esa alegoría popular en la bella Italia la re-cuerda para Alfaro Cooper que acostumbra a salir de la soledad en que vive para bogar como el cisne de la parábola en un lago de luz blanca y hundir en el agua el pico de ágata para sorber estrellas. Ya habían hablado de el con cariño: el doctor Machado, guatemalteco ilustre que viviendo en Costa Rica muchos anos impulse su cultura y le dio prestigio: don José Mariah Solano (Pascual), periodista de grata recordación en el país, y don Cesar Nieto, el culto español costarricense.
Una característica de Alfaro Cooper es su excesiva modestia, que nosotros reprobamos. Su ideal ha sido vivir tranquilo, poseer algunos libros y estar en el campo. Tiene la vanidad de ser humilde, le disgusta la vida social y no soporta los convencionalismos. Es, pues, lo que parece: un hombre sincere. Cuando es-tuvo en Amberes, don Manuel Mariah de Peralta le ofreció ser miembro de una renombrada sociedad literaria y le contesto que tanto valía hacer ese honor a un costal de café pues que el no era literato. Sin embargo, su cultura es apreciable, traduce de varias lenguas, entre otras, del alemán y del ruso, y ha viajado por Bélgica, Suiza, Alemania, Italia y España.
Como Director de la Estadística, puesto que ocupa actualmente, su labor ha sido meritoria, sobre todo en los once Anuarios que lleva escritos.
Fue en su juventud maestro de escuela en San Pedro del Mojón y luego Profesor en el Colegio que fund6 don Leopoldo Montealegre y en el Instituto Americano que dirigió don Juan Ferraz. Después ha servido en distintos puestos de confianza, haciéndose notar su espíritu de orden y su cordialidad ingénita.
El proceso moral suyo seria importante consignarlo por el aspecto místico de su obra: fue educado en la severa practica de la religión católica con los reverendos padres de la Compañía de Jesús, pero de joven influyeron sobre el las ideas liberales del ambiente, sobre todo las que difundiera entre nosotros el doctor Zambrana y las lecturas de Víctor Hugo, Voltaire, Pelletan, etc. Pero siempre deseaba creer y buscaba con fe el regazo religioso. Leyó obras espiritistas y asistió a reuniones en casa de don Buenaventura Corrales; concurri6 a la Sociedad Teosófica, y por último volvió de donde había salido. Hoy se ve que su tranquila vida esta a la sombra de ese velamen tibio del cristianismo que a el lo conforta y lo estimula, tanto, que prepara la obra más extensa y más seria que se ha ensayado en Costa Rica: La Epopeya de la Cruz.
Ese mismo ardoroso sentimiento hizo que obtuviera una medalla de oro como primer premio a su himno en el Concurso del Congreso Eucarístico de 1913.
De su vida puede hablarse extensamente para enseñar en todo momento a un hombre franco, espontáneo, que no tiene hoy más anhelo que el de su familia y el de Dios. Pero lo que hay en el digno en verdad de hacerse notar es esa obra en verso que prepara sobre la vida de Jesús, de la que lleva escritas más de doscientas páginas en la Divina Infancia y otras tantas sobre la Vida Publica del Salvador.
Su proyecto de esta obra es admirable; sorprende que sienta energías para emprender obra de tal magnitud. Y tanto mas apreciable es su esfuerzo si se piensa que no labora para hoy, que consume sus anos que le restan en la realización de un poema augusto que cante la vida de Jesús el Maestro.
Pasan siglos como días y la Musa Cristiana siempre tiene sus mas puros acentos; la historia del mundo se llena con la historia de la religión desde las Nueve Musas del bien llamado padre de la Historia, pasando por los latinos de las Décadas y de los Ana/es, hasta Chateaubriand con su libro del Genio o Didon con su bella apología. Y es que existe en todos los tiempos de la humanidad la misma inquietud espiritual, ya sea en el politeísmo heleno, ya sea en la idea única del Dios-Cristo.
¡Divina idea la de este poeta que le hará trabajar con amor sagrado! Divina inspiraci6n la suya al acometer tal obra, pues la muerte lo sorprenderá un DIA inclinado sobre las paginas de la cristiana epopeya como sorprendi6 a Juan de Segovia sobre el asa del jarrón que miniaba.
Laborar es orar, dice el proverbio latino; y hache se cumple porque orando labora. Al trabajar en este libro, trabaja Alfaro Cooper para la posteridad. Su obra tiende las alas hacia lo más alto y quiere hacer lo que no se ha hecho en poesía: cantar al Redentor en todos sus divinos pasos.
La Crisíiada de Hojeda, la Mesíada de Klopstock, Las Mujeres del Evangelio de Larmig, son bellas obras cristianas que refieren algún aspecto de la vida de Jesús, pero Alfaro Cooper quiere ir más allá: quiere referir todos los aspectos.
Para esta obra, es natural, ha pasado algunos años documentándose y estudiando en todas las fuentes posibles. Pero si, como dice Swedenborg, a las cosas humanas hay que conocerlas para amarlas y a las cosas divinas hay que amarlas para conocerlas, este poeta, por el amor, comprende la epopeya cristiana.
Esa descripci6n de Jesús que insertamos en el libro es admirable por su exactitud y por su pureza; la damos como bella primicia y para que se tenga una idea del libro.
De su verso clásico no decimos mas que cumple su misión dentro de las ideas estéticas que tiene el poeta: no es el amigo del modernismo y tiene arraigos hondos con esa escuela que ya va desapareciendo. Por eso, a veces se llaman fríos a sus versos, porque se encuentra en ellos cierto espíritu arcaico que no amolda con lo actual. Pero axial y todo, su obra inédita escrita en varios metros, será leída con deleite y se admirara siempre en ella ese espíritu idealista que la anima, esa visi6n celeste que la crea y que recuerda la expresión de Milton: «No veo mas que a Dios, El con sus alas cubre mis ojos... No veo mas que a Dios!»

 

 


De José María Alfaro Cooper
(Fragmento de La Epopeya de la Cruz).


En la compacta muchedumbre viene
Un hombre de belleza peregrina:
Humilde porte y majestuoso tiene,
Graciosamente la cabeza inclina
Mientras marchando va; si se detiene
la dulce luz de su mirar fascina;
con su rizada, rubia cabellera
sus hombros cubre, cual si manto fuera.

Reposado el andar, alta estatura,
pálido rostro y ojos seductores
que abrillantan su c61ica hermosura
y despertando van castos amores;
sobre su faz encantadora y pura
nimbo invisible vierte resplandores
y quien no tenga el alma encenagada
ira tras el fulgor de su mirada.

Viste una larga tunica, ceñida
a la cintura, al uso nazareno,
su pie desnudo en la sandalia anida
que le libra de injurias del terreno;
la frente ni orgullosa ni abatida
es como un cielo límpido y sereno
y su cabeza siempre descubierta,
respeto, amor y admiración despierta.

Correcta su nariz, su boca bella
deja caer la frase que enamora
y con divina excelsitud destella
en el fondo del alma pecadora;
su mano larga y delicada, en ella
el perdón hallara quien se lo implora;
su barba fina, rubia y abundante
completa su hermosísimo semblante.
 

   
   
   
   

 

   

 

   

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Revisado el: 08/31/13 10:02:25 AM.

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