|
|
|
|
Atardeceres
|
|
Flores
|
|
Arquitecturas
|
|
Insectos
|
|
Varios
|
|
Arte
|
|
|
Tienda
|
|
|
|
|
|
Inicio
|
|
Francisco Amighetti
Ruiz |
|
|
|
|
Libro Francisco
Amighetti, UCR |
|
|
|
|
Exposiciones:
Individuales
Colectivas
Biografía
Premios
Obras
Comentarios
Publicaciones
|
|
FRANCISCO AMIGHETTI,
Libro, editado por la Universidad de Costa
Rica,1989. ISBN 997767-1125 |
Presentacion al libro
FRANCISCO AMIGHETTI.
Editado por la
Universidad de Costa Rica, 1989.
diseño y edición
grafica Sonia Calvo
ISBN 997767-1125.
I
Si en arte existieran pautas o valores permanentes
no habría arte, sólo repetición o eco — cercano o
lejano— de todo lo ya hecho desde Font-de-Gaume,
Shen-fuchun o Bonampak. Tampoco en arte
—¡asómbrense!— existe el Tiempo. Para los 'Bisontes'
de Alta-mira, la 'Puerta de los Leones' o las
'Bailarinas' de Cnossos el Tiempo no pasa. Así,
sencilla mente: ¡no pasa!
Son olas. Una ola otra ola otra ola otra
ola-infinitas. Unas tiernas, con encajes y traje de
organdí; otras mansas, pero con poderosos músculos
ventrales; o pavorosas, preñadas de espanto, amigas
de la muerte. Todas ellas, sí, eso sí, con el
ineludible deber de ceder el paso a la ola que viene
detrás, la que ya está trepándosele en las ancas a
la anterior.
¿Y cuál ha sido la ola más grande de todas las olas?
Pero, ¿es que hubo alguna vez la más grande? ¿O cada
una fue la 'más grande' cuando fue,? ¿No han visto
el mar? ¿No se han dado cuenta cíe que cada ola,
cuando está en su trono, en ese centésimo de segundo
en que despliega todo su poderío, es la más
grande de todas?
Sí, no hay metros ni pautas en el arte. Por lo
contrario, ante lo que estamos es ante una ecuación
con un número infinito de incógnitas y lo que se
exige es resolver al menos una, una sola. La que nos
corresponde. ¿Por que así? Porque si bien el arte es
una forma de conocimiento de la realidad, el conocer
es social, pero también personal. Y, en arte,
mayoritariamente personal. Nadie puede concebir su
obra partiendo cié lo que otro conoce o ha vivido. Y
cada cosa es distinta, en algo, para cada uno: un
camello para mí, un coco drilo para una parisiense,
una orquídea para un ciego, una estrella para
Einstein. Y es precisamente lo anterior lo que abre
caminos innumerables para la creación artística.
Eso: que cada sueño, crepúsculo, ritmo, relación
amorosa, participación y lucha o zapato viejo, sean
todos distintos para cada uno. Y que a cada uno de
dos gemelos monocigóticos les diga cosas distintas
la 'Barcarola' de Chopin.
¿Y si acaso alguien descubriera el 'mínimo común
divisor humano' (si existiera compu tadora capaz de
encontrarlo, trabajando años luz a todo trapo)? Esa
respuesta dependería de quien hubiera programado a
la computa dora, por lo que habría que sacar
entonces el 'mínimo común divisor' de todos los
progra madores para que el programa que... No sigo.
¡Qué rico, qué asombroso, qué complejo resulta el
proceso de la creación de la obra de arte:
escultura, novela, retrato, pirámide, sonata, 'pas
de deux', poema o rascacielo. Qué laberíntico el
proceso de su creación y qué laberíntica la manera
como llega al corazón de cada cual. De cada cual: de
cada ser humano, con su maravillosa condición de ser
único, singular e irrepetible.
Entonces, sí, el arte es una forma de conocimiento
de la realidad. ¡En China el color del luto es el
blanco! Y si es así, ¿les puede entonces decir lo
mismo el 'blanco' a los chinos que a nosotros?
II
Al final de la primera década de este siglo, en la
cintura de América nació un niño. Parecía común y
corriente, sólo que desde muy chico fue distraído,
—'ido' que llaman— y tan precozmente enamoradizo que
les levantaba la enaguas a las niñitas en la
escuela. Les tenía, además, miedo a los murciélagos
y mucho miedo al diablo. Era delgado, casi flacucho.
Y más que jugar a los trompos o a la pelota le
gustaba observar las vetas de la madera, el
entrelazamiento de las ramas de un higuerón o el
rebaño asustadizo de las nubes cuando soplaban los
nortes. Y en particular le gustaba el ambiente
cálido de la cocina, con su techo de tejas, su pila
llorando por un trapito y la boca iracunda del
fogón. Le gustaba porque allí podía crear, crear,
con la masa del maíz, muñequillos —conejos, ranas,
pescaditos— que después ponía a cocer arrimados al
comal. Y un día —día que iba a ser definitorio en su
vida— sacó un tizón de la cocina y comenzó a dibujar
con él, en el aire, como con un pincel, hermosísimos
arabescos purpúreos. Los primeros que hizo le
produjeron gran perplejidad. Eran fugacísimos, pero
de un modo misterioso persistían en sus pupilas
absortas, como si un finísimo buril los hubiera
grabado allí para que perduraran unos segundos más
en la retina. Se sobrecogió. Y el escalofrío
alborozado que sintió en el corazón fue aun mayor
que el que sentía cuando le levantaba las enaguas a
las chiquillas en la escuela.
Por esos años un incendio devoró la casa. El fuego:
amigo desleal, traidor; pincel ígneo, pero en manos
del diablo. ¿No habría sido un castigo? Ya ellos
eran pobres y quedaron aún más pobres. ¿No habría
sido alguien que le cobraba así haber estado
'creando' animalitos y figuras de fuego?
Venció el miedo y siguió haciéndolos. Toda su vida
siguió haciéndolos. Y no sabe hacer otra cosa.
A ese niño lo bautizaron Francisco, pero le decían
Paquito. Y nadie sabía entonces, y el propio Paquito
menos que nadie, que llegaría a ser uno de los
grandes artistas de América.
III
No es un alma simple, no, qué va, aunque a primera
vista lo parezca. Si lo fuera no habría podido
expresar una realidad tan sugerente, profunda y
contradictoria como la que tintinea. de
o se desangra en su obra. Pero, no siendo simple, si
tiene su alma condición de espejo clarísimo o de
poza de río que deja ver los guijarros del fondo.
Su vida tampoco ha sido siempre serena o plácida,
aunque, como su alma, pudiera a primera vista
parecerlo. Si lo hubiera sido no habría logrado
expresar una realidad humana tan densa, y de su
corazón no habrían caído gotas mezcladas de rocío y
de sangre.
Nos recuerda —pensándolo-queriéndolo, que es como
siempre lo recordamos—aquellos tapones de cristal
tallado con que jugábamos de niños, haciéndolos
girar para que el rayo de sol cubriera, con todos
los colores del iris, la blancura de una pared
encalada.
Fue autodidacta y no lo oculta; al contrario, lo
enorgullece. Sin estudios regulares académicos, su
invencible vocación interior lo condujo por un
camino empinado, en el que cualquiera se desalienta,
tropieza o cae. Y él tropezó, pero no se desalentó y
menos cayó. Manera exigente y única que tiene el
autodidacta de aprender.
Y emociona oírlo hablar de sus aprendizajes, pues da
la ilusión de estar oyendo a un campesino contándole
a su compadre, con su lenguaje más simple, cómo
aprendió a podar, a deshijar, a socolar... Y en esto
algo —o mucho— tiene que ver el hecho de que son las
artes plásticas, de todas las artes, las que guardan
un parentesco mayor y más saludable con los oficios.
Que su autodidactismo no induzca, eso sí, a creer
que no recibió influencias. Por supuesto que las
tuvo: como el más pintado. Cuenten las más notorias
de Picasso y verán con qué facilidad pasan de la
docena. Las de Amighetti incluyen el expresionismo
alemán de postguerra; fugaz la del cubismo; hondas
las del 'trecento y cuatrocento italianos', que le
llegaron tanto por la sangre como por la tinta; un
toque de Spilinbergo; luego los mexicanos —
en particular Posada y Rivera— y, la última y sin
duda la más benéfica, la de los inmensos grabadores
japoneses, Hokusai e Hiroshige.
Y es que es así. ¡Si lo sabremos los autodidactas!
Tú tomas de aquí, de allá, de acullá; luego
revuelves bien {tu fórmula va a ser única y secreta)
y al final le agregas una pizca de ti mismo y...
¡listo! La gracia es, primero, revolver tan bien que
ninguno de los ingredientes se reconozca, o que se
reconozca lo menos posible. (Desde luego que todo lo
anterior es mucho más complejo, pues cada uno
asimila, del mismo alimento, distintas sustancias).
Lo segundo, que esa pizca propia te salga muy de
adentro, para que sea novedosa, para que valga la
pena. ¿Y cómo logras que sea novedosa? Siendo
sincero. Porque siendo — como somos— seres
singulares, únicos e irrepetibles, todos tenemos
algo que no tiene nadie más. Y la sinceridad es la
única que puede sacarlo a flote.
¿Hay otros caminos? Tal vez. Tal vez el mar lo sepa.
¿Y por qué conviene señalar lo anterior? Para llegar
a la conclusión muy simple de que así ha ocurrido y
así ocurrirá, con los chicos, los medianos y los
genios. A esa ley nadie escapa: hará el ridículo
quien lo intente y, peor, quien se jacte de haber
escapado.
El problema es otro. ¿Cuánto es lo propio, cuánto es
'la pizca' que uno agrega {si acaso agrega algo) al
gigantesco fondo común del arte que ha venido
acumulando la humanidad desde hace cientos de miles
de años? Porque esa 'nadita' es, en última
instancia, lo único que cuenta. Y la 'pizca', o la
'nadita' de Paco Amighetti ha sido muy suya y muy
rica,
tanto que le permitió adquirir un estilo
inconfundiblemente 'amighettiano', con lo difícil
que es alcanzar un estilo personal individualizable.
Tan difícil que eso lo catapultó y hoy figura entre
los más grandes —escasos— maestros del grabado de
todo el Continente.
Seríamos inexactos y por lo tanto injustos si a todo
lo anterior no añadiéramos algo muy importante: el
ambiente en el que Amighetti se formó, el San José
de su adolescencia y de su primera juventud. El
generoso, fecundo y fermentador ambiente que hizo
madurar en Costa Rica dos generaciones sucesivas de
artistas y escritores. Vivir ese ambiente era vivir
dentro de una burbuja de libertad, creatividad y
fraternidad. Un clima humano o atmósfera cultural y
vital que milagrosamente se produjo en el San José
de entonces —por otra parte tan municipal y mísero—
y que no se iría a repetir en Costa Rica. O que
hasta ahora, por lo menos, no se ha repetido.
Les hablo del San José entre los años 1925 y 1945;
el de don Joaquín García Monge y el panal de su
'Repertorio Americano' —que para todos tuvo una
enmelada celdilla—; el de las tertulias en casa de
Carmen Lira, el de Quico Quirós, Juan Rafael Chacón,
Carlos Luis Sáenz, Max Jiménez, Emilia Prieto,
Carlos Luis Fallas, Francisco Zúñiga, Juan Manuel
Sánchez, Manuel de la Cruz González, Yolanda
Oreamuno, Arturo Echeverría, Fabián Dobles, Adolfo
Herrera García, Fernando Lujan, Ricardo Segura,
Eunice Odio... Poetas, pintores, gra badores,
novelistas, escultores. De ellos, don Joaquín en el
año 194O tenía sesenta años, y Eunice, la 'cumiche',
rosados veinte, pero el grueso del pelotón lo
formaban los nacidos a partir de 19OO —como Max—y
que había entrado en la treintena trasudando
vitalidad y fuerza creadora.
Y ese fermento fecundo, esa burbuja tornasolada
dentro de la que vivíamos, suplió con creces la
inexistencia de Escuelas Universitarias, de Letras o
de Artes Plásticas, las que fueron reemplazadas por
una Cátedra Libre, cuyas clases se 'impartían' en la
oficinita de don Joaquín, la casa de adobes y tejas
de Carmen Lira, los asientos de las ventanas en los
bajos del 'Diario de Costa Rica', la 'Compraventa'
de "chunches" viejos de Arturo Echeverría, o las
cantinas de 'Chelles' y 'El Morazán1.
Cátedra que supo mezclar sabiamente una bohemia
fecunda con la acción política (como la que se
desarrolló en la 'Liga Antifascista' durante la
Guerra Civil Española); cátedra en la que se
intercambiaban conocimientos, dudas, aventuras con
el lenguaje o el color, libros (aún puedo revivir el
remezón que nos significaron 'Residencia en la
Tierra', el 'Romancero Gitano', o los grabados de
Kathe Kollwitz y las esculturas y grabados de Ernest
Barlach) e infinitas conversaciones hasta el
amanecer.
¡Suerte impar la de quienes pudimos compartir esas
noches y días, esas luchas y sueños!
IV
Pero volvamos a Paco. Hombre de gran elegancia y
agudeza mental, como buen 'renacentista' se propuso
—y lo logró— llegar a ser un artista integral. Para
ello fue descubriendo y aventurándose por todos los
cami nos de las artes plásticas: la caricatura, el
dibujo, la pintura al óleo, a la acuarela, el mural,
la xilografía, la cromoxilografía... Y se propuso,
además, moverse en todas las escalas, desde sus
miniaturas coloreadas hasta sus grandes murales. En
cuanto a estilos, si bien ya dijimos que pasó por
varios, es con el expresionismo cuando su lenguaje
formal mejor nos revela, en toda su potencia, su
capacidad de acercarnos a la verdad de la vida, como
también es cierto que cuando su pincel le cede el
lugar a la gubia es cuando nos entrega realidades
más evocadoras y alucinantes.
Es también muy suyo, y obliga a la reflexión, la
escasa presencia de paisajes en su obra. El foco de
su interés ha estado siempre centrado en el alma
humana, la de sus modelos, la suya propia y la de
sus numerosos 'dobles' interiores (tiene muchos más
que el común de los mortales). 'Dobles' suyos a los
que sentimos rotando, como en un caleidoscopio, en
sus obras, reflejando su propio mundo interior,
iluminador, lastimado, vital, florecido y, en
escasos momentos, impiadoso —como cuando debe
enfrentarse a la vejez y la muerte.
Y así, con la misma livianura con que pasea sus
ochenta y un años por los prados del campus
universitario, se renueva y renueva en una pasmosa y
continua creatividad, que no creemos gratuita, ni un
don del cielo, sino producto de una libertad que se
ha auto-concedido siempre, negándose a cualquier
cosa que pudiera limitársela.
Y Paco es además, para ir terminando, una especie de
cajita china o 'matrioshka' rusa, pues tenemos que
también es excelente y finísimo memorialista y
poeta.
¡Qué le vamos a hacer, así nació!
Pero, y esto que sigue es muy importante, no habría
llegado a ser, como él mismo lo ha dicho y escrito,
el gran artista que es si no hubiera tenido una
profunda sensibilidad social. Patente está en su
obra. Patente en el gran calor humano con que su
caligrafía abriga a los seres más atrapados por la
soledad y la desventura.
Además le remordía (remordía) la idea de que su arte
quedara recluido sólo en casas particulares y aspiró
a un arte a la vista de todos, incluso de los más
misérrimos, los que, a lo sumo, tienen un cromo de
angelitos pegado en la pared con dos tachuelas. Y a
ese profundo sentido social le debemos sus murales
en las distintas clínicas y hospitales del Seguro
Social y su devoción por el grabado. Este, como es
sabido, pertenece a las artes gráficas, y por
definición está hecho para multiplicar la imagen.
Amigo carnal de los primeros libros impresos, si
bien aún conlleva ese menester se ha independizado
además y adquirido un valor intrínseco. Y aun cuando
puede multiplicarse, en tirajes de 25,5O ó más, cada
copia es considerada un original.
Digamos algo ahora de su creación misma. Una de las
primeras cosas que admiramos en ella es su capacidad
de síntesis. (En parte se la debe a su temprana
vocación por la caricatura, la que nunca, de paso,
abandonó, como se aprecia fácilmente en sus
grabados). Y esa capacidad de síntesis roza la
genialidad. Con cuatro rasgos queda tallado no sólo
un cuerpo o un rostro sino toda una vida, con su
fardo de alegrías efímeras, recuerdos nostálgicos o
heridas secretas. Un solo contorno y surgen todas
las características de una imagen, con una notable
economía de medios, tanto técnicos como formales.
Tenemos, además, en su enorme aporte al grabado
latinoamericano, algo que en núes tro continente
nadie había utilizado antes: el color. Y no el color
como un simple valor agregado, sino el color
encarnándose en el grabado con toda su fiereza, su
dulzura, su fuerza, su sensualidad y su melodía.
Mírense sus grabados y piénsese en qué pobres
serían, los a color, si fueran sólo en blanco y
negro.
Y el color —¡atención!— a veces lo obliga a una
pasada más, como en el retrato de 'Isabel1, en el
que el rojo sólo hierve en el anillo y en el labio
superior de la modelo. Sólo allí.
En su oficio están, además, intrincable-mente
entrelazados el hombre y el artista. Para ello
terminó por encontrar, en la amplia gama de
posibilidades de las artes plásticas, la que mejor
se adoptaba a su visión del mundo, de la vida y de
su propia personalidad —el grabado— a partir de lo
cual ésta se afirmó y desbordó. Al mismo tiempo,
engarzándose con nuestro siglo deslumbrante y
terrorífico, jamás se quedó encapsulado en su arte,
sino que puso su corazón al compás de la historia
siempre que consideró imprescindible hacerlo.
De la raíz anterior brota su tierno amor por su
tierra, sus campesinos, calles y carretas, beatas,
borrachitos y prostitutas, 'esfinges en su balcón1 y
seres solitarios que las llaman con el desamparo de
ademanes inútiles. O sus mujeres solas en cuartos
solos o en escaleras oníricas, alrededor de la dama
ígnea, deslumbrante, translúcida y fantasmal.
Y esa niña que resiste los siete ventarrones, con un
ojo sí y un ojo no, firme en sus piecesitos
descalzos porque sabe, aunque no sepa todavía que ya
lo sabe, que en su vientre está el germen de la
vida, a la que ella, flaquita y desvalida, se debe,
y que no puede haber ventarrón en el mundo capaz de
arrebatárselo.
Y el escalofrío de sus 'Viejos Esperando la Muerte',
estólidos, descompuestos por el terror y la
obsesión, oyendo ya las castañuelas resecas, sin
pausa y sin consuelo. Y el obsesivo y obsesionado
friso de los 'Los Observadores Observándonos', con
su eterno ir y volver velazquiano que sume a nuestro
ojo en el vértigo de un juego de ojos en espejo, y
que terminan por no ser ojos los que vemos porque
los vemos sino porque nos ven y podrían ser ojos si
dejáramos de verlos, pero no podemos, y se
convierten en ojos-periscopio, ojos-taladro,
berbiquí o serrucho, que no sólo te desnudan sino
que te descarnan hasta que ¡ya, por favor, dejen de
verme ya, malditos!
Gran artista, por último, que no elude ninguna
dificultad sino, por lo contrario, que las busca,
porque bien sabe que así hay lucha y que sin ésta no
hay vida ni hay arte y que es así y sólo así como
puede alimentar su soledad creadora hasta encontrar
el modo, la forma, la solución, y que nos viene
dando desde hace casi setenta años, el ejemplo de
una responsabilidad impresionante y de una vida
llevada con liviandad y gracia, con gravedad y
hondura. Y todo con alegría, la alegría de vivir y
de haber hecho lo que lleva hecho y de haber sido
generoso con todos dándose a todos, y de ser, en
fin, un venerable, venerado, amable y amado gran
artista.
Joaquín Gutiérrez 27 de julio de 1988 |
|
Foreword
I
if there were rules or permanent valúes in art,
there woulci be no art, only a near or distant echo
of everything done already since Font-deGaume, Shen-fu-chun,
or Bonampak. Ñor — amazingly! — does Time exist in
art. For the Bisons of Altamira, the Lions' Gate or
the Dancers of Knossos Time does not pass. Just
that: it does not pass.
Time is waves. One wave another wave
another wave another wave... infinitely. Some of
them are tender, in lace-trimmed organdy; some tame,
but with powerful stomach muscles; or they are
terrified, pregnant with fear, the friends of dath.
And yes indeed, each one must inescapably give way
to the wave behind it, which already climbs up its
haunches.
And which has becn the biggest wave of all? But was
there a biggest wave at any point? Or was each one
the biggest in its time? Look at the sea. Healize
that each wave, as it mounts its throne, in that
hundredth of a seconci in which it unfolds its power,
is the greatest of all.
In art there are no rules or meter-sticks. On the
contrary, we stand before an equation with an
infinite number of unknowns, and we only need to
resolve one, just one. The one that corresponds to
us. Why so? Because if art is really a way of
knowing reality, the know ledge is at once social
and personal. And in art, mostly personal. Nobody
can conceive their work beginning from whaí somebody
else knows, or has lived. And it's entirely distinct
for cveryone: for me a camel, a crocodile for a
Parisienne, an orchid for a blind man, a star for
Einstein. And it's precisely that which opens
innumerable pathways for artistic creation. That
each twilight, rhythm, dream or love affair,
political struggle or oíd shoe, is different for
everyone. That to each of the identical twins
Chopin's Barcarole says something different.
And if someone were to discover "the low-est common
human denominator?" If there were a computer capable
of finding it, work-ing for years at light-speed?
The answer would depend on who programmed the
computer, or the lowest common denominator of all
meta-programmers, etcétera.
How rich and wonderful and complex the process of
creation in the work of art turns out to be:
sculpture, novel, story, pyramid, sonata, pax de
deux, poem or skyscraper. How labyr-inthine the
process of its creation, how maze like the way it
comes to the heart of each. Of each: each human
being with his or her mar-vellous condition of being
unique, singular, unrepeatable.
So tnen art is a way oí knowing reality. In China 'white
is the color of mourning! Can "white" mean the same
for the Chínese as for us?
II
Near the end of the first decade of this century, a
child was born in Central America, in the sash of
the continent. He seemed ordin ary enough, except he
was sort of distracted, they said, from early on,
and so precociously amorous that he used to lift up
the little girls' skirts in school. Besides, he was
scared of bats, and more scared of the devil. He was
skinny. And more than spinning tops or playing ball
he liked watching the veins in the wood, the
braiding of the fig-tree's branches, or the fright-ened
flóck of clouds when storms blew from the north. And
he especially liked the warm environment of the
kitchen, with ¡ts tile roof, its faucet leaking
through a rag, the angry mouth of the wood stove. He
liked it because he could créate there, make dolls —rabbits,
físh-ies, frogs— out of the corn-dough, which were
then roasted alive on the griddle. And one day —a
day which was to be defínitive in his life— he
pulled a burning stick from the hearth and began to
draw with it in the air as ¡f it were a brush,
beautiful magenta arabesques. The first ones he did
confused him. They were very fleeting, but persisted
mysteriously in his absorbed pupils, as if the
finest chisel had engraved them there to last a few
seconds
longer in the retina. He shuddered. And the joyful
shiver in his heart was even greater than the one he
felt when he lifted up the little girls' skirts.
One year a fire consumed the house. Fire: traitor,
disloyal friend; íhe burning hrush, but in the
devil's hands. Was it a punishment? His íarnily \vas
already poor, and now they were poorer. Was someone
punishing him for mak-ing little animáis and figures
of fíame?
He conquered his fear and went on mak-ing them. He
went on making them all his life. He doesn't know
how to do differently.
They baptized this child Francisco, but they called
him Paquito. And nobody knew then, and Paquito
himself least of anyone, that he would come to be
one of the great artist of the Americas.
III
Not a simple soul, though he seems so at first sight.
If he were, he could never nave expressed a reality
so suggestive, profound and contradictory as that
which chimes, bleeds and comes to life in his work.
But not being simple, his sould is like the clearest
mirror, or the river-pool that lets you see the
pebbles on the bottom.
Ñor has his life always been serene or placid,
although, like his sould, it might seem so at first
sight. If it had been so he would never nave been
able to express such a dense human reality, drops
mixed of dew and heart's blood.
He reminds us — thinking of him with love, as always—
of those cut-glass bottlecaps we used to play with
as chüdren, spinning them so the sun's rays would
cover a whitewashed wall with all the colors of the
rainbow.
He was self-educated and doesn't hide it; on the
contrary, he's proud of it. With no regular academic
training, his invincible inner vocation took him
along the steep roád, where anyohe would get
discouraged, stumble and fall. And he stumbled, but
he didn't get discouraged and never fell. An
exacting way, and the only way for the self-educated
to learn.
And it was exciting to hear him talk of his
apprenticeship, almost like hearing a campesino tell
his friend, in the simplest language, how he learned
to weed and prune and trim. And something in that
has to do with the fact that the plástic arts, of
all the arts, have the closest and healthiest
relation to the crafts.
The fact that he was self-taught should not lead us
to believe he had no influences. Of course he had,
as many as the best of us. Count up Picasso's most
notorious influences: a dozen or more. Amighetti's
include Germán post-war Expressionism; Cubism,
briefly the Italians of the (recento and
cuatrocento, who called to him as much through the
blood as the ink; a touch of Spillenbergo; then the
Mexicans —especially Posada and Rivera— and finally,
and most beneficent, the gréat Japanese
print-makers, Hokusai and Hiro-shige.
It's that way. We, the self-educated, come to know
this! You take from here and there and
everywhere; then you stir well (your formula's
unique and secret) and finally you put in a pinch of
yourself and... it's ready! The trick is, first, mix
it up so well that none of the ingre-dients can be
recognized, or as little as pos-sible. Of course al!
the above is much more complicated, because everyone
assimilates a different nutrient from the same food.
The second thing is, that pinch of yourself must
come from way inside, so that it be new, so that it
be worthwhile. And how can you make it new? Being
sincere. Because being, as we are, singular beings,
unique and unre-peatable, we each have something
nobody eise has. And sincerity is the only thing
that can set if afloat.
Are there other paths? Maybe. Maybe the sea knows.
And why point this ouí? To get to the very simple
conclusión that so it is and will be, with the
geniuses, the run-of the-mill and the small fry.
Nobody escapes that law: whoever tries makes himself
ridiculous, and worse for any-one who boasts of
having escaped it.
The problem's different. What is one's own, what is
that "pinch" which one adds (if one adds anything)
to that giant common fund of art which humanity has
been accumulating for hundreds of thousands of
years? Because that little nothing is, in the final
analysis, the only thing that counts. And the
"pinch" or "little nothing" of Paco Amighetti has
been very much his own and very rich. U allowed him
to acquire an unmistakable Amighettian style, as
difficult as it is to attain an individual per-
sonal style. The dífficulty launched him, so that
now he figures among the few grand master engravers
of the continent.
We would be inexact and injust if we didn't add one
imporíant thing: the environment in which Amighetti
formed, the San José of his youth and adolescence.
The generous, fer-menting, fertile environment which
nursed two successive generations of artists and
writ-ers in Costa Rica. To Uve in that médium was to
live inside a bubble of freedom, creativity and
brotherhood. A human climate or vital cultural
atmosphere which miraculously appeared in the San
José of those times, in other ways so miserable and
parochial, and which would never be repeated in
Costa Rica. Or which has not recurred as yet.
l speak of San José between the years 1925 and 1945;
the town of Joaquín García Monge and the bee-hive of
his literary review, Repertorio Americano, which had
a honied niche for everyone; of literary soirees in
the house of Carmen Lira; the town of Quico Quirós,
Juan Rafael Chacón, Carlos Luis Sáenz, Max Jiménez,
Emilia Prieto, Carlos Luis Fallas, Francisco Zúñiga,
Juan Manuel Sánchez, Manuel de la Cruz González,
Yolanda Oreamuno, Arturo Echeverría, Fabián Dobles,
Adolfo Herrera García, Fernando Lujan, Ricardo
Segura, Eunice Odio... poets, painters, etch-ers,
novelists, sculptors. Of these, don Joaquín was the
oldest, sixty in 194O, while Eunice, the baby of the
bunch, was pink and twenty; but the heart of the
team was those born about
19OO, like Max, who in their thirties exuded
vitality and creative strength.
And that fertile ferment, that iridescent bubble ¡n
which we lived, replaced abundant-ly the lack of
University Department of Litera-ture qr Plástic
Arts, with a Free Academy, whose classes were
"taught" in don Joaquín's little office, Carmen
Lira's house of adobe and tile roof, on the concrete
benches outside the building of the newspaper Diario
de Costa Rica, at the second-hand shop where Arturo
Echeverría sold odds and ends, or the Chelles and
Morazán bars.
An academy which wisely combined a fertile
bohemianism with political action (as, for instance,
in the Anti-Fascist League during the Spanish Civil
War); an academy that devel-oped an exchange of
knowledge, doubts, adventures in language or color,
books O still remember what it meant to us to
discover Neruda's Residencia en Ja tierra or Lorca's
Romancero Gitano, or the prints of Kathe Koll-witz
and the sculptures and prints of Ernest Barlach) and
infinite conversations till dawn.
What enormous luck for those of us who could share
those nights and days, those struggles and dreams!
IV
But let's get back to Paco. A person of great
elegance and intellectual acuteness, like a good
Renaissance Man, he wanted to be a whole artist —
and achieved it. Thus he discov-ered all the
adventurous paths of the plástic
arts: cartooning, drawing, oils, water-colors,
muráis, wood-cuts, wood-cuts in color. And moreover,
he worked in all scales, from color-ed miniatures to
great muráis. Speaking of styles, although he had
already passed through several, with Expressionism
his formal language is revealed in all its power,
its capacity to bring us toward the truth of life.
It's true as well that when his brush gives way to
the wood-gouge he grants us more evocatory and
hallucinatory realities.
Something else about him worth consider-ing is the
rarity of landscape in his work. His interest has
always been focused on the human soul, the soul of
his models, his own soul and that of his numerous
interior "doubles" (he has many more of these than
the average mortal). His "doubles" we sense
kaleidoscopic-ally throughout his work, reflecting
his own interior world, illuminating, wounded,
vital, flowering, and sometimes irreverently
con-fronting oíd age and death.
Thus, with the same spry grace with which he walks
the lawns of íhe university at the age of
eighty-one, he renews himself with continu-ous and
astonishing creativity, which is not gratuitous, ñor
a gift from heaven, but the product of a freedom he
has always granted to himself, denying anything that
might limit it.
And Paco is besides, to complete the pic-ture, a
kind of Chínese Box or Russian "ma-trioshka",
revealing himself as an excellent essayist and poet.
What can we do? He was born this way!
But, importantly, he would never would
have become a great artist —as he himself has said
and written — had he not possessed a deep social
conscience. It is obvious in his work. Obvious in
the great human warmth with which his calligraphy
shelters beings trapped in loneliness and
misfortune.
Besides, it gnawed at him (remorder, "agen-bite")
that his art might be collected only in the houses
of the rich, and he aspired to an art that everyone
could see, including the most miser-ably poor who
might have, at most, a litho-graph of angels tacked
to the wall of their shack. And to this profound
social commit-ment we owe his muráis in various
clinics and hospitals of Social Security, as well as
his devotion to engraving. Engraving, as one of the
graphic arts, exists by definition as a
multi-plication of the image. Blood-brother of the
fírst printed books, it has become an independent
art with its own intrinsic valué. And even
duplicated in an edition of twenty-five, fifty or
more, each copy is considered an original.
Now let's talk about his creation. One of the first
things which we admire is his capacity for
synthesis. This is partly due to his early apti-tude
for cartooning, which he never actually abandoned,
as can easily be seen in his engravings. And that
capacity for synthesis is
genial. With four strokes he carves not just a face
or body but a whole life, with iís burden of
ephemeraljoys, nostalgic memories or secret wounds.
Just one contour and all the charac-teristics of an
image surge forth, with a notable economy of means,
technical and formal.
Resides, in his enormous contribution to Latin
American engraving, he brings us what nobody in the
continent had utilized before: color. And not simply
color as an added valué, but color incarnate in the
engraving with all its wildness, sweetness,
strenght, sensuality and melody. Look at his
etchings and think how much poorer they would be in
black and white.
And color, mind you, sometimes requires an extra
impression, as with the portrait of Isabel, in which
the red only boils on the ring and the upper lip of
the model. Oniy there.
Moreover, in his vocation the man and the artist are
inextricably linked. Thus he found, in the wide
gamut of possibilities afforded by the plástic arts,
what best suited his visión of the world, of life
and of his own personality: engraving, which
affirmed his visión and made it overflow. And at the
same time, threaded on the string of our terrifying
and shining century, his visión was never merely
encapsulated in his art, but necessarily made his
heart beat to the rhythm of history.
From this root springs his tender love for his land,
its campesinos, streets and wagons, drunks and
whores —sphinxes on their bal-cony— and the lonely
beings who cali to them with helpless, useless
gestures. Or its lonely
women in empty rooms or dream-like stair-cases,
surrounding one flaming, shining, trans-lucent,
ghostly madam.
And that girl who withstands the seven winds, with
one eye saying yes and the other no, standing firm
on her little bare feet be-cause she knows, although
she knows it still unknowing, that the seed of life
is in her womb, to which, skinny and destitute, she
owes herself, and that there is no wind in the world
that can snatch it from her.
And that chill down the spine of his "Oíd People
Awaiting Death", stolid, broken by ob-session and
terror, hearing already the dry castanets,
pauseless, inconsolable. And the obsessive frieze of
the "Observers Observing Us", with its eternal going
and return, like Velázquez, bringing to our eye the
dizzy play of eyes in a mirror, and which end up not
being eyes which we see because we see them, but
because they see us, and which would still be eyes
if we stopped looking, but we cannot, and they
become periscope-eyes, awl-eyes, saw-eyes, which not
only undress you but strip the flesh from yourbones
until you cry out, for the love of God, stop looking
at me, damn you!
A great artist, at last, who evades no difficulties,
but on the contrary, seeks them, because he knows
well that there lies the struggle, and without that
there is no life ñor art, and it is thus and only
thus that he can feed his creative solitude until he
finds the mode, the shape, the solution. And for
over seventy years he has
been giving us an example of impressive
responsibility and a Ufe lived with grave and
lightness, with solemnity and depth. And all with
joy, the joy of having lived and having achieved,
and with generosity giving greatly to everyone,
being, finally, a venerable, vener-ated, lovable and
loved, great artist.
Joaquín Gutiérrez July 27, 1988 |
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Obras y último
propietario conocido a 1988 |
|
|
Autorretrato, Daniel
Yankelewitz, señora e hijos.29
Maternidad, Clemencia Soto de Chacón. Santos de
Guatemala, Claudio Tournón.30
Mujeres y rocas, Daniel Yankelewitz, señora e
hijos.31
Niños con bodegón de bananos, Claire Nonnen de
Quirós.36
Marta frente al caballete, Marta Amighetti. Retrato
de Flora Lujan, Flora Lujan.35
Retrato de Liana González, Museo de Arte
Costarricense.40
Flora peinándose, Olga Amighetti de Cordero.42
Flora con blusa roja, Olga Amighetti de Cordero.43
Corredor, Daniel Yankelewitz, señora e hijos. El
estero, Daniel Yankelewitz, señora e hijos.44
Retablo del Hermano Pedro de Betancourt,
particular.50
Retrato de Marta, Marta Amighetti.51
La medicina preventiva, Hospital Calderón Guardia.48
En Ja playa, Daniel Yankelewitz, señora ehijos.52
La escalera, particular.53
Niña empezando a caminar, del autor.54
Corredor en Escazú, Olga Amighetti de Cordero.57
Marta con sombrero azul, Marta Amighetti. Barranca,
del autor, Belgrano R, Buenos Aires, del autor.
Playa, Daniel Yankelewitz, señora e hijos.58
La casa del Almendro, Celina Zeledón de Jiménez.64
Caballos, Celina Zeledón de Jiménez.67
Barrio del Socorro de Santo Domingo de Heredia, del
autor.68
Niña indígena, particular.69
Toro y gente, Virginia Vargas de Bravo.73
Autorretrato con antepasados, Museo de Arte
Costarricense.74
Conflicto entre niño y gato, Museo de Arte
Costarricense.75
Niño y nube, Carlos Francisco Echeverría.
Conversación, Museo de Arte Costarricense.76
La niña y el viento, Museo de Arte Costarricense.79
Marta, Marta Amighetti. Cementerio, particular. La
Cruz, particular.80
Mujer, Museo de Arte Costarricense. Contrafuertes,
Museo de Arte Costarricense. Ventana, Gustavo
Echeverri. Esfinges, particular. Priscilia,
Priscilla Albarracín. Fragmento del planeta,
particular.80
La ventana blanca, particular. 86
Mujeres, particular.84
Las beatas y la virgen, Celina Zeledón de Jiménez.94
Cargadores, particular.96
El caballo, Carlos Francisco Echeverría. Vieja, niño
y nagual, Luis Paulino Delgado.97
Trópico, particular.100
Oyendo misa, Ligia Valverde de Prada.102
Cabeza de vieja, Carlos Francisco Echeverría.104
Calle serie 3, Las celestinas, Gustavo Echeverri.105
Asilo de Ancianos, particular.
Hombres y máscaras, Museo de Osaka, Japón.106
La modelo, Pablo Amighetti Prieto.107
Friso de los observadores observados, particular.108
Cementerio de Escazú, particular. Cocina, Isabel
Vargas Fació.109
La fuente, Gustavo Echeverri.111
El estero, Carlos Francisco Echeverría.112
Puerta, particular.113
Isabel, Isabel Vargas Fació.116
Nocturno, particular.117
La familia, Ligia Valverde de Prada.118
La gran ventana, Museo de Arte Costarricense. 126
La paloma blanca, particular.152
Caminante, particular.114
Bebedores, serie i, particular.119
Bebedores, serie 2, particular.120
El vecino, Museo de Arte Costarricense.122
Caballos, particular.123
El niño, Olga Amighetti de Cordero.129
El camino de la escuela, Fabio Herrera.130
El solitario, Carlos Francisco Echeverría.131
El pez rojo, Gustavo Echeverri.132
La colina, Guido Sáenz.133
Mi infancia fue, Gustavo Echeverri.134
Juegos de pólvora en Heredia, Gustavo Echeverri.136
El baño de Venus, Isabel Vargas Fació.137
En la noche, particular.140
Viejos esperando la muerte, particular.
insomnio, parte l, Museo de Arte Costarricense.
Parque, Olga Amighetti de Cordero. Puerto, Marta
Amighetti. LMiana, particular. Centroamérica, Fabio
Herrera. Cafetería, Olga Amighetti de Cordero. La
noche, Cecilia Amighetti Prieto. El pintor Fabio
Herrera, Fabio Herrera.
Viaje hacia la noche, serie 1, Convento de los
Dominicos del instituto de Cultura Puertorriqueña en
San Juan de Puerto Rico.
Viaje hacia la noche, serie 2, Convento de los
Dominicos del Instituto de Cultura Puertorriqueña en
San Juan de Puerto Rico.
viaje hacia la noche, serie 3, Convento de los
Dominicos del instituto de Cultura Puertorriqueña en
San Juan de Puerto Rico.
|
|
|
|
|
Copyright © 2003 RCB. Reservados
todos los derechos.
Revisado el:
03/31/09 09:00:24 AM. |
|
Nos
gustaría saber sus comentarios |
Libro de visita,
autor, enlaces |
|