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UNA BUENA ACCIÓN (Cuento)

 

 

 

Para Ignacio lo único desagradable de aquellas sabrosas vigilias era tener que irse. Por eso tomaba esa triste decisión hasta muy entrado el amanecer, posiblemente a causa del exceso y les decía grave a sus amigos (más testarudos que él): "Hermanos, esta noche hemos hablado más paja que nunca, quiera Dios que mañana podamos hablar más que hoy, defendemos así al hombre del acecho del olvido, la nuestra es una tarea muy altruista, nadie nos comprenderá, no tendremos reconocimiento. Adiós".
—Cerra suave —le suplicó al dueño. Este, una vez que Ignacio estuvo en la acera, empujó despacio el tirador, pero al trabar en el cerrojo, la puerta metálica se estremeció en toda su estructura, lanzando un rencoroso alarido que en la grisalla del amanecer recorrió las sordas calles de Barva, alertando tal vez a las vecinas. Esto realmente le molestaba a Ignacio.
—No entenderían, jamás entenderían.
Afuera, el viento frío de la madrugada le trajo el olor de las montañas y el aplauso alegre de las palmeras en el atrio de la iglesia. Ignacio caminaba amparándose a los gruesos muros de adobe, a los que la lluvia del tiempo liberaba a trechos del revoque de cal. Las lámparas del alumbrado público, habiendo visto asomar la aurora, parpadearon temerosas cerrando sus amarillentos dogmas, absurda negación de la noche, noche moribunda de electrónica, la ciudad iba brotando suavemente con esa ternura que tienen los seres recién nacidos.
Gruesos pensamientos como esos muros, le nacían al hombre allá en lo profundo del negro remolino que el viento hacía con sus cabellos largos.

 

 

 

Se le vinieron a la memoria los años flacos en la facultad. Tampoco había sido fácil establecerse. Tuvo que dar lecciones de dibujo técnico en un colegio de secundaria y dibujar planos de otros arquitectos, hasta que logró poner su propio estudio y a base de sacrificios y nuevas humillaciones se vino ganando una clientela algo respetable. ¡Pero no aún!, a la señora Smith se le ha metido que le adose dos postes de concreto a la fachada principal porque como ella es escultora, piensa tallar dos palmeras.

—Llegó radiante esta mañana con tamaña idea. No hubo forma de disuadirla. ¡Gringa estúpida, mi mejor diseño!

También recordó ahora su cuartillo en aquella gran casa de huéspedes en Desamparados, tan vieja como la avaricia de la señora Marta que varios días le echaba agua a la sopa y le hacía beber aquel caldo salobre y grasiento. Cinco años había durado aquella ración a base de patas de gallina con todo y uñas pero sus padres nunca lo supieron, a ellos también les costaba.

Después de unas vacaciones se encontró con que le habían pintado el cuarto. Con dientes y uñas le fue arrancando la pintura hasta dejar unas manchas en la pared como las que ahora estaba viendo en esos muros. Entonces se había sentido más a gusto.

—Si estas bellas manchas hubieran sido hechas por la mano del hombre, se les podría llamar obras de arte, —se dijo, mirando los sordos adobes desnudos de cal, y amparándose más a la tapia agregó: "No es honroso que a uno lo vean salir todos los días de una cantina de la mano de Aurora, esa vecinita que se asoma inevitablemente en las madrugadas para aclararle la vida a todo el mundo". Y agachó la cabeza porque el viento le hería en el rostro o acaso porque un sentimiento de culpabilidad empezaba a pesarle demasiado en la frente, o para recoger el sobre blanco que acababa de caer a sus pies, mientras con la mano izquierda procuraba sujetarse los cabellos que revoloteaban con liviandad.
—Este viento es mi perro fiel que me espera siempre y me acompaña hasta mi casa —y se intrigaba por el contenido de aquel sobre que había visto desprenderse del resquicio de una puerta y venir aleteando blanco en la suave penumbra a través del jardín hasta caer a sus pies en medio de la acera, traído por el viento.
Ese viento que se arrastraba por debajo de su chaqueta negra de cuero y le lamía los huesos y le obligaba a entornar la cabeza para evitar el escozor en los ojos.
Dispuso abrir el sobre, en fin, ya no pertenecía a aquella casa, era un sobre de la calle, donde él lo había encontrado.

Tomado del Libro: Prisma Negro

 

 

 

Contenido del Libro:
Desde el prisma
Una buena acción
Nicolás Medrano
Rosalino
Los tres infortunios
La ofensa
El gallo de Arnulfo
El vendedor
La llamada
Acto de fe
Certamen de belleza
Semana Santa
Cuestión ancestral
Dimisión
El crucifijo de oro
Dos niños
Prisma negro
Mi tío Arnulfo
Nota de color
Noche de Maribel
La noche que la dejaron sola
Lunes quince de agosto

863.6

J614p

Jiménez Obregón, Ulises
Prisma Negro: Cuentos Costarricenses/Ulises Jiménez Obregón.-1ed.-Guanacaste, C.R.: C. Cruz P.,2003
80p.:13 x19 cm
ISBN: 9968-9445-1-3

Primera Edición 2003,

Tiraje: 500 ejemplares
1. Cuentos Costarricenses. I.Título

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 


 
 

 

   

 

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