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Luis Ferrero dice:

"Conocí al escultor Carlomagno Venegas en la Galería Forma en 1969. Apenas él empezaba a conocer la ilusión estética, pero ya su acción descansaba en un carisma que sería fuerte...

                 
 

En su niñez sintió la magia de convertir un trozo de madera en una imagen. Al ver a su padre tallando imágenes decidió ser escultor. Con sus primeras imágenes alimentaba la fe religiosa de sus amigos. Esculpía por placer algunos animales. Una fuerte vocación de escultor marcó a este niño, nacido el 22 de setiembre de 1946, en Santa Ana, provincia de San José.

   

 

Entre el juego y la fantasía seguían viviendo en él los deseos de su niñez, obstaculizando su realidad. Y batallando consigo mismo, bamboleándose entre la habilidad del artista y el respeto a su inspiración. Aferrándose a la idea que el artista no interpreta la naturaleza ni la imita, sino que la vuelve a crear. Y por medio de su obra, domina el mundo.

 

   

Para lograr esa síntesis tuvo que luchar. En lucha con una vida muy dura: a los veinte años de edad, abandona los oficios agrícolas para estudiar escultura en la Casa del Artista con el profesor Víctor Manuel Bermúdez. Con la visión de un horizonte más amplio, ingresa en la Academia de Bellas Artes gracias a una beca que le otorga la Universidad de Costa Rica. En 1971, la Dirección General de Artes y Letras le concede una beca para ampliar estudios en México, en la Academia Nacional de Pintura y Escultura (antigua escuela "La Esmeralda"), con Francisco Zúñiga.


Sus obras primerizas persiguieron un realismo expresionista, con intención de protesta social. Eran días juveniles de rebeldía de los hippies y del cheguevarismo. Eran días de los Beattles... En una de sus obras, "América", esos puños cerrados y aprisionados por un candado Yale, es muestra de su inconformismo político, ingenuo si se quiere, típico de un Macondo latinoamericano, años difíciles de los cuales Costa Rica no se salvó. Aquí se afinaban los mecanismos de adormecimiento ideológico de la juventud...escultores costarricenses (1973 - 1990)


El viaje a México le es significativamente fructuoso: apreciar nuevas corrientes artísticas y compartir experiencias con otros creadores. El enfrentarlo a una ciudad monstruosamente grande y confusa... Pero ello lo encamina hacia el aprendizaje fundamental: encontrarse a sí mismo. No desaprovecha sus vivencias que lo alejan rápidamente de sus concepciones anteriores. Es total su entrega al quehacer escultórico. Leal, sincero, apasionado. Guiado por Francisco Zúñiga, se conmueve con las formas orgánicas. Lo atrae Henry Moore y se interesa por los huesos, por sus concavidades y convexidades, sus cañones, sus protuberancias, sus texturas y pulimentos. Inspirado en las formas óseas experimenta cada vez más la necesidad de dar vida humana a los huesos para, a través de tan sensible humanización, llegar a un concepto transfigurado del cuerpo humano.


Solía decirme que las influencias de Moore o de los cubistas en su obra no pueden pasar inadvertidas. Que él estudiaba los grandes maestros de todos los tiempos ahondando en la estructura de las obras. Estudiaba su composición para crear su estilo, pues todo lo contrario sería caer en la copia descarada o el plagio. Y, confesándome otras vicisitudes de su adolescencia y juventud se quejaba siempre de la mala enseñanza de falsos "educadores" porque ellos, por un tiempo, lo confundieron bastante en la concepción escultórica. Reaccionó contra esa concepción y se propuso superarse. Y, en Francisco Zúñiga encontró la buena orientación. A él también debía el rebelarse para buscarse a sí mismo, a su propio ser.


Y entonces comprendió que ser escultor es ser más que saber el oficio. Es un ser hombre: es ser artista. Y el artista es libre. Un buen escultor debe saber el oficio. No temerle a los materiales: al contrario, conocerlos y amarlos. Hay que enamorarlos. Esta gran lección estaba presente cuando desbastaba un tronco o pulía para hacer resaltar vetas o cuando acariciaba la pieza terminada. De ahí que cada golpe suyo en la madera reflejase la osedad. La perforaba y convertía en dinámicas formas. Trataba de meterse en el hueso y sorber el tuétano. Y, al sorberlo, fue humanizando las formas óseas. A través de esta sensible humanización, fue llegando a un concepto renovado del cuerpo humano. Estos conceptos se los escuché un día cuando él les hablaba a los alumnos del Liceo Mauro Fernández, de San Juan de Tibás, en setiembre de 1972. Entonces yo cuidaba que la grabadora magnetofónica no fallara.

Venegas trabajaba intensamente la madera. Se empeñaba en trabajar maderas duras para conocer y dominar bien el material. Sin embargo, también trabajó algunos granitos y mármoles, pero le tenía mucha aversión al modelado. No le gustaba modelar la arcilla. La madera constituía su material predilecto para la talla directa, Y en madera están las mejores obras suyas. Pueden citarse "Maternidad" (1972), "Patricia" (1972), "Isadora" (1972), sus relieves "El recibimiento" (1972), "El fruto" (1972), "Calvario" (1972), y sus obras corno "El guante" (1972) que preludian las esculturas abstractas de algunos escultores que le siguieron, o aquellos torsos femeninos, sin cabeza donde se omite todo lo que pueda resultar adjetivo para ir a lo esencial, que buscan la nobleza esencial. Luego vinieron algunas "Semillas" en las que combinaba madera con metales y su serie "Los ídolos"...


He aquí un concepto de Carlomagno que entresaco de la grabación magnetofónica con los estudiantes del Liceo de Tibás:
Y como trabajo intensamente en madera, me inclino más por la concepción abierta. Tengo miedo a la escultura ensimismada. Quiero que mi obra busque el espacio infinito, que se libere. Trabajo a base de un eje central cuando éste está en ' posición vertical. A veces saco una pieza asimétrica cuando desmonto el eje central. He trabajado ciertas piezas con dinamismo, pues las quiero libres, amplias, espontáneas, simples. Esculpo basado en el límite de la columna o la tuca en forma rectangular o cuadrada. Casi siempre tiendo a deformar la figura; me place mucho hacerlo. Al hombre hay que presentarlo deformado para que reaccione y se humanice. Así lo siento, hay muchas otras cosas que me motivan a hacerlo.


Cuando conversábamos en su taller, yo le veía trabajar. Creaba esculturas como función comunicativa, traslapando el gesto y la palabra a veces.


Siempre exaltándose. Y mientras desfogaba su vehemencia, cómo me complacía verlo a cada golpe simplificar, reducir la realidad. "En este proceso —me decía—, pago el dominio al precio de la destrucción". Y sin embargo, yo le argumentaba que la destrucción del tronco lo fundía con la construcción de una imagen, de una nueva configuración. Y orgulloso se sonreía.


Como lo vi esculpir con acierto está en mi libro La escultura en Costa Rica (Editorial Costa Rica, 1973). Poco importó que el año anterior fuera honrado con el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en escultura, lo incluí porque era uno de los escultores más definidos y más creadores. Cuando ganaba premios en España o exponía en España, Francia y Suecia, eso sí me ilusionaba.


Empero, en Costa Rica, Carlomagno era minusvalorizado por los dirigentes de la cultura que opacan a quien busca anheloso camino para encarnar su superyo. Y esta lucha lo llevó a distanciarse de sus amigos escultores. Me consta que los quería y respetaba muchísimo, pero Carlomagno era como un vaso de cerveza: Vehementísimo de pronto, parecía furioso y agresivo; al rato reposado, bonhomísimo.., Acaso esa vehemencia era porque quería estar solo. ¿Amaba la soledad creadora al extremo de convertirse en el solitario en que por una gratificación superficial encontró una fórmula de tallar para medio vivir? Y con una habilidad sorprendente solía tallar unos pequeños desnudos que vendía fácilmente y que le servían para mantener su soledad; con un ayote hervido con sal y un poco de frijoles tenía bastimento indispensable para medio comer durante dos semanas. Con el dinero sobrante compraba algún ron. . . Sin embargo, lo alentaba un ideal: ser él mismo para tener el placer creador. Y como yo he tenido muchísimas frustraciones por impotencia económica, esas pequeñas vicisitudes nos unieron. La amistad nos dio fuerzas para ver concretadas nuestras obras: él, esculturas; yo, libros. Entre tanto, Carlomagno soñaba con el poder y la comodidad de un gran señor. Soñaba con candor infantil porque creía que de esta manera lo tomarían en cuenta como escultor y que su obra podría llegar a todos los amantes del arte.


De un momento a otro le dio la viaraza de irse a vivir a Europa. Vivió en España, en Francia, en Suecia. Se fue a los lares nórdicos porque encontró a una sueca con quien amistó e intimidó. Pero en el fondo ese viaje a Europa lo empezó a carcomer. Poco a poco fue consumiéndolo. Antes de su viaje a Europa ya se interesaba por las geometrizaciones del arte precolombino. ¿Cómo lo vi devorar las ilustraciones de mi libro Costa Rica precolombia (Editorial Costa Rica, 1975) y otros de mi biblioteca, llenos de fotografías de obras mexicanas, peruanas, costarricenses? Vino su serie "Los ídolos" que alcanzaron su plenitud cuando él vivía en Barcelona. Junto a los "ídolos", paralelamente surgían esculturas inspiradas en semillas.


El antiguo interés por las semillas surgió violentísimo cuando regresó a Costa Rica. Lo vi esculpir maderas a las que unía partes metálicas o granitos. Su escultura se iba volviendo más cerrada, como madurando potencias germinales. Algunas de sus "semillas" que logró conseguir en préstamo, las presentó en el vestíbulo del Instituto Nacional de Seguros en 1984.


Un día de tantos, me sorprendió con sus dotes de auténtico ensayista. A medianoche me hacía llamadas telefónicas (él llamaba a éstas "batazos de jonron") que resultaban interminables para llevarme lo que había escrito. Me pedía consejos y que le "destrozara" sus escritos. Después me traía los manuscritos en una endiablada letra que me costaba descifrarla. Casi era indispensable haber cursado estudios de paleografía. Carlomagno publicó al menos unos veinte ensayos. Y me consta que tenía una media docena inéditos. Valdría la pena recogerlos en un tomo bien ilustrado con buenas fotografías de las obras que él comentaba. Y, de pronto, dejó de escribir, precisamente cuando le insistí en que dominara el tiempo y triunfara sobre el transcurso del mismo. Esto le daba miedo.


Pero aumentaron sus llamadas telefónicas a deshora. Y por teléfono me confesaba intimidades que tal vez, frente a frente, se las hubiera guardado. Le daban miedo muchas cosas porque él se aferraba a la escultura. Estaba consciente que los escultores que aparecieron en Costa Rica a su zaga, de una u otra manera llevan su impronta. Muy sutil era su influencia entre algunos escultores que a veces lo visitaban. En esto hay que ser sinceros, Carlomagno dictó muchísimas líneas invisibles que configuran la escultura costarricense de las décadas de los setentas y de los ochentas. Y, en efecto, la escultura costarricense de ahora es muy otra.


Carlomagno tenía miedo porque algunos inescrupulosos —según decía— le "fusilaban" sus ideas. También, porque él tenía que luchar contra el desprecio de los dirigentes oficiales de la cultura, hostilidad que se traducía en un boicot a su obra. Carlomagno sufrió lo mismo que le pasó a Enrique Echandi y a Ezequiel Jiménez-Rojas a principios de siglo; lo mismo que sufrieron Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, en los cuarenta, o sea la "serruchada de piso". Llámese conjuración de silencio o serruchada de piso, se trata de silenciar a un creador mediante el vacío, anular su valor ignorándolo. Se crea alrededor de su persona y de su obra una circunstancia negativa que la destruya. Tiene como fin inmediato el producir la duda en los posibles compradores de sus obras, y en el artista, la traumatización. A la vez, para contraponer a quien se le aplica la conjuración del silencio se escoge a otro artista en quien se centra la compra de obras, la publicidad, las facilidades para exponer en sitios distinguidos, pues el nuevo artista de palacio es la indeterminación de lo neutro como soporte a una inautenticidad.


Aunque en las esferas oficiales a Carlomagno Venegas se le rodeó de una conjuración de silencio, en cambio, un pequeño grupo de admiradores —especialmente extranjeros—, se entusiasmaba por la fuerza de su espíritu creador porque Venegas no era un conformista. No adaptó su obra al gusto y a la comprensión —o incomprensión— del gran público. En sus días algunos escultores conformistas se regodeaban del éxito, pero ya empiezan a ser olvidados. Lo contrario, Venegas, el rebelde, ya empieza a ser "descubierto" aunque creó su obra en la soledad y está sumamente dispersa, sobre todo en el extranjero.


En su rebeldía Carlomagno era muy contradictorio. Generalmente mostraba su generosidad campesina, su franqueza, su bonhomía, su mano amiga y fraterna y... mejor silenciar sus contradicciones.


Recordando su franqueza, su bonhomía, su amigable y fraterna amistad, cómo me impresionan hasta sacarme lágrimas aquellas vehementes palabras suyas que la televisión grabó en un documental acerca de mi vida y mi obra. Estudiantes de la Universidad de Costa Rica, en 1987, lo entrevistaron para el documental "Investigador infatigable: Luis Ferrero". Allí Carlomagno luchó rabiosamente porque se me concediera el Premio Nacional de Cultura Magón. Y presionaba por todos rumbos. Y cuando en enero de 1988 anunciaron su otorgamiento, una llamada telefónica muy breve: "Ferrero, ¡carajo!, lo logramos. Los honores se dan en vida y no después de muerto. Entonces, ¿para qué"?


Pocos días después, un pedido insólito: que le consiguiera alguna semilla de poponjoche y otra de zapote. Las quería porque le simbolizaban el hogar paterno, Trabajo me costó complacer al amigo. Me pregunto ahora: ¿Acaso intuía el símbolo de su retorno al hogar paterno, a la matriz que le dio vida? Y, también otro pedido: él, que amaba la madera y la piedra; él, que le tenía a la arcilla un desapego brusco, áspero e irritable, me pedía que le sirviera de modelo. Deseaba luchar con la arcilla para modelar mi retrato. Lo vi pelar, acariciar y enamorar la arcilla hasta domarla. Lo veía jugar con ella. La arcilla se le entregó... Carlomagno se había propuesto "competir" (así lo decía a cada nada) con los retratistas romanos. En efecto, logró una obra de realismo extraordinario y un fidelísimo espejo de la personalidad. Mientras yo le posaba, me confesó que él empezaba a tener envidia del "modelador" Rodin. Era un concordar con la figuración realista. Él, que se complacía en deformar la figura, empezaba a renovarse en su necesidad de realizarse procurando un camino para lograrlo en el realismo.


¿Dónde está mi retrato? La última vez que lo vi estaba ya cubierto de una espesa capa de yeso, pues Carlomagno preparaba el molde para la fundición. ¿Quién lo tiene? Me halaga pensar que esta fue su última obra mayor porque ya estaba dominado por la nostalgia del hogar paterno y acababa de tallar el feto de un niño dentro de una semilla. Y, a los pocos días, como el hijo pródigo volvió al hogar paterno de donde lo sacamos para llevarlo a su mansión definitiva en el cementerio de Santa Ana, en abril de 1988.


Mientras cantaban el réquiem que lo despedía, y con lágrimas, sentí las profundas heridas que dejó en Carlomagno la narcisista burrocracia que no distingue entre lo justo y lo injusto. Esa burocracia que representa la curiosidad amortiguada y que durante veinte años trató de asfixiar el poder creador de Carlomagno sin lograr quebrantarle su espíritu.


Pensé en la mentalidad burocrática que no encuentra hombre de acción y de innegables méritos y se solaza en el desacato valorativo que condena a tantos creadores de la talla de Carlomagno a vegetar en una sociedad de medianías. Pero esa burocracia no sabe de humanidades ni de artesanías. Por eso odia a quienes quieren amar, saber, sobresalir y concibe la belleza como el mayor presente del cielo y que aprende, —ante todo—, con humildad su oficio y ganan con él su pan. Los burócratas no se percataron o sintieron la trascendencia y capacidad de Carlomagno sencillamente porque le cobraron su origen campesino. Le cobraron su talento. En cambio, cientos de amantes de la escultura que poseen sus obras lo colocan entre los más importantes artistas costarricenses aunque "oficialmente" todavía no se le acepta. Una prueba: El Museo de Arte costarricense ni ninguna otra institución estatal adquirió alguna de sus obras cuando Carlomagno vivía.

Y cuando cantaban el réquiem despidiendo al artista, surgió en muchísima gente el animo de luchar contra la mentalidad burocratica, Por eso Carlomagno ya se esta convirtiendo en bandera reinvindicadora."

                 
                 

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Revisado el: 31 de agosto de 2018 03:24:18 -0600.

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