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 Minor Arias Uva,

 

 

   
         

 

 

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"La semilla de los dioses", Por Minor Arias Uva, 2012. 8 versos cortos
 


Jaguar
Por Minor Arias Uva

Todo empezó hoy a las cinco de la mañana. Jaguar estaba acostándose apenas, porque los jaguares como ven en la oscuridad, se la pasan caminando y buscando comida durante casi toda la noche. O si no, se rascan la panza y se quedan mirando las estrellas por entre las ramas, como si hubiera jaguares en los demás planetas. Cuando la luna ilumina la profundidad total del trópico, los jaguares a veces juegan.
El bosque tropical tiene música y ritmo las veinticuatro horas. Las lechuzas, los murciélagos, los ágiles tepezcuintles, y las brillantes serpientes, son algunos habitantes consentidos de la noche.

Hace días Jaguar y su amada compañera, vienen escuchando un ruido como de avalancha. Pero hoy, lo temido está allí, cerquísima de su árbol favorito, de su poza predilecta, en el corazón de su cariñosa Mamá Selva, amenazando su amor y su familia.

Los monos congos, milenarios centinelas del trópico, rugen también, avisan desesperadamente. Algo no anda bien, y en la perfecta danza de sincronías y comunicaciones, todos lo saben, incluso las hormigas que hoy viajan desordenadamente.

Los dos encorvan sus cuerpos, se acarician con sus cabezas, se miran a los ojos desbocando toda su ternura.

El ruido estremece las raíces. En un instinto de supervivencia, ella huye. Sus corazones ascienden los territorios altos de la cordillera. Jaguar les mira alejarse y siente la boca reseca. Pronto será papá Jaguar por primera vez y eso le ha puesto el pelaje brillante y lo ha llenado como nunca antes, de esperanza y sensibilidad. En los atardeceres, cuando la luz es tenue, sueña con jugar a las escondidas con sus hijos en las gambas anchas de la ceiba, y nadar juntos hacia un fondo lleno de peces y tibias hilachas de sol.

Se afila las garras en el roble gigante, y cauteloso, sigue su ruta.
Se está acercando por entre los bejucos, reptando como una serpiente, con los ojos bien atentos. Los seres de la selva le han encargado a él hacer algo, y a pesar de la impotencia y el miedo que esto le genera, sigue, no se detiene sino a pensar en su familia, en su amada madre selva. Y eso lo llena de fuerzas nuevamente.

Guacamayas y pericos pasan en desesperado vuelo, rompen un trozo de rama seca. Jaguar se queda paralizado. Mientras, el ruido sigue, sigue, sigue y se acerca, se acerca, se acerca.

No es una avalancha, Jaguar conoce el estruendo de las avalanchas, no es una tormenta, Jaguar conoce la percusión de las tormentas.

De pronto, el ruido aturde los sonidos de la selva, desaparece el canto del jilguero, se ahogan los campanarios de las cascadas, y el vacío de la luna que se ha quedado hoy, se le pega a Jaguar en los párpados. Ahí, donde el río corre como un niño tras una cometa, ahí, donde el aroma de todos las flores tropicales serpentea las honduras, ahí, en ese espacio de celeste transparencia, platanillas, cenízaros, robles, encinos, laureles, hojas mano de tigre, tabacones y espaveles, están perdiendo su savia en el suelo. Hay un camino de espejos desquebrajados por su sangre verde.

Jaguar siente la vibración nerviosa de sus hermanos de la selva.

Un mono tití está malherido, pide ayuda a su hermano Jaguar, intenta gritarle, pero ya no puede, su panza y la parte frontal de su cabeza se empiezan a convertir en barro y cenizas.

Jaguar se alerta, y se acerca aún más al estruendo. Agazapado entre los troncos viejos detiene la respiración. Una mariposa azul se desprende de sus alas.

Allí están, son ellos, los mismos que le dispararon a su abuelo. Tiembla, por el hervor de su incertidumbre. Es la primera vez que los observa tan de cerca, son muchos.

Ningún niño está entre ellos. Su abuelo, quien estuvo en cautiverio en casa de un cazador, le había contado de una niña que convenció a su padre para que él fuese liberado. -Un día, cuando crezcan, dejarán de perseguirnos, te lo prometo-, le había dicho su abuelo.

Han traído otra vez ese monstruo de hierro, que arranca los troncos, los brazos, los dedos, los dientes, las venas, el corazón, las arterias, los cartílagos, el esófago, los huesos, los músculos, las neuronas, la piel, las células y la matriz de Mamá Selva.

En un acto de verdadero riesgo y valentía, Jaguar se suspende desde una rama hasta la piedra ancha, un salto de casi cinco metros. Su rugido furioso queda esparcido en el aire. Abre poderosamente sus fauces y les muestra los dientes. Jaguar decide luchar hasta la última gota de sangre por lo que ama. Papá Jaguar defiende a quienes tiene que defender, aunque el mismo ahora sea un indefenso.

Alguien acaba de disparar todas las armas letales del mundo.

Jaguar cae panza arriba y gira, toda la montaña se le viene encima. Allá lejos se levanta la cordillera y papá Jaguar siente el amor como una estrella fugaz saliendo de su corazón. Ya nunca más, piensa, ya nunca más.

Ahora el fuego revienta insistente su desfile de cruces y quejidos.

Jaguar se precipita hacia el barranco con sus garras potentes desgajando las piedras y sosteniendo sus lánguidos hilos de vida.

Yo fui quien encontró a Jaguar malherido, allá, donde intentan encerrar nuestro río. Nunca había visto un jaguar tan de cerca. Sus ojos ya no tenían ningún rastro de furia. Su cuerpo largo estaba totalmente caído, sin ninguna potencia. Le puse agua en la boca y tuve el tiempo suficiente para pedirle perdón, para besar su frente y abrazarlo hasta mancharme con su sangre sagrada. Le prometí hacer algo más que llorar.

Edifiquemos en nuestro corazón un minuto de silencio por nuestro hermano Jaguar, animal valiente y noble de nuestra selva, quien siempre luchó por las otras especies, sus compañeras y compañeros que también están sobreviviendo en este momento.

Y desde esta porción de nostalgia y fe, les encomiendo en sus oraciones a Mamá Selva, a mi hermano Tepezcuintle, mi hermana Danta, mi hermano Cenízaro, mi hermana Caoba, mi hermana Boa, mi hermano Oso Hormiguero, mi hermana Guatusa, a mi hermano lagarto. Son también tus hermanos y hermanas, y todos los días, sin faltar uno, cantan y rezan para ti, las canciones y las oraciones más hermosas del universo.

Un jaguar acaba de nacer, mamá jaguar lame su pelaje tibio. Ya camina por si mismo. Cientos de ranas azules, verdes y doradas inician su concierto para darle la bienvenida. Un quetzal vuela de lado a lado de la esperanza. Los monos le cantan y le cuentan.

Cada nacimiento es una elevación de las fuentes eternas. Por eso florecen las parásitas.

Pequeño Jaguar camina, ve pasar un colibrí, olfatea el misterioso aroma de la selva y sigue una huella. Sus ojos brillantes de Jaguar persistente, también miran hacia las estrellas.


 

 

Concierto de navidad en La Soledad

Sí, la cara en aquel periódico, era la cara de Luis Enrique.
“Niños Cantores de Viena en Costa Rica. Gran concierto navideño para todos”, decía el título de la portada.
Mi amado hermano Kike. Aunque abajo decía Jean Baptiste Maunier y otras voces de ángeles.

Hace algunos años todos nosotros fuimos recogidos por el Patronato Nacional de la Infancia para después ser dados en adopción. A Kike, el menor, se lo llevaron a otro país. Yo escapé y continúo viviendo en las calles. De mis otros dos hermanos, no supe más.

Nuestro papá fue cantante de mariachi, y siempre se escuchó música en nuestra casa. Sobre todo cuando papá llegaba borracho. Entonces nos echaban la policía por escuchar música tan fuerte en las madrugadas.
Cuando mamá murió por una tuberculosis, papá se hundió en el alcoholismo.

“Niños Cantores de Viena estarán en la Plaza de la Soledad, concierto gratis”. Era mi oportunidad. Kike tenía tres años cuando lo dejé de ver, pero el amor tiene buena memoria, y aquel niño de la foto era mi hermano. Además, entre tantos niños rubios, fue fácil identificarlo.

Llegó el domingo, había muchísima gente. Pusieron un cordón para evitar que pasaran más personas de las permitidas a la zona de sillas.
Me fui escurriendo entre aquella multitud. Le pedí a Dios que pudiera estar cerca para salir de la duda.
De pronto uno de los organizadores dijo: -no más personas, retrocedan-.
Corrí, pero un señor de la seguridad me tomó fuerte del brazo.
-Ordénese o lo sacamos con la policía-, me dijo.
Esperé con paciencia. Quería gritar, - ahí canta mi hermano, déjenme entrar por favor-
Por fin, vino un señorita y dijo: -tengo un campo- grité, -yo por favor-. Como casi todo mundo venía acompañado, fui el elegido.
El señor que me había regañado me miró, y ya no dijo nada. Salí corriendo hacia esa silla.
Hacía mucho frío. Pero uno puede aguantarlo todo cuando se trata del alma, de la vida.

Esperamos un buen rato, de pronto empezaron los aplausos. Ahí estaban los niños coristas. Ahí estaba Kike, o el niño que se parecía tanto a él.

En la tercera canción me miró a los ojos, al menos eso sentí.
Era “Noche de paz”, y la cantaba en un nítido español. Recordé cuantas noches pasamos asustados esperando la navidad, y cuántas veces yo le regalé alguno de mis juguetes viejos, porque no teníamos nada que regalarnos.

Entonces me levanté y grité: Kike, Kike, te quiero mucho, soy yo Joaquín, aquí estoy.
La gente me mandó a guardar silencio, vino el señor de seguridad.
Kike se quedó perdido mirando la multitud, y cuando la canción terminada, se desmayó.
Yo corrí hacia la tarima, pero me detuvieron los organizadores.
Después me sacaron.

-El que se desmayó es mi hermano Kike, les dije llorando.
Una señora de la Cruz Roja me dijo que me llevaría a un albergue juvenil del Patronato. Yo le dije: -sí, por favor

Ahora me tienen con una Psicóloga.

Yo sé donde está Kike, y haré lo que sea por encontrarme con él. Yo sé que él hará lo mismo cuando llegue el momento.
Empecé a estudiar, y estoy en el coro del albergue también.
Ahora tengo un motivo grande en mi corazón.

“Noche de paz, noche de amor”, para todos mis hermanos, donde quiera que estén. En especial para Kike, el más pequeño, quien más sufrió todas separaciones que la vida nos tenía en el camino.

 

 

Doña Marina, la abuela acróbata
Vivía muy cerca de nuestra casa. Era una abuela diferente, definitivamente diferente. Flaca, alta, de pelo largo y canoso. Un rostro blanco, bello.
Muy temprano se bañaba y se ponía sus ropas alegres, llenas colores.

Mi mamá trabajaba, y salía todas las mañanas cuando aún estaba oscuro el día.
Así, pequeños como éramos, nos quedábamos solos, pero no tan solos.
Aunque no era su trabajo o su obligación, doña Marina se hacía cargo de nosotros. Estaba pendiente de que todo marchara bien. Hasta nos peinaba y nos paraba los pelos con moco de gorila.

Cuando íbamos a la escuela por la tarde, doña Marina y sus nietos pasaban muy de mañana a invitarnos a sus juegos. Nadábamos en el río pequeño, donde con su ayuda construimos una poza. Ella misma nos enseñó a clavarnos desde la rama de un guayabo.

Para nosotros, doña Marina era una súper atleta, una abuela elástica y maromera. Muy divertida y solidaria.

También jugábamos a resbalarnos en cartones y tablas en el potrero, y otra vez, doña Marina tomaba las pendientes más pronunciadas y bajaba como una astronauta. Y si se caía, se levantaba muerta de la risa. Si nos caíamos, nos invitaba a levantarnos, a intentarlo de nuevo. Nuestras carcajadas se tejían en el aire como trenzas de lluvia.
-Nunca dejen de estudiar- nos decía, -será la manera en que puedan ayudar a su mamá. Le podrán comprar esos regalos que sueñan darle. También ella estará tranquila de ver que ustedes son felices.

Y cuando llegaban las tardes o las mañanas de fútbol, era rápida y muy buena para los trabonazos. A veces se quedaba como guardameta, y sus manos se estiraban como si fueran de chicle. Hacerle un gol a doña Marina era toda una hazaña.
Como doña Marina era una abuela completa, también hacía pinto y deliciosas empanadas. Nos hacía helados con las frutas que recogíamos del potrero: moras, guayabas, nísperos, mangos.

Un día, como para no olvidarse jamás, doña Marina nos llevó a la gran catarata, un lugar prohibido para nosotros los niños. Llevaba un mecate y una varilla larga por si alguien se quedaba atascado en la poza.
Esa mañana, mientras reíamos y saltábamos al agua, ella nos gritó:
-Allá chiquillos, en aquella rama- Todos miramos.
-Ese es el pájaro siete colores, quien logra verlo llena de luz su mente. Nunca olviden este momento, escuchen.
Y el pájaro siete colores empezó su concierto.
-Cuando se sientan solos, o sin fuerzas, recuerden este canto. Dicen que es el mismísimo silbido de Dios.

Doña Marina cuidaba también los perros, daba pan a las palomas, curaba a los enfermos.

En tardes lluviosas nos contaba historias. “Viví mucho tiempo en Panamá”, nos decía. “Pero acá en Costa Rica conocí a Francisco, el amor de mi vida”. Entonces sacaba una foto como de cine, donde estaban ella y Francisco hermosamente vestidos.
Nos hacía algunas comidas estilo Panameño y nos enseñaba a bailar. Como buena abuela elástica bailaba cumbia, bolero, merengue y hasta reguetón.

Un día murió su amado Francisco, el abuelo, y ella se elevó por encima de la tristeza para seguir viviendo, porque quien ha amado, quien lo ha dado todo, supera esas perdidas con mucho mayor fuerza.
Y la abrazamos, le llevamos caramelos, igual que lo hacía ella en nuestros tiempos de infancia.

Yo se, que el pájaro siete colores anidaba en su corazón, por eso, recordarla a ella es recordar el silbido de Dios.

Hoy, a sus ticinco años, ya no hace tantas acrobacias, pero su espíritu de niña aventurera continúa reinando en su cuerpo y doña Marina sonríe con ganas de salir corriendo hacia una poza que ya no existe, con unos nietos que ya crecieron.





 

 

Versos para untar la nostalgia
 de un emigrante
 
Minor Arias Uva
 Dedicatoria
 A Ignacio Santos Fernández, mi maestro de la poesía y de la vida.
 A Óscar Azmítia, mi Hermano.
 A mis queridos primos Edixon y Mayra, quienes han vivido estas distancias.
 
Agradecimiento
 A Luis Enrique Arce Navarro, por impulsar estos versos y toda la poesía de nuestro Valle.
  
Me iré mañana con todo el peligro de los muros,
con una deuda trenzando mis sueños.
Me iré en la noche
para que no sufran tanto los niños.
 
Me enjuago la boca con aguadulce
para darle a ella este beso.
 
Aquella luz es mi casa.

     
   

Mi País es un valle ancho
para vivir atento
 
I
 
Permítame sentir otra vez la luz,
 el ritmo de quien camina su propia patria.
 
Permítame conocer el frijolar de mi padre,
el templo blanco que mencionó mi madre,
y ante todo,
dar estos abrazos
que me ponen a llorar,
cuando el atardecer se me parece
a los atardeceres de mi Valle.
 
Tocaré a la puerta
y será el origen de la vida.
 
II
 
Yo oro y confío en la promesa que hice,
aunque a veces,
y esto sí te lo confieso
cerrando los ojos
y tomándome la frente,
me canso de la paciencia.
 
Quisiera correr ahora mismo
como lo hice en la infancia,
con las manos abiertas
y con todo mi país
 untado de sentimientos.
 
Anhelo romper las distancias
y que vengas
a tomar café conmigo
y contarte mi sueño.
 
Eso quisiera...
 
III
 
Donde nací,
abundan los ríos,
la lluvia galopa
las sincronías de la montaña
y nos da tiempo para correr.
 
Donde yo nací,
se reúne la fertilidad
cada madrugada.
Los almendros alimentan
lapas verdes,
y en la tierra negra y fértil
revientan alegres las semillas
sinfónicamente esparcidas.
 
Así es donde yo nací.
 
IV
 
Trabajo y trabajo sin meditarlo tanto,
estudio y camino,
vuelvo al rito.
Me pongo a leer en algún autobús
o en las bancas de un centro comercial.
 
En mi corazón,
el gran motivo:
regresar.
 
-“Volverás un día
galopando el aire
con este nuevo libro.
Verás otras vez
los ojos color miel
que te han soñado a la vuelta del camino
y el corazón ancho de tu madre
convertido en un puente”.
 
Eso me dijo don Ismael,
el chamán boruca
quien me espera
en la esquina temblorosa de cada sueño.
 
Amanecí untado de esperanza
desde entonces,
con un entusiasmo
bordándose en mi sangre.
“Volverás un día...”
 
V
 
En ese Valle
quedó mi corazón navegando
como un canto en el agua,
como aquella luz traviesa
que nacía en el cementerio indígena.
 
Recuerdo la iglesia blanca
y las bancas del parque
llenas de viejos buscanovias.
 
Se me quedó el cafetal untado en la manos,
el aroma de la caña
y un maizal tierno
como un prado
 cerca del río.
 
El árbol de nances
con sus pequeños soles dulces,
y las guayabas recién mordidas
 bajo la lluvia.
 
Más profundo hacia el horizonte verde,
 los cerros,
el Chirripó que subimos juntos un día.
 
Lloro desde esta ciudad
que no me conoce.
Limpio mis lágrimas
con este pañuelo de flores.
 
Allá vivo yo,
-dónde?, me dice alguien,
-aquí, digo,
tocándome el cuenco del corazón.
 
VI
 
El no regreso
se parece mucho a la muerte,
se parece mucho a la suerte
de quien se pierde en un desierto.
 
Sueño frecuentemente
que un autobús de mi país
pasa cerca de estos apartamentos,
y cuando corro a detenerlo,
me gritan todas las voces de la nostalgia:
-va lleno, it is full.
 
VII
 
Un poco más de dinero
para pagar la hipoteca,
un poco más de trabajo
para atraer algo más de dinero.
 
Ha pasado el tiempo
con su lámpara violenta
y aquí estoy de madrugada,
viendo la rutina de un techo,
sin ayotales tiernos
ni milpas floreando
al vuelo de los chucuyos.
 
Hoy tengo un cansancio como de piedra,
necesidad de dormir a orillas de un río
hasta diluirme en el trópico.
 
No me preguntes cuándo, hermano,
porque es incierto.
Quizá mañana,
aunque lo pierda todo
para ganar mi país
y el tesoro borroso
 que es ahora mi familia.
 
VIII
 
Donde quiera que vaya
digo que soy de allá,
que nací de usted.
 
Donde quiera que sea
me acompaña el brillo de mi patria,
el canto de los niños a las tres.
 
A estas horas
me traslado con un canto
hasta la selva que fue mi vientre.
 
Yo tengo un país
que cabe aquí en mi mano,
porque mi mano es un universo fértil.
 
 
 
IX
 
Hay días en que amanece una canción
vibrando en el aire
y mi cuerpo es liviano como el incienso.
 
Salgo entonces con mi país
untado en las retinas,
con la seguridad
de que mi patria es antes que nada,
 aquí en mi corazón.
 
Y al llegar la tarde,
inesperadamente alguien me pregunta:
-¿de dónde eres hombre feliz?.
 
X
 
Mi corazón es un cántaro reciente
donde se mecen dos océanos.
Huele a selva aquí en mi pecho,
traigo lunas llenas en la mente,
y sonrisas y manos extendidas.
 
Las tortillas recién hechas se doblan así,
quemaditas,
y se untan con natilla.
En mi país el café es delicioso.
 
Tienen que vivirlo,
por eso me pongo tan nostálgico
cuando lo cuento,
cuando sueño con mi valle fértil
y despierto aquí,
 tan encerrado.
 
XI
 
En el valle,
yo conozco los árboles que me dan oxígeno,
cedros, bacos, laureles,
guayacanes, espaveles y cenízaros.
 
Conozco los ríos que habitan cada molécula en mi sangre:
Peje, Savegre, Brujo, Ceibo, Grande.
 
Conozco los sonidos que se combinan
para donarme sus conciertos:
guacos, congos, tucanes,
y silbidos del bambú a las tres.
 
Conozco las frutas dulces y jugosas:
mangos mechudos, zapotes, manzanas de agua,
bananos criollos, nances en fresco.
 
Conozco el aroma
de una arepa con aguadulce,
o de una chorreada en un comal de hierro.
 
En mi tierra
mi pensamiento viaja
por carreteras largas
que yo conozco.
 
Entre horizontes de brazos anchos
que transparentan mi cuerpo,
me convierto en mapa.
 
XII
 
Hijo, si ya no puedo ir,
vaya usted.
Dígale que fui un buen testimonio,
que habitó siempre en mi pensamiento,
que nunca paré de hablar de sus bondades.
Guardé fotos y recortes
para sentirle cerca.
 
Llénate los pulmones en la parte alta del camino,
donde está la piedra sagrada,
y suelta un grito por mí,
que sepa mi valle quién eres.
 
Si ya no puedo ir,
porque el tiempo pasa
 como una ráfaga
y nos deja sin movimiento,
arrodíllate en mi tierra
y llora un poco.
 
Abrázate con el primer árbol que encuentres,
hermánate con los vecinos,
porque ahí estuve, hijo,
ahí sigo.
 
XIII
 
Quizá no le haya dado
todo cuanto usted merece
por darme la vida,
por nutrirme los primeros días de mi existencia.
 
Quizá no basten mis versos ni mis canciones
 para agradecerle esta piel indígena y resistente.
 
Gracias a usted me respeto mutuamente
 con reptiles y felinos,
y conozco el orden de las nubes.
 
Gracias valle vientre,
madre y padre de mis vigilias,
 y de este cariño
que voy untando por la tierra.
  
 


 

Ungüentos viejos
para aliviar distancias

 
I
 
Me atormenta pensar que alguien te acerque el corazón
y en tu soledad digas sí,
y me olvides como a aquella vieja canción
que aprendimos juntos.
Todo eso pienso
mientras descanso.
 
A veces,
en el reflejo de alguna ventana
creo verte
y me pongo triste.
 
Nadie sabe lo que se siente
hasta que se aleja de su raíz
como un transplante.
 
Hasta que escucha una noticia mínima
 en el CNN News
acerca de un país tropical
y se le nublan los ojos.
 
II
 
Si el mundo está todo interconectado
por ondas puras de sentimiento,
como dijeron los científicos,
hoy has de sentir mis versos
como caricias recientes
igual que montañas protegidas por el tiempo.
 
Si se trata de resonancias todo esto que uno siente,
te mando, amor, este alimento,
esta esencia
para que la untes en la casa
y la pongas en tu cuerpo
cuando me añores.
 
Este es ahora
 mi único anhelo.
 
III
 
Brilla un instante
la luna en mi memoria,
un pájaro se mece en la copa de un pino
y yo te recuerdo,
así como eres,
pensativa y bella,
sentada en la ventana
bordando un mantel
para esperarme,
mientras los niños toman
agua dulce y pan casero,
mientras se anuncian huracanes
y tu tan firme en tu fe,
sonríes
y llenas un cuaderno con versos.
 
IV
 
Añoro que estés aquí,
en otra provincia,
al alcance de un autobús,
para viajar ahora mismo
a darte un beso.
 
Me gustaría ver a mis hijos
y llevarles un gato pequeño.
 
Pero están allá,
a mucho tiempo de distancia,
a mucha distancia de mi tiempo.
 
Es difícil dormir
teniendo como almohada la nostalgia,
es difícil dormir
cuando uno añora la patria
y todo el amor que la habita.
 
Yo tengo un pecho vulnerable
y lleno de recuerdos.
Aquí vive usted,
mi corazón es un planeta
con trapiches y cafetales,
trópico sostenido
en extenso vuelo de garzas.
 
V
 
He perdido tanto de ti,
que a duras penas recuerdo ya tu territorio,
los senderos luminosos
que me llevaban a tus labios.
 
Me vienen recuerdos como granizos,
y me quedo triste
mirando el cielo.
 
El tiempo es una avalancha sobre lo cultivado.
Tengo poemas para leerte,
cantos nuevos,
pero ya nada será posible,
los chamanes han guardado sus tambores,
y aquí, ni tan siquiera
 se ven las estrellas.
 
He perdido tanto la esperanza, amor,
he perdido tanto...
 
IV
 
Te has ido
con todo el silencio
en tus costales.
 
Yo vigilo el aire
y espero.
 
Quizá una espora de palabra
escape y fecunde
nuestro pensamiento.
 
Quizá entonces me digas,
nos digamos:
“te anhelo, te extraño.
Lástima el tiempo derribado.
Que desatentos fuimos”.
 
V
 
Yo no quiero el cuerpo de nadie,
sino tu cuerpo,
la mirada tuya quiero,
reconstruyéndome.
 
Que me lleve un avión hasta el valle,
y desde un paracaídas
caer en tus campos.
Que despertemos a los niños
para viajar hasta el río
 por unos peces.
 
VI
 
Cimarronas de mi valle
tocan para ella
en este cumpleaños ausente,
sin besos.
 
Mi corazón es una hilacha que flota.
 
Viene mi casa fluyendo
en una banda de neuronas.
La luz tenue de mi hogar
yace en una cueva de recuerdos
que protejo con recelo.
 
No me olviden manos de mi amada,
labios no me olviden.
Perro mío no me ladre.
 
VII
 
Almaceno tanto para contarte
que ya no tengo estantes en la memoria.
Y cuando la belleza me invade
como un cielo azul en una ciudad callada,
quiero que estés
para abrazarte con todos mis versos.
 
Quizá todo acabe
y tu corazón sea un planeta lejano
y ninguna nave venga a recogerme.
Por eso lo escribo,
para tener la esperanza
de que algún día
este poema llegue a tus retinas
y me añores, quizá.
 
VIII
 
Nunca me olviden piedras del valle,
ceibas gigantes, guachipilines,
Nunca me olviden.
 
Quizá no vuelva,
uno no sabe,
nadie sabe.
Han pasado años y cumpleaños.
Murió mi padre mirando la vuelta del camino rojo,
y quedó mi madre
llorando con el paso de cada avión.
 
Y uno dice: mañana,
y cuando se percata,
han crecido los hijos
que no ha visto.
La mujer se cansa de esperar.
 
No me olviden piedras el valle,
soy yo,
aquí está mi cicatriz,
y esta partitura ancha
 amoratando mi corazón.
 
IX
 
Te voy a tomar en los brazos
y te voy a llevar montaña adentro,
hasta una cabaña
con parales de luz,
donde el tigre rasca
y el congo anuncia.
 
Ahí te besaré desde todo mi trópico,
entre orquídeas y cascadas,
bejucos y ráfagas de semilla.
 
Amor mío,
pensamiento que me sostiene,
esperanza anidando
en un nido de oropéndula.
 
X
 
Han crecido los niños
y el cafetal va ya por la quinta cosecha.
 
En mi guitarra
duermen ahora las arañas.
 
Uno pierde el encanto
cuando se afana,
cuando mira borroso el valle
y el río lleno de iguanas
ya no fluye en la memoria.
 
A veces,
me sustento con un canto
de los que hablan de mi tierra
y me tomo de una lágrima
para inundarme de patria.
 
Habré de volver cafetal con luna,
casa con música,
manos de mi amada.
habré de volver,
habré de volver,
habré de volver,
me repito
como un mantra.
 
XI
 
Allá, donde se prenden aquellas luces,
vive ella con toda su belleza,
con su tierna manera de tejer palabras.
 
Aún no me cura la poesía.
Es corriente que me invade
y deja estrellas estalladas en mi cuerpo.
 
El amor me rocía la memoria
y me adormece los labios.
 
De mi pecho han sacado una casa,
y ha quedado una calle
vacía de árboles.
Ningún gato maúlla.
 
Muero del amor que muere,
como una tierra sin agua
y sin cuidados.
 


 

  
Versos para extrañar a mi padre
A Nacho Santos Fernández
 
I
 
Estar aquí tan lejos
sin poder mirar su agonía,
sin donarle de cerca
mi canto y mi tiempo.
 
Imaginando los gatos
maullar por toda la casa
buscando su caricia.
Y usted sin poder hacer nada,
sino contemplar el tiempo,
pensar en mí, quizá,
esperar eternidades llenas de selvamar.
 
Pero ya estuvo padre,
un salto,
laberinto luminoso que se expande.

Ahora lo sabe.
 
II
 
Añoro que conozcas a mi hijo
y le enseñes a soñar la poesía del mundo
como lo hiciste conmigo.
 
Aquí estás, padre,
completo en mi corazón.
 
A él también le gusta el fútbol,
y es ordenado como usted.
Le emociona Mozart
y la música de los aguaceros.
 
Volverás, padre,
volveremos,
la vida es un ciclo fecundo de pensamientos,
por eso sucede el poema.
 
Así como está el sol
abrillantando las hojas,
lo recuerdo a usted, padre,
amigo de todos los gatos,
generosamente atento.
 
III
 
Aunque no le pueda contar,
aunque no le pueda decir estos versos,
estoy viviendo para usted.
 
Salgo a la vida con el motivo suyo
untado en el alma.
 
No sé si nos volvamos a ver,
llevo mi esperanza vigente
como aquel rancho en la montaña.
 
Tengo una gata que se duerme en mi pecho,
y una perrita con un ojo azul y otro negro.
Nada de eso le he contado.
Todo lo guardo como un buen presagio.
 
Quizá estemos listos un día
para dejar que el universo siga su curso
mientras nos dedicamos a vivir
en el cuenco de un electrón travieso.
 
Todavía miro el volcán cada mañana
y pienso en usted
como mi más amado rito,
mi añorada profecía.
 
Todavía espero
que alguien toque a la puerta
y con un desdoble en el tiempo,
usted me diga:
-¿para qué soy bueno?.
 
IV
 
Yo no le he olvidado un solo instante,
en cada paso mío
es usted quien camina.
 
Canta el gallo
y viene la mañana como un brinco.
Tengo su sombrero colgado en la puerta,
y veo el campo crecer desde mi ventana.
 
Tengo tanto para contarle,
mi corazón es un remolino perpetuo.
 
V
 
Ni se imagina padre
cuánto ha sucedido en estos años,
en estos siglos en que usted no me mira
desde sus ojos terrestres.
Ni se imagina padre.
 
Ayer, por ejemplo,
caminaba por un gran centro comercial
y me iba muriendo de poesía
o de nostalgia,
uno no sabe verdaderamente
de qué se muere a veces.
 
En estos días también,
 he conocido una mujer
y he pensado, pienso que es.
Ya sabe, lo que hablábamos, padre.
Pero a veces, me suspendo en incertidumbres.
 
Si usted estuviera,
si pudiera preguntarle.
Porque todo es pasajero aquí en la tierra,
o uno no sabe.
¿Serán sus nietos los que brillan en los ojos de ella?
¿Usted qué siente, padre?.
 
VI
 
Voy caminando por recuerdos,
por espacios que habitamos juntos.
Entonces llueve torrencialmente
y usted navega,
se sumerge en mis ojos.
 
Anduve por las calles
urgido de escribir,
y ahora llego con rescoldos de tristeza
que unto así,
 mientras afuera continúa la lluvia,
y caen truenos,
y mi perra se asusta,
y mi gata se estira junto a mí.
 
Si llegara usted por esa puerta
tan sólo este abrazo largo
 tendría para contarle.
 
Padre, cuando ya todo sea explicado,
espero nacer junto a usted,
y ser su hermano gemelo.
 
VII
 
Ayer, entre gente importante,
leí, padre,
y amaron mis versos.
 
Uno debe sostener la humildad,
eso me dijo usted
cuando llegué corriendo con una medalla.
 
Ya ve padre,
cuanto tiempo ha pasado,
cuantos libros y cuantas lágrimas.
 
Y ahora empiezo de cero
con este poema para usted,
con esta poesía que me alivia.
 
Usted no se ha ido nunca,
papá, niñito mío,
valentía de mi espacio.
 
Así sucede
cuando el día amanece tan callado
y las canciones azules
meten en mi corazón
 esta danza lenta.
 
Así sucede
cuando usted amanece
acampando en mi pensamiento.
 
VIII
 
Todos los perros ladran
ante la alerta del mundo.
 
Ha llovido,
se han roto los ríos
y los peces quedan aislados
como indefensos cantos de plata.
 
Los niños observan tristes
los barrancos
y saben de la sierra,
de la basura innecesaria,
de los disparos en la cara del tiempo.
 
La esperanza viene galopando
atropellada de barro,
pero viene,
sabe que la esperan.
 
Continúe cantando,
renaciendo con cada amanecer,
es una orden que dicta el corazón
cuando guardo silencio
y pienso en usted.
 
IX
 
Llueve gigantescamente en los techos de zinc,
el maíz danza con el viento y la tormenta.
 
Y estamos en la casa,
a salvo,
mirando el camino largo
que nos alejó tanto
 de nuestro pueblo.
 
Pescados pequeños y tostados
con arroz blanco
 cultivado con sus manos.
Café del nuestro.
 
Esas memorias me vienen, padre,
y la vida entera pasa como un pájaro.
 
La nostalgia anida
 en un nido de oropéndula,
de lado a lado,
hebra a hebra de mi carne.
 
Mi gata Pipa viene, me salva,
y le descargo de golpe
mi dosis de cuidados.
 
De cuando en cuando, padre,
la poesía quema
la pared de mis venas.
Entonces, me quedo sin nombre,
muriendo de incertidumbre.
 
Envíeme otra señal, padre,
quiero saber por séptima vez,
que usted está bien.
 
X
 
Como una profecía
llegaron estos versos.
 
Usted me preparaba,
conocía el significado de las garzas azules
y del arco iris persistente a lo largo del camino.
 
Se me ha quedado el corazón sin casa,
y me duele el aire cuando respiro leve.
La música, los paisajes.
 
Su ausencia será cuestión de tiempo,
me dicen.
Pero nunca se irá usted, padre,
porque en dimensiones muy concretas,
yo soy usted.
 
XI
 
Hoy cayó serena la lluvia
y nació la molécula
de este sonido que soy.
 
XII


Este país tan ancho
no me basta
para sentir su ausencia.
 
Veo un gato
y ahí está usted,
quijote de la vida,
elevando mariposas y libélulas.
 
Cuando mi corazón se pone así,
como roído por las breas de la tierra,
y el dolor me sube como un escarabajo
hasta las retinas,
retomo su canto,
su firme manera de impulsarme
 hacia la existencia.
 
Nunca ha estado usted tan cerca,
a pesar de esta nostalgia
que se expande
hacia todas las eternidades.
 
XIII
 
Ante el mínimo descuido
me viene un recuerdo,
encuentro un cuaderno,
o un libro,
con las huellas suyas.
 
Incluso combinaciones de luz,
exactas
y silbidos intactos
que me obligan a mirar.
 
Que puedo hacer con este dolor
sino pintarlo en hojas blancas,
expresarlo en oraciones celestes
de jengibre y miel de abeja.
 
Cuando alguien me pregunta,
 así, repentinamente,
¿es cierto que murió su padre?
Digo, así, instintivamente:
no, asómese a mis ojos,
y mírelo.
Escúcheme atento.
 
XIV
 
Cuando alguien me habla de usted
me quedo en silencio.
Entonces pasa una mariposa amarilla.
 
XV
 
Me queda el sustento
de haber habitado en su memoria.
 
Me queda su voz
llamándome
con todo el eco de la palabra amistad.
 
En un basto canto de galaxias distraídas,
reposa mi corazón dolido
como un maratonista.
 
XVI
 
Cuando el viento sopla así, frío,
y el sol es una fiesta brillante entre las hojas,
cuando la música me mueve así,
como a la montaña,
viene su recuerdo, padre.
 
Encuentro libros, fotos,
universos completos habitados por usted.
 
Ante tal disparo de sensibilidad
no me queda sino escribir,
salir ahora mismo al mundo
con toda su fuerza untada en la mirada.
 
Ya llevamos tantos días, padre,
que pueden ser incluso siglos,
porque echarle de menos
es mi manera de estar en el mundo.
 
Mi corazón arde como un holocausto
y la música sigue,
el viento sigue
la vida sigue sigue sigue sigue...
 


   
   
   

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Revisado el: 07/08/12 07:51:32 AM.

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