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1999

OLGA DORADO: UNA INVITACIÓN A SOÑAR

Escribir acerca, o hablar sobre, la obra pictórica de la artista costarricense Olga Dorado, es decir voluntad de vida, pálpito, deseo, misterio de la entrega. Esta intrépida
mujer, cuyos comienzos artísticos se remontan a su larga estadía en México, no se ha dejado atrapar por sus obligaciones domésticas, las típicas de toda mujer latinoamericana,
sino que, a pesar de ello, y mostrando una fuerza inaudita, se ha emancipado a través de su labor creadora.


Por eso el centro de su actividad artística es la mujer. A partir del acrílico reconstruye, o desconstruye, como diría un crítico posmodernista, mujeres misteriosas envueltas en tules o ataviadas con alas (¿ángeles caídos?), siempre rodeadas de objetos erotizantes o de pájaros, cisnes, y plantas. Con acentos en el claroscuro, la artista ha logrado crear un tipo de mujer lánguida, flotante en el ensueño de sus fantasías, pero no por ello abandonando la sensualidad, que de alguna manera nos remite al espacio mitológico de la entrega y del arrebato dionisiaco (¡Leda y el cisne!), pero siempre
resguardando cierto pudor apolíneo.

Pero la mujer ya no está sola. Ahora se enfrenta a la fuerza masculina del deseo más violento, simbolizada en un icono de enorme e histórica trascendencia mitológica e
ibérica: el toro. El hilo de Ariadna ya ha acabado y el Minotauro embiste con toda su potencia a la mujer en estado de defensa, pero a su vez en actitud de entrega. Con un
vocabulario de sombras y claroscuros, y con texturas más allá de la piel, la forma y los trazos de Olga Dorado se enfrentan al ruedo de la embestida, potenciando la actividad
lúdica, por eso intensamente amatoria, de la mujer, resignificando su lucha compartida por un paraíso perdido.

Pero no se crea que la propuesta de Olga Dorado parte de una concepción feminista a ultranza. Desbordando las militancias unilaterales, las mujeres de Olga son una celebración de la vida expresada en el ambiguo y dialéctico juego de eros y tanatos. El trabajo de las superficies de sus cuadros y sus texturas, con retículos de tonalidades también ambiguas, nos remiten a la lucha por la vida, desde el eros y el potens de la fecundidad femenina, en lucha constante por su autoafirmación, es decir, por la posesión del objeto de su deseo, ya no como el lado oscuro de la luna, o como la hembra sumisa y en estado de espera, sino en la misma proactividad lúdica de su trama vital.

Saludemos pues la fuerza creadora de esta mujer artista que se proyecta en luces y sombras a través de los infinitos espejos del arte, transmutándose en la pluralidad de mujeres libres y plenas con el deseo a flor de piel y con el ansia de alzar el vuelo hacia el paraíso de los más incandescentes sueños.


Adriano Corrales Arias

Escritor
 
   
   

 

 
     
   

 

                         
     
     
     
     

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Revisado el: 03/15/13 04:26:30 AM.

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