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LAS EXPOSICIONES
DEL “DIARIO DE COSTA RICA”
(1928-1937)

Al amigo
DR. JAIME GARCÍA GONZÁLEZ
Buen y leal amigo

“He aquí la proyección de uno de los esfuerzos del Dr. Enrique Loudet a quien Costa Rica debe los supremos negocios del Espíritu, los perdurables y creadores y a sus empeños idealistas, algunos puntos de visita, ángulos de cultura: las avenidas historiadas, monumentos, libros, arte. Gracias a sus empeños, una generación de artistas pudo definir nuestro quehacer artístico”, señaló don Joaquín.

I

EN 1928, el entonces representante diplomático de la república de Argentina, doctor Enrique Loudet, organizó una mostración de pintores argentinos, entre ellos Benito Quinquela Martín, cuyos cuadros provocaron exaltaciones.
Grande fue la sorpresa que se llevó el pueblo costarricense al saber que el doctor Loudet había convencido al escritor Luis Dobles Segreda, entonces secretario de Educación Pública, acerca de la necesidad de auspiciar exposiciones de arte. Loudet le razonó que el pueblo costarricense debe saber de lo que son capaces sus creadores. En esos días, un grupo de jóvenes artistas había manifestado en el “Diario de Costa Rica” del 30 de agosto de 1927, p. 7, que: “no se avienen a vivir eternamente produciendo labor para ocultarla en cartapacios ignorados”.
A la vez, Loudet, por intermedio de su amigo y mano derecha, el caricaturista Noé Solano, aconsejó a los artistas a que lucharan por no mantener su labor oculta en pliegos escondidos.
Luego, tanto el doctor Loudet como Dobles Segreda, con la anuencia del presidente Cleto González Víquez, lograron convencer al periodista Sergio Carballo, entonces director del “Diario de Costa Rica”, que apadrinase las exposiciones de arte. Los movía cambiar los conceptos negativos que en el ambiente flotaban acerca de los artistas. Por entonces, el costarricense pensaba que los pintores eran excéntricos vagabundos y los escultores no pasaban de ser santeros... Llegada era la hora en que los artistas se encontraran a sí mismos en el contexto de su pueblo y que terminaran los tiempos de la soledad.
La exposición del “Diario de Costa Rica”, en 1928, con el caricaturista Noé Solano como comisionado, marcó un hito insoslayable.
El Premio Augusto Leguía, Gran Premio, Medalla de Oro, fue donado por Alberto Franco Guerra, ministro del Perú; la Medalla de Oro correspondiente al Premio Benito Quinquela Martín, donado por el Dr. Loudet, fue ganado por Eginhard Menghius; y Emil Span, obtuvo la Medalla de Plata en Pintura.
Otros premiados fueron,

en pintura:
Ezequiel Jiménez-Rojas, Teodorico Quirós, Rigoberto Moya, Francisco Rodríguez Ruiz, Eugenio Mercier;
en caricatura:
Noé Solano, Julio Solera Oreamuno, Francisco Rodríguez Ruiz;
en escultura:
Lily Artavia, Juan Ramón Bonilla y Ángela Pacheco;
en arquitectura:
Teodorico Quirós.

Tal éxito tuvo que dio a conocer no solo a pintores. También a dos grandes cuentistas: a José Marín Cañas y a Carlos Salazar Herrera.
En una entrevista a Enrique Echandi, a quien se le consideraba el pintor costarricense consagrado, se lee: “Ezequiel Jiménez, a no dudarlo, descuella en el paisaje”. Esta parca mención fue juicio consagratorio. El elogio que había hecho Enrique Echandi de los paisajes de Ezequiel constituyó, a la vez, factor para incitar a los jóvenes pintores a ir al campo a pintar como repetía el consejo de García Monge.
Quico Quirós, en un momento de sinceridad, me confesó que mucho le picó el que Ezequiel Jiménez fuese considerado por García Monge como “el único paisajista costarricense pues el paisaje nuestro estaba huérfano”.
Entre tanto, aún no se habían apagado los rumores que despertó la exposición de 1928, algunos jóvenes se acercaron a Ezequiel Jiménez-Rojas. Entre ellos, los pintores Teodorico Quirós y Manuel de la Cruz González y Fausto Pacheco.
Domingo a domingo solían acompañarlo en sus viajes a los alrededores de San José para pintar al aire libre. Fueron a Santo Domingo, Aserrí, el puente del Río Chiqueros en Santa Ana, Curridavá, el collado de La Carpintera... Años antes, se habían unido al magisterio de Jiménez-Rojas los pintores Tomás Povedano y Emil Span.
Desde 1885 Ezequiel Jiménez-Rojas acostumbraba ir al campo a pintar paisajes. Por tal costumbre, lo llamaban “El Plenarista”. En el transcurso de los años fue acumulando una copiosa obra paisajista. Había ido a las aldeas cercanas a San José. Captaba en sus óleos la casa de adobes de pequeños y medianos productores agrícolas.
Y esta casa de adobes, como tema central y elemento de composición y diseño, se convertiría en uno de los ejes temáticos de los pintores jóvenes quienes habían interpretado el elogio de los paisajes de Ezequiel Jiménez Rojas como un reto. El interés por el paisaje y la casa de adobes abrió camino a la generación siguiente de manera tan contundente que se hizo casi un tema obligado en la pintura costarricense, durante varias décadas del siglo 20.
Fausto Pacheco permaneció incólume pintando paisajes con casas de adobes. Hacia 1945 prefirió la acuarela para dejar un saldo enorme de obras. El grupo de pintores de la Nueva Sensibilidad, también pintaron acuarelas de paisajes con casas de adobes. Años más tarde, tanto Margarita Bertheau como sus alumnas acostumbrarían pintar abriría el camino para aportar la acuarela un rango que nunca antes tuvo en el país. Y también descolló en sus inicios Fabio Herrera. Actualmente continúa la temática Carlos Cruz.

II

Tanto revuelo provocó en el ambiente la exposición de 1928 que anunciaron que anualmente se convocaría a otros salones. A falta de espaciosas salas, se concentrarían en el foyer y otros salones del Teatro Nacional donde pinturas y esculturas competían con los plafonds, las molduras doradas y los mármoles. Se escogió el Teatro Nacional por ser el emblema de la cultura oligárquica.
El doctor Loudet se empeñó en integrar un comité que anualmente seguiría organizando las exposiciones. Los principales responsables de las primeras exposiciones fueron Noé Solano, Blanca Milanés y Gilbert Laporte.
Y, ocasionalmente, los secundaban los pintores Gonzalo Morales Alvarado, Ángela Castro Quesada y Lidio Bonilla.
Luego, en 1936 y 1937, el responsable fue Teodorico Quirós Alvarado, auspiciado por el Círculo de Amigos del Arte.
Las exposiciones eran inauguradas el 12 de octubre. Sin duda, la exposición de 1930 resultó sorpresiva pues el Lic. Alejandro Alvarado Quirós expresó: “No hay orientación temática ni estilística en la muestra”.
Puede decirse que a partir de entonces se mostró el resquebrajamiento del modelo del arte académico. La nueva sensibilidad del arte se

1. diferenció de la tradición académica de Povedano
2.afirmó una temática nacional
3.y cotizó las obras en el mercado cultural.

Hacia 1930 coexistían dos lenguajes artísticos. Estas dos concepciones del arte, antípodas entre sí, pueden ser simbolizadas en Tomás Povedano y Joaquín García Monge.

1. Lo académico. Tipificado por Tomás Povedano y Arcos. Salvo escasísimas excepciones, los artistas se aislaban en un narcisismo negándose al reclamo de la vida, a la emoción histórica, pues sus obras obedecían al criterio del “arte por el arte”. La pintura académica, es retórica y busca cualidades estéticas. Esto hacían preferentemente quienes frecuentaban la Escuela de Bellas Artes, academia enteramente de espaldas a las tendencias renovadoras de la época. Sus obras se dirigen sobre todo determinadas zonas del refinamiento de la elite social.
Desde 1897, los alumnos de Povedano seguían la copia de yesos y dibujos que poseía la Escuela de Bellas Artes, prácticamente arquetipos europeos. Y la mayoría de obras de tales alumnos eran copias de los modelos importados de Europa con paisajes de una arcadia trasnochada. Y en cuanto a modelos al natural, además del retrato, prevalecían flores, verduras y frutas, es decir, naturalezas muertas. A veces, paisajes de lagos con glorietas o con cisnes. Muchos de sus paisajes resultaban arcaicos. De ahí que en algunas caricaturas llamasen a muchas de las alumnas de Povedano “pinta almohadones y cintas” Y era notoria la ausencia de lo costarricense.
Los alumnos de Povedano formaban un grupo demoroso de romper viejas telas para quedar desnudos y bañarse en aguas americanas. El mito de la blanquitud del tico les deba vida. Quienes frecuentaban la Escuela de Bellas Artes, –por pertenecer la mayoría a la clase oligárquica–, se jactaban de su blanquitud. Olvidaban que por sus venas corría sangre amerindia y africana. Por supuesto, poco les importaba aquello de la sabiduría popular costarricense: “El que no tiene dinga, tiene mandinga”. Establecían una barrera silenciosa y menospreciadora.
A pesar del riguroso entrenamiento en el dibujo a que debían someterse los estudiantes, muchas alumnas
acostumbran utilizar industriosos artificios para hacer decalcos de estampas o cromos o plagiar alguna obra. Esta costumbre tan antiartística era muy frecuente al
grado que Povedano tuvo que reconocerlo públicamente en un discurso en 1914, publicado en la revista “Pandemónium”.
Empero, es de justicia decirlo: Povedano sabía enseñar. El conocimiento de técnicas pictóricas que tenía era muy sólido. Igualmente, su disciplina era férrea. También, debido a su temperamento, los alumnos no se atrevían a incursionar en los conceptos del arte impresionista ni en otros movimientos. Povedano estaba encerrado en un academismo sevillano y consideraba al Sintetismo, al Cubismo, al Futurismo, al Orfismo, según lo expresó:

“...estudios de patología artística contemporánea... engendros de la demencia, que no se concibe cómo hayan podido ser aceptados por un momento sin severa repulsa en pueblos que presumen ir a la cabeza de la civilización”― escribió Tomás Povedano.

2. La otra concepción innovadora es tipificada por Joaquín García Monge, ligada a los ismos o ramalazos de las vanguardias europeas.
Los jóvenes artistas del grupo renovador buscaron temas de inspiración en el entorno. Evitando –¡y esto es bastante meritorio!– los escollos de un localismo demasiado anecdótico. Aunque guardaron una relación directa con el paisaje, la naturaleza y los hombres de su ambiente nunca exento de estímulos. Se diferenciaban por sus ritmos y rasgos específicos de aquello que, en la misma época, daba un carácter sumamente peculiar a la pintura mexicana, por ejemplo.
Esta postura fue un socollón visual capaz de generar cambios en gustos y actitudes. Mucha gente no pudo asimilar debidamente los cambios pues aún prefería la pintura académica. No en vano, las pinturas del Teatro Nacional habían sido el modelo durante tres décadas. Y los jóvenes artistas renovadores preferían el arte al servicio de las ideas, es decir, la fusión de la estética con la ética, un arte humanizado.
Don Joaquín quería el arte como fuego y no como juego. Nada de ludus intelectual. Le atraía poco la obra artística creada como resultado de una técnica separada del destino final del ser humano. Quería arte que saque luz afuera, que proyecte las facciones del alma costarricense, y no pensaba en un arte con ausencia de preocupaciones superiores. De ahí que el academicismo daba lamentable pobreza de resultado
Por derivación, él rechazaba el oropel de muchas obras artísticas. En su ideario ético, la verdad era virtud fundamental. Para lograr la verdad en el arte no esperó reproducciones exactas de las cosas externas, pero sí creyó en el arte que aporta alegría viviente al alma.
Resumiendo, creía en el arte con dimensión social en un diálogo que no empañara la esencia misma del simbolismo. Quería un arte que formulase y realizase una relación paralela de participación, pues lo social es una dimensión definida y al mismo tiempo, cambiante. Es decir, un arte al servicio y ennoblecimiento de los altos sentimientos humanos sin amaneramientos y todo lo que sea artificioso. Quería conmover las emociones, lo cual resultó en una vía de cambio cultural con ideas-fuerza que se encargaría de ir sembrando en los jóvenes.

Sin embargo, Tomás Povedano y Arcos, abandonando ocasionalmente su rol de pintor de retratos oficiales, solía acompañar a Ezequiel Jiménez-Rojas en sus salidas al campo a captar apuntes de algunas escenas de carácter costumbrista. Y, en su atelier, utilizaba los bosquejos para pintar, por ejemplo, sus óleos “Domingueando”, “El trapiche” o “La paila” o algunas acuarelas de trabajadores en los patios de un beneficio.
También, Emil Span solía acompañar a Jiménez-Rojas a pintar al aire libre. Sus paisajes tienen espacios inundados de luz, sobre todo los de la costa Pacífica, tan diferentes de sus retratos, orquídeas y cuadros alegóricos tan ceñidos a la tradición académica europea. En sus paisajes el colorido es más rico, producto del contacto directo con la naturaleza.
Con los paisajes, tanto de los académicos como de los pintores del grupo de la Nueva Sensibilidad, no había llegado el enfrentamiento con la deconstrucción de la naturaleza por parte del ser humano, el análisis del trato que damos a la naturaleza y de nuestra percepción de la misma.
Habría que esperar varias décadas para que aparecieran los paisajes de Pedro Arrieta con su perspectiva desgarradora del enfrentamiento artístico con la cuestión de la relación del ser humano con la naturaleza. Con Arrieta, se deja ver el paisaje desgarrador como un tema existencial y fundamental. Sin embargo, la relación naturaleza-arte caracteriza no sólo una de las condiciones más esenciales de la existencia y del pensamiento humano. También, el distanciamiento progresivo del ser humano de la naturaleza, objeto de expoliación y destrucción despiadadas.
La concepción alentada por García Monge, es la primera vanguardia en Costa Rica. Con su búsqueda experimental, corresponde a cambios sociales y culturales que se empiezan a experimentar en el país. Corresponde, también a una toma de conciencia del quehacer artístico por personas de extracción social baja o media. El arte debe dejar de ser entretenimiento para hacerse medio de indagación y conocimiento del ser humano.


III

A LA VEZ, los jóvenes artistas que se dieron a conocer hacia 1930 dieron espaldas a la inmadurez que atrasó la consolidación de círculos de pintores entre 1890 y 1930, años en que predominaba lo que Roberto Brenes Mesén llamaba “conjuración de silencio” en contra del artista costarricense.
Y sin importarles mucho, la “conjuración del silencio” los jóvenes del auto llamado Grupo de la Nueva Sensibilidad se lanzaron al acto creador. Este grupo estaba integrado por los escultores Juan Manuel Sánchez, Néstor Zeledón Varela, Francisco Zúñiga y Juan Rafael Chacón, más los pintores Teodorico Quirós Alvarado, Luisa González de Sáenz, Francisco Amighetti, Manuel de la Cruz González Luján y Carlos Salazar Herrera.
Compartiendo sus deseos renovantes estaba Max Jiménez-Huete. A veces se acercaba el retratista Gonzalo Morales Alvarado cuyos retratos en una atmósfera artificiosa parecen una versión tica de pintores renacentistas y el paisajista Fausto Pacheco, quien por entonces prefería gruesos empastes en sus óleos y su obra es más detallada. Cercanos los años cincuenta, Fausto prefirió la acuarela en las cuales el diseño se simplifica y en mucho el colorido y la pincelada son menos cuidadosos.
Los jóvenes pintores del Grupo de la Nueva Sensibilidad pintaron bajo los dictámenes del figurativismo. Prefirieron la mancha en oposición al detalle, los impastos y el fuerte y atrevido colorido y decidieron dejar la huella del pincel y rechazaron los difuminados que hacen desaparecer la huella del pincel. En todo caso, en sus obras sacrifican el detalle. Llegan a veces a síntesis audaces, debidas en parte por la simplificación, la estilización y la geometrización de las formas. Y esta simplificación establece un denominador común.
Desde el principio, Zúñiga, acostumbraba acentuar ciertas líneas, lo cual recuerda el cloisonné de ciertos pintores finiseculares europeos. Prontamente fue seguido por Manuel de la Cruz González y Carlos Salazar Herrera. Es así, como muchos cuadros de Quirós, de Amighetti, de González de Sáenz, por ejemplo, comparten igual carga visual.
¿Se trataría de una expresión espontánea del modo que estos artistas percibían su ambiente pues estaban interesados en lo que les rodeaba: lo cotidiano, lo íntimo, lo humilde, la gente de pueblo y toda clase de animales? O, ¿acaso por salir juntos al campo a pintar se interinfluían?
Algunos se destacaron por la luz, inspirados por el ejemplo y el colorido de Sorolla; incitados por el Impresionismo y el contacto con la naturaleza; otros con colores planos y puros. Echaron mano a cierto vocabulario plástico Post-impresionista. En sus obras se siente el impacto de Cézanne, de Gauguin, de Braque, del Cubismo, del dinamismo Futurista y la angustia del Expresionismo que expresa al hombre en dolor, que no ha tenido a la Dorada Suerte por madrina sino que tiene a la necesidad por dura madre espartana.
Y con configuración simplificada, acorde, coherente, fueron rumbeando a lo nacional para indagar lo universal. No con la visión de lo que se podría denominar “naturista”, que imita las formas de la naturaleza. A veces, el exagerar algún aspecto, la idealizan. No impusieron pautas ajenas a las formas reales adoptadas como modelo.
Algunos de estos jóvenes artistas también cultivaron el retrato y todos consideraron el dibujo como la base fundamental del arte. Por ejemplo, Zúñiga retrata a sus hermanas y amigos; Luisa González de Sáenz pinta a María Cristina Goicoechea; Juan Manuel Sánchez esculpe en múltiples poses el retrato de su esposa Berta y en cientos de dibujos a plumilla...
Destaco: entonces los jóvenes artistas, cada uno con preocupaciones e intenciones diferentes, forman de inmediato el centro de interés polémico. Entre ellos se establece una relación muy útil como para poder hacer ahora el balance de lo que cada uno era, de lo que pensaba, de lo que hacía y de lo que podía representar dentro del grupo. Y ahora se explica uno por qué la similitud de sus maneras.
Y, estimulados por una exposición de grabadores alemanes, cuando la colonia alemana presentó una exposición colectiva del grupo “Die Brücke”, en febrero de 1933, que incluía a K. Schmidt-Rottluf, M. Pechstein, E. Heckel y E. L. Kirchner y E. Nolde. Algunos jóvenes artistas del grupo de la Nueva Sensibilidad, inspirados por tal exposición, se dedicaron al grabado en madera, sobre todo al hilo. Es decir, ellos concibieron el dibujo, labraron la plancha y se encargaron de la impresión. Por eso se les llama artistas-artesano y fueron Francisco Amighetti, Francisco Zúñiga, Manuel de la Cruz González, Carlos Salazar Herrera, Gilbert Laporte, Teodorico Quirós y Adolfo Sáenz. Y en 1934 publicaron un Álbum de grabados con prólogo de Abelardo Bonilla. De este álbum se imprimieron 300 ejemplares, por lo que hoy día constituye una rareza bibliográfica.
Por su parte, los escultores, provenían del humilde taller imaginero del maestro Manuel María Zúñiga Rodríguez. Estos artistas, trabajando cotidianamente en la imaginería, dedicaban sus ratos libres a la creación. Si en las imágenes debían preocuparse por reproducir gestos animados, estereotipados, seguían los escultores griegos. En cambio, cuando se dedicaban a esculpir a la talla directa sus piedras, perseguían con tesón formas ajenas al ideal clásico de la belleza. Es decir, el falso tipo de Fidias quien cogió unos cuantos rasgos (aquí una frente ejemplar, allá un mentón sólido y fino, más allá un aire noble). Lo inventado fue más que lo copiado de veras.
Y se contraponían de tal manera al afán europeizante de los escultores académicos como Juan Ramón Bonilla, Juan Portuguez Fucigna, Arnoldo Villalta, Lily Artavia, Angela Pacheco y Víctor Manuel Bermúdez y otros tan aferrados al mármol o al bronce y a los que estaban dedicados más que nada a la estatuaria para cementerios.
Los escultores renovadores fueron Juan Manuel Sánchez, Francisco Zúñiga y Néstor Zeledón Varela a quienes se les uniría Juan Rafael Chacón. Éste último marca un eslabón de enlace entre la escultura de Rodin, Bourdelle, Clará, Maillol, Mestrovic y el expresionismo de Barlach y de Köllwitz. Y precisamente este fue el grupo de escultores quienes más fuertemente se liberaron de la sujeción de la Iglesia o de las familias adineradas que necesitaban adornar mausoleos. Nada tuvieron que ver con la conmemoración oficial de personajes políticos.
Y hasta el humilde taller imaginero fueron Noé Solano, Blanca Milanés y Gilbert Laporte, –los organizadores de las exposiciones,– para exhortar a Juan Manuel Sánchez, a Juan Rafael Chacón, a Néstor Zeledón Varela, a Francisco Zúñiga para que mostrasen sus obras: “La danta”, “El oso hormiguero”, “Leona María”, “Zopilote”, “El Puma”, “Toros”, o los “Torsos” o “Cabeza de indio” o las “Maternidades”, tema que se volvería recurrente para la escultura hasta años recientísimos. Utilizando la piedra o la madera, predilectaron como tema fundamental la animalística, aunque no faltó la figura humana.
Las raíces de los escultores estaban en fuentes antiguas o muy modernas en esos días. Y tallaron piedras bajo ideaciones fundamentales del arte precolombino, uniendo sugerencias sacadas del arte románico o de las audacias de la vanguardia europea, e intensificando las formas cerradas y simplificación de la forma. Inspirados por el magisterio de los granitos precolombinos, hallaron la alternativa ideal de la vitalidad escultórica. Los escultores renovadores desdeñaron el modelado en arcilla y prefirieron la talla directa en madera o piedra.
De los movimientos del avant garde asimilaron el contrapunto que ellos también buscaban. Discrepando con el estilo prevaleciente (el academismo y el barroco) hicieron propio el choque visual de otras esculturas cubistas, expresionistas, futuristas y hasta románicas y no figurativas.
Se sentían atraídos por la audacia lejanas y misteriosas. Por lo complejo del geometrismo de los cubistas y el acentuado dramatismo de los expresionistas. Obedecían a la búsqueda de una originalidad que satisficiera sus deseos renovantes.
Y los escultores Sánchez, Zeledón Varela, Zúñiga y Chacón, en su recuperación de lo autóctono, buscaron nuevas formas y aportaron a la visión artística una nueva forma de estructurar la obra de arte, una nueva visión, una búsqueda innovante que obedecía a una originalidad con mayor esencia americana.
Y paralelamente al aparecer de los temas populares en los pintores, fue surgiendo un neopopularismo literario que se expresó en los cuentos de Carlos Salazar Herrera y Aníbal Reni; en poemas breves de Fernando Luján, Luis Morales, Adilio Gutiérrez, Francisco Amighetti, Carlos Luis Sáenz, Juan Manuel Sánchez y Joaquín Gutiérrez Mangel.
Dada la enorme publicidad que el “Diario de Costa Rica” daba a las exposiciones, muchos pintores se afanaron por una nueva clase de aplauso: la publicidad. Al mismo tiempo, se fomentó el comentario artístico, aunque el público se sintiese perdido ante la multitud de cuadros, sobre todo al emitir su voto en la escogencia popular del “cuadro del año”.

IV

En rápida maduración, los jóvenes artistas de la Nueva Sensibilidad liberan sus ansias por representar las formas de la naturaleza. Los acucia la luz real, el aire libre. Las formas y colores del paisaje. Los rostros y gestos de la gente del pueblo. Los artistas jóvenes vinculan su obra con imágenes que conforman la identidad nacional. Acuden a lo popular que los libera de caer en un barroquismo. Mas evitan el mundo urbano, las protestas de los artesanos, la huelga de los bananeros del Atlántico, la lucha de los pequeños caficultores contra los beneficiadores para mejorar el precio del café en fruta.
Empero, aún priva la fetichización de la obra de arte cuya única función del espectador es recogerse, elevarse, ponerse en actitud de contemplación para recibir la visión revelada por el creador.
A la mayoría de los artistas no los acucia por entero el ser instrumentos para la transformación de la realidad. ¿Acaso aquello que observa F. Francastel en su obra La figure et le liue, en la que explica tras minuciosos análisis del orden visual del Quattrocento? Francastel destaca los dos sentidos en que la representación estética es uno de los modos de la acción mediante la cual “los hombres estabilizan ciertos aspectos de la experiencia” y, por otra parte, “anticipan sus posibilidades inmediatas de transformación de las formas materiales y mentales del universo”.
En lo profundo de su ser, los artistas del grupo de la Nueva Sensibilidad indagan en el alma, el dolor, la alegría de los hombres que hincan su vida en la tierra. Buscan la sangre de lo propio. Comprenden que “somos el eco y la voz de lo que fuimos”, como lo expresó uno de ellos. Por tal, consideran su deber buscar un medio expresivo acorde. Lo encuentran en un realismo simplificado, expresivo. Y, en algunas obras, se insinúa un realismo crítico.
Tan es así que ese realismo sintetista define estos años de las exposiciones del “Diario de Costa Rica”. Logran encontrarlo porque cada época exige un espíritu. De tal manera, por ejemplo, el oriental tuvo el suyo para expresar su sentido panteísta. El medieval relacionó a Dios con la razón de la vida. El romántico, exaltando lo individual subjetivo al igual que el naturalista lo individual objetivo. Y ellos, en su realismo sintetista exaltan la vinculación Tierra-Hombre. Y uno de los artistas del grupo de la Nueva Sensibilidad [¿j.m.?] recordó a Pico della Mirandola: “El hombre es el intérprete de la naturaleza; nudo y vínculo del mundo”.
Así, los jóvenes de la Nueva Sensibilidad se convirtieron en intérpretes y entendieron que lo costarricense es un resultado como es la flor, la piedra, la oración, la fe. Supieron que su arte estaba en un cruce de caminos y era esencia de la expresión del ser costarricense y no objeto decorativo.
Con tal realismo cuajaron sus aspiraciones estéticas que darían a los años treinta mayor valor expresivo. Así, no solo se definirían por lo político y lo económico sino, también por el arte. Y don Joaquín García Monge captó a plenitud este fenómeno.
En efecto, la aparición de pinturas, esculturas y grabados en madera del grupo de la Nueva Sensibilidad se asocia con orientaciones políticas y con una relación tensa con el status quo. Los rápidos cambios económicos, la inestabilidad social de esos días, la estrechez fiscal, la desilusión de la clase media no era fortuita. No fue casual la aparición de la corriente generadora de la Nueva Sensibilidad, como tampoco la fundación del partido comunista en 1931.
Aunque artísticamente compartieron una actitud de ansiedad, experimentaron una inquietud emocional en reacción con los objetivos de su medio y por ello deformaron queriendo romper con el pasado inmediato, buscaron su salvación en el pasado lejano. En sus obras, la relación de hombre con la naturaleza es mucho más armoniosa que las relaciones sociales en esos días.
Empero, todos los artistas renovadores propugnaron innovaciones congruentes con las orientaciones que empezaban a surgir en su sociedad. En su campo lucharon contra la perpetuación del academismo tradicional, fuese éste el de Povedano, Emil Span, Eginhard Menghius, Echandi, Jiménez-Rojas, Antolín Chinchilla, Villalta o Jhonn Portuguez Fucigna. La lucha incluyó también a los alumnos de Povedano o de Echandi: Angela Castro Quesada, Gilberto Huertas, Rigoberto Moya, Ángela Pacheco, Dorothy Pinto, Lolita Zeller de Peralta, Carmen Estrada, Ángela Beeche, Gonzalo Morales, Adela Fernández de Lines, Claudia María Jiménez Quesada, José Francisco Salazar, Fabio Fournier... Y aunque la polémica era más verbal, el periodista José Marín Cañas, –amparado al seudónimo Luis Rieux–, aceptó plantearla por escrito en el “Diario de Costa Rica” del 22 de octubre de 1933, p 6.
En el fondo, la discrepancia entre academismo y renovación estaba bastante conectada con patrones estéticos elitistas y la competencia artística de las clases media y baja. Es decir, había separación entre clases sociales.
La clase alta dispone del tiempo para cultivar “el buen gusto” y el dominio de los códigos estéticos consagrados. Este círculo cuenta con los medios de auto preservación cultural, intereses económicos y sociales, que no pueden ser rotos fácilmente por la acción unilateral de algunos artistas jóvenes.
En realidad, lo que buscaba el grupo de artistas de la Nueva Sensibilidad era romper su aislamiento. Y se intensificaron las relaciones internas del grupo de jóvenes artistas.
En sus afanes renovadores, los jóvenes artistas dieron el espaldarazo a la caricatura. Y aparecieron las caricaturas de Noé Solano, Francisco Rodríguez Ruiz, Gilbert Laporte, Alcides Méndez Soto y Marco Tulio Zeledón con igual valimiento que óleos y esculturas.
También, gran contraste sorpresivo, fue que el Grupo de la Nueva Sensibilidad exaltase el arte popular. Especialmente, las carretas pintadas y las jícaras labradas e incorporase el arte precolombino. Las cerámicas de la Gran Nicoya, las esculturas en granito tanto de Nicoya como de la Vertiente Atlántica, petrificaron a los visitantes en el salón del foyer del Teatro Nacional.
Por supuesto, el reunir obras de arte precolombino escandalizó a más de uno. Un periodista –incapaz de trascender su juicio etnocentrista– comentó que no debió reunirse tales piezas precolombinas por no tener nada que ver con el arte “aunque sean de piedra”. Y este periodista no entendió aquello de la petricidad. Y la respuesta de Juan Manuel a la expresión “aunque sean de piedra”, es una página magistral.
En general, los visitantes no comprenden que el arte es una manera de ver, y que ayuda a definir lo que nosotros entendemos por la palabra realidad. En general, como sociedad dominante, presumían que su visión eurocentrista representaba la única verdad del mundo. No entendían el proceso complejo por el cual un artista transforma el acto de ver en una visión del mundo.
El acto visionario y el engendramiento de una obra de arte entre los amerindios eran un importante y poderoso proceso de ritualización. Y este acto de ritualización fue un proceso metafórico. Y, como lo señala Herbert Read, en tales representaciones no se atiende a conformar una apariencia exacta de animales, y no se desea capturar un tipo ideal de animal. Intensamente se captura la naturaleza del animal, porque el artista amerindio era capaz de seleccionar justamente los rasgos que mejor denotan su vitalidad, y por exageración y distorsión les da un ritmo significante que produce una representación que nos trae la verdadera esencia del animal.

V

Sin embargo, a pesar de la pobreza debida a la escasez de excedentes económicos que puedan distraerse en bienes “suntuarios” como los artísticos, los artistas jóvenes sabían que les costaría muchísimo conseguir clientes que les comprasen sus obras. El enemigo a la vista era el exagerado gusto por los cromos impresos en Alemania que el fabricante de muebles finos José Urgellés importaba de Suiza. Los burgueses preferían comprar litografías en vez de obras originales de artistas costarricenses. En la comercialización de la obra de arte les fue mejor a los pintores, pues algunos adinerados (en su mayoría descendientes de alemanes) adquirieron sus cuadros.
Se fueron formando las pautas para el contacto del público y de posibles coleccionistas. Los burgueses que compraban las obras, –según testimonio de Max Jiménez en el “Repertorio Americano”– “las enseñaban a sus amigos como quien come queque de novia, con la sensualidad de un hallazgo”.
Aunque en Costa Rica es muy tardía la aparición del coleccionismo, con toda nitidez se robusteció el prototipo del artista individualista, pese a la incertidumbre del imprevisible mercado libre. Los artistas aún sentían el dogma de “la inmaculada concepción de la obra de arte”, y la sociedad seguía viendo en el artista al sujeto todopoderoso que saca de la nada obras inéditas.
Al ir surgiendo un pequeño grupo de coleccionistas se creó una demanda bastante regular para algunos pintores, especialmente Francisco Zúñiga, Julio Solera Oreamuno, Francisco Amighetti, Marco Aurelio Aguilar, Emil Span, Teodorico Quirós Alvarado, etc. Estos se fueron informando de un modo más amplio y rápido de los deseos de sus clientes.
Aparecieron dos o tres marchands privados que pregonaban el arte de tiempos pasados por la sencilla razón de que los productos de tal arte no pueden aumentar. En consecuencia, tampoco pueden desvalorizarse. Así, el arte es el objeto de la menos arriesgada especulación. Estos marchands se dedicaban sobre todo a comerciar con arte religioso colonial o del siglo 19 o de pintores de las dos primeras décadas del siglo 20, siendo preferido Emil Span, con sus cuadros de orquídeas más que por sus espléndidos paisajes, cuyos espacios están inundados de luz y de altos contrastes y de un colorido muy rico por el contacto directo con la naturaleza.
Los coleccionistas, lo son por amor a las cosas; otros, por una apreciación del contenido tecnológico; otros, por la seguridad de una inversión reproductiva con el tiempo. No faltaron quienes consideraron que las obras de arte “lucen bien en casa y producen un efecto de respetabilidad”.
Pero la incipiente comercialización de la obra de arte trajo una especie de competencia a veces violenta, y, a la vez, cierto malestar en algunos jóvenes artistas partidarios de innovaciones más tajantes quienes no se veían favorecidos por los compradores. Gilbert Laporte, Flora Luján, Fernando Quirós Madrigal y Emilia Prieto eran los jóvenes partidarios de una mayor renovación que asustaba a mucha gente.
A los pocos años, al irse saturando el pequeño círculo de compradores, algunos artistas –entre ellos, Fausto Pacheco, Francisco Amighetti, Pedro J. Ortiz, Juan Rafael Chacón y Néstor Zeledón Varela– tendrían que dedicarse a crear obras de pequeñas dimensiones para vender en las tiendas frecuentadas por turistas.
El acercamiento social y educativo de las exposiciones del “Diario de Costa Rica” favorecía el acercamiento artista-público. A la vez, los artistas hallaron en algunos periódicos nuevas posibilidades, sobre todo en “Diario de Costa Rica” y “La Hora”. Y en este aspecto, ¿quién podría soslayar los aciertos de esclarecidos valores de la prensa entre ellos: Abelardo Bonilla, Salomón de la Selva, Lorenzo Vives, Rómulo Tovar y José Marín Cañas quienes ayudan a los artistas a remover conciencias, a despertar vocaciones, a educar a la gente y a avivar el sentimiento de nacionalidad? Por supuesto, también participaban en provocar un choque estético violento que conmoviese y ayudase al grupo de la Nueva Sensibilidad para imponer nuevas ideas y nuevas inclinaciones. Y también reforzar a los artistas a establecer un incipiente esquema “artista-obra-intermediario-público”.
Empero, los jóvenes artistas entendieron que aún los pintores consagrados en cada país no trascienden a los países vecinos Por tal motivo procuraron que el “Diario de Costa Rica” incluyese a pintores y escultores centroamericanos. En efecto, esto sucedería en 1934 y 1935 cuando Humberto Garavito (de Guatemala), José Mejía Vides y Salarrué (de El Salvador) y otros artistas concurren y exponen en Costa Rica.

VI

Fue en 1935 cuando se empezó a despejar el espejismo que habían creado las exposiciones del ”Diario de Costa Rica”. Precisamente la pintura académica recibió un fuerte golpe que la retrajo del público y tuvo que refugiarse en la Escuela de Bellas Artes, dirigida por Povedano.
Era época de cambios en los órdenes de la vida social, económica y política. El país acababa de ser conmovido por la huelga de los trabajadores bananeros del Atlántico, y las luchas entre fascistas, nazistas, liberales, socialistas se iban definiendo con más violencia.
Ni los academistas ni los jóvenes rebeldes pudieron percatarse que muchos lanzaron a los cuatro vientos la palabra crisis. Por ejemplo, en el campo cultural la crisis irrumpió cuando, en 1933, el rebelde poeta Rafael Estrada se suicidó, agobiado por las críticas acerbas y el escarnio que recibía por ser un espíritu vanguardista en que las perspectivas clásicas no contaban.
Crisis había efectivamente en muchos órdenes de la política, fiscal y social. Y arreciaba hasta el campo de las artes plásticas al alcanzar puntos altos con la polémica en torno al “Monumento a la Madre” que Francisco Zúñiga talla en granito en 1935.
Los rasgos faciales de la madre y del niño son aindiados, y esto golpeó fuertemente porque en el costarricense hay un inconsciente menosprecio del amerindio. En realidad, en este monumento se concretizan muchas de las ideas que García Monge había venido predicando a los jóvenes artistas:

1. la del nacionalismo de los años veinte,
2. de la indianidad,
3. del cubismo,
4. del Picasso neoclásico,
5. de lo precolombino,
6. de las síntesis atrevidas de Brancusi, etc.

Al saberse que la obra de Zúñiga había sido premiada, del grupo academista surgieron voces inconformes que obligaron al jurado a anular su decisión. Se dijo que los patrocinadores habían pensado en el mármol, de acuerdo con el público al que le agradan las obras suaves, dulces y las superficies lisas. Zúñiga, en cambio, había proyectado su obra en granito. Esta tiene “toda la verdad, toda la concreción y arquitectura del moderno concepto moderno de la escultura. Y con ser un triunfo de la forma, con estar modelada dentro del moderno sentido estético y eterno de la forma, hay en ella una vigorosa vida interior, que es religiosidad y es ternura y es emoción maternal”, señala un periodista.
En realidad a los partidarios del academicismo se les escapó el sentido escultórico. “No vieron lo que tiene de cobijo, de protección, de ternura, de defensa, de amamantamiento”, –como dice una crónica de la época. El grupo academicista, atrincherado en el periódico “La Tribuna”, publicó una caricatura que contribuyó a agitar más la campaña contra la obra premiada.
En respuesta empezaron a oírse valiosas opiniones sobre la obra de Zúñiga, suscritas por los intelectuales de mayor prestigio: Moisés Vincenzi, Joaquín García Monge, León Pacheco, Abelardo Bonilla, Max Jiménez-Huete, Emilia Prieto y otros más. Y de lo que por entonces se escribió vale la pena resaltar la opinión de Abelardo Bonilla: “Es a los artistas, a los escogidos, a quienes compete educar a los pueblos, imponer el gusto y guiar la cultura. Esos son su misión y su deber” (“Diario de Costa Rica”, 14 [4564]: 3. Febrero 6 de 1935).
Y aunque en apariencia ganaban los academistas, a raíz de la polémica se plantearon conceptos básicos que serían años más tarde guiadores para la juventud. Empero, aunque los intelectuales se preocupaban por las cuestiones estéticas, al pueblo le era indiferente que se planteasen cuestiones culturales.
¿Qué motiva al costarricense para ser tan voluble en materia de arte? Cuando se celebraban las exposiciones del “Diario de Costa Rica” el público acudía. Se interesaba en muchos aspectos de las discusiones relativas al gusto estético y emitía popularmente su voto para escoger al “cuadro del año”. Se había empezado a establecer la costumbre de comprar cuadros para regalar con ocasión de las bodas o de Navidad o de cumpleaños. Mas de pronto, hubo desgano...
En 1937, el “Diario de Costa Rica” organizó por última vez sus exposiciones de arte. Y esto patentiza la indiferencia del pueblo costarricense por el arte, pues nadie procuró salvar tan noble esfuerzo.
Así, en tal ambiente, el 15 de octubre de 1938, Amighetti presentó una exposición individual con óleos, sanguinas y acuarelas. Y el testimonio de Joaquín Gutiérrez Mangel nos cuenta que:

“...han desfilado catorce currutacos, siete cursis petimetres y algunas viejas solteronas; sólo faltó el dios Momo para completar la fanfarria popular. Ninguno de los valores casi se ha tomado la molestia de asistir y así transcurrió, creando un sentimiento de desprecio de artistas, contraproducente para su labor”.

Lo anterior es vívido reflejo de la crisis ambiental. Sin embargo, en la crisis hay gérmenes optimistas. Aunque el gobernante de turno [León Cortés Castro] no tenía fe en los creadores de patria pues su credo estaba en la política de piedra hierro y cemento. León Cortés le encargó a Louis Feron que ejecutase un mural para decorar el Salón Dorado del nuevo edificio para el aeropuerto internacional La Sabana (actualmente sede del Museo de Arte Costarricense). Asesorado por el arquitecto José María Barrantes-Monge, Louis Feron ejecutó un bajorrelieve modelado en estuco, y con la colaboración del estudiante de biología Rafael Lucas Rodríguez Caballero, y el auxilio del escultor Juan Rafael Chacón. Cubre 150 m cuadrados con gran valor didáctico: se puede recorrer la historia de Costa Rica desde la vida precolombina hasta el año de 1940. Es una composición adaptada a la estructura arquitectónica del salón. En vastas alegorías, los grandes hechos históricos, el aborigen y el español, el ambiente tropical, los frutos y animales. El progreso material y espiritual de la nación. Allí cobran vida los personajes que forjaron nuestra nacionalidad.
Al celebrar el contrato con Feron, el gobernante de turno mostró su desdén por el artista costarricense. Y también, poco le importaba que los artistas hubiesen creado un Círculo de Amigos del Arte y se reunían en Las Arcadas, para discutir y analizar diferentes aspectos de la vida nacional. Que editaban poemarios. Y que Manuel de la Cruz González hubiese pintado algunos murales en los que el paisaje y el hombre costarricense aparecían representados plásticamente.
Empero, toda crisis trae consigo la semilla que gesta un resurgimiento. Y así habría de ser en 1945 cuando el poeta Arturo Echeverría Loría fundaría la “Galería L‘Atelier”. Precisamente, 1945 ed el momento en que despuntan vocaciones pictóricas en otro grupo de jóvenes artistas, entre ellos Margarita Bertheau, Luis Daell, Guillermo Jiménez. Estos, con mayor comprensión del legado que dejaron a la patria los del grupo de la Nueva Sensibilidad.

-o-

Debe reconocerse que si bien las exposiciones anuales organizadas por el “Diario de Costa Rica” crecieron por incorporación aluvional de estilos, sí impulsaron el desarrollo y orientación del movimiento artístico costarricense. Fueron, en verdad, una fiesta para el espíritu: reunían lo mejor de nuestros escultores y pintores.
Con ellas, Costa Rica vivió la alegría del arte: el artista se compensaba con la admiración que su obra despertaba. A su calor, nació el Círculo de Amigos del Arte, cuya disolución se debería en grandísima parte a que se traicionó a sí mismo al irse convirtiendo, sobre todo, en centro social.
No debemos echar al olvido las enseñanzas de aquellos días: dichas exposiciones vinieron a despertar entre los artistas el deseo de crear, de trabajar, de hacer obra, puesto que el solo hecho de participar en un salón anual alimentaba la conciencia creadora. Además, aglutinaron esfuerzos de varios periodistas a quienes el arte costarricense debe verdaderos estímulos.
Y hay que decirlo, aunque estas exposiciones no expresan todo el proceso interno del arte costarricense, con ellas surgió la preocupación de buscar lo propio, lo entrañable...

Anexo
Artistas premiados
en las exposiciones de artes plásticas
organizadas por el “Diario de Costa Rica”

1928
Pintura:
Medalla de Oro B. Quinquela Martín Eginhard Menghius
Gran Premio Medalla de oro. Emil Span,
Primera Medalla de Plata. Ezequiel Jiménez Rojas. “Aserrí”. Col. Yankelewitz
Tercera Medalla de Plata. Rigoberto Moya. por “El pregonero”, óleo sobre tela, Colección Patronato Nacional de la Infancia.
Ángela Castro Quesada
Primera Medalla de Oro. Pintura aficionados. Carlota Brenes Argüello por su óleo sobre tela. “Campesina”. Colección Santiago Rizo Brenes.
Segunda Medalla de Oro. Pintura aficionados. Próspero Calderón por su óleo sobre tela “Rosas y Santalucías”. Colección Manuel Castro Lobo.
Teodorico Quirós Alvarado
Rigoberto Moya
Francisco Rodríguez Ruiz
Eugenio Mercier
José Manuel Caballero

Dibujo:
Medalla de Oro. Noé Solano por su “Retrato de Rubén Darío”. Colección Gerardo Bolaños González.
Caricatura:
Noé Solano
Julio Solera Oreamuno
Francisco Rodríguez Ruiz
Escultura:
Lily Artavia
Juan Ramón Bonilla
Angela Pacheco
Artes Decorativas:
Lía E. Piza
Clemencia Truque
Arquitectura:
Teodorico Quirós

1930
Pintura:
Medalla de Oro. Francisco Zúñiga por su óleo sobre tela “Retrato de Juan Manuel Sánchez”. Colección Museo de Arte Costarricense, legado Berta de Sánchez.
Mención Honorífica. Gonzalo Morales Alvarado por su “Retrato de Flora Luján”, óleo sobre cartón. Colección Ligia Luján de Lines.
Teodorico Quirós
Claudia María Jiménez Quesada
Gonzalo Morales Alvarado
Caricatura:
Noé Solano
Escultura:
Juan Manuel Sánchez
Francisco Zúñiga
Lily Artavia
Rafael Sáenz

1931
Pintura:
Medalla de Oro. Francisco Zúñiga por su óleo sobre tela. “Boyero”. Colección privada.
Segunda Medalla de Oro. Teodorico Quirós por su óleo sobre tela, “Calle de Pavas”. Colección privada.
Medalla de Plata. Ezequiel Jiménez Rojas. “La roca de Carballo”. Col. Daniel Yankelewitz.
Raúl Guzmán
Teodorico Quirós
Manuel de la Cruz González
Gonzalo Morales Alvarado
Escultura:
Francisco Zúñiga.
Medalla de Oro. Juan Manuel Sánchez por su “Lápida funeraria”, Colección Museo de Arte Costarricense, legado Berta de Sánchez,
Arnoldo Villalta
Caricatura:
Noé Solano

1932
Pintura.
Medalla de Oro. Gonzalo Morales Alvarado por su “Retrato de Carmen Ramírez”. Colección José Antonio Morales Sáurez.
Medalla de Plata. Manuel de la Cruz González por su “Retrato de Carmen Ramírez”. Colección María Enriqueta Salazar Ramírez.
Escultura:
Medalla de Oro. Juan Manuel Sánchez por su “Cabeza de David Sequeira”. Colección Museo de Arte Costarricense, legado Berta de Sánchez.
Francisco Zúñiga. “La Danta”. Col. Daniel Yankelewitz.
Segunda Medalla de Plata. Angela Pacheco por su bronce Estudio del natural. Colección Museo de Arte Costarricense.
Víctor Manuel Bermúdez
Angela Gómez
Pintura:
Gonzalo Morales Alvarado
Manuel de la Cruz González
María Aurelia Castro Quesada
José Francisco Salazar
Antolín II Chinchilla Gutiérrez
Rafael León
Angela Beeche
Humberto Castro Saborío
Catalina Pirie
Elvira Pignataro
Caricatura: Arquímedes Jiménez
Alcides Méndez Mata
Medalla de Oro. Gilbert Laporte por “Pantalones crían fama”. Acuarela y tinta sobre papel. Colección del artista.
Marco Tulio Zeledón

1933
Escultura
Néstor Zeledón Varela
Pintura: José Francisco Salazar
Medalla de Plata. María Aurelia Castro Quesada por su óleo sobre madera “Pastoras”. Colección Manuel Castro Lobo.
Mención Honorífica. Mario González Feo por su óleo sobre tela “El pianista”. Colección Mario González Alvarado.
Consuelo Gamboa
Luisa González de Sáenz
Caricatura:
Medalla de Oro. Gilbert Laporte por “Rule, Britannia, Rule”. Acuarela y tinta sobre papel. Colección del artista.
Arquímedes Jiménez.
Ernesto Sandoval

1934
Pintura:
Francisco Zúñiga
Manuel de la Cruz González
Luisa González de Sáenz
Escultura:
Néstor Zeledón Varela
Francisco Zúñiga
Caricatura:
Medalla de Oro. Noé Solano
Medalla de Plata. Claudio Carazo
Mención honorífica. Marco Tulio Zeledón por su tinta sobre papel “Luis Dobles Segreda”. Colección Marco Tulio Zeledón Aguilar.

1935
Primera Exposición Centroamericana de Arte
Pintura:
Medalla de Oro. Francisco Zúñiga por su óleo sobre tela. “Hermanas”, Colección Fundación Zúñiga Laborde.
Escultura:
Primer Premio. Francisco Zúñiga por su “Monumento a la Madre”, talla directa en granito. Colección Instituto Maternal Carit.
Segundo Premio. Carlos Salazar Herrera por su bronce “Motivo”. Col. Daniel Yankelewitz.
Tapiz.
Medalla de Plata. Mercedes Tristán Fernández, por su tapiz “Sin título”.

1936
Pintura:
Medalla de Oro. Luisa González de Sáenz por su “Retrato de María Cristina Goicoechea”. Colección Museo de Arte Costarricense.

1937
Novena Exposición de Artes Plásticas
organizada por el Círculo de Amigos del Arte y fue la última.
Pintura:
Primer Premio Francisco Amighetti por su óleo sobre tela, “Mujer y niño”. Colección Familia Jiménez Beeche.
 

   

Número de registro Título:

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Autor (Nombre artístico):

Fecha de Creación: Categoría: Pinturas / Artes graficas

Tipologías:

Pintura Escuela o Corriente: No disponible

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Tipo de Obra: Obra Única

Datos de la Serie: Técnicas: Acrílico

 Soportes: Lienzo algodón Entidad de Gestión: No

Licencia: Ninguno (Todos los derechos reservados)

 

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"Indolencia, destrucción de la cultura"

Desde el 2007 ya, esta escultura ha venido siendo destruida sistemáticamente, ¿Que han hecho los "jerarcas" del MINISTERIO DE CULTURA, PATRIMONIO o LA MISMA CONTRALORIA?

Hace 20 años era necesaria para cumplir con los objetivos de conseguir un premio Nobel. Hoy el mismo presidente le importa un pito lo que pase con ella y el dinero que salio del pueblo para satisfacer su Ego.

 
 

 
 
         
 

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Revisado el: 26 de agosto de 2018 07:49:28 -0600.

 
 

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