Al
oeste del puerto de Puntarenas, hacia el fondo del
Golfo de Nicoya, se encuentra una región de
serranías y extensas llanuras donde se halla un
pueblecito llamado Copal, en el cantón de Nicoya.
Esta ha sido una tierra habitada, desde tiempos
inmemoriales, por gentes sencillas, trabajadoras,
cuyos tipos humanos siempre me han llamado la
atención por la pureza racial de sus facciones
indígenas; aunque en esta época no se consideran de
ninguna manera, de ese origen.
Al pie de los cerros y cerca del pueblo está el
rancho donde toda su vida vivieron Juana Laguna y
sus antepasados.
Yo la
conocí un día cuando acompañaba a uno de sus
nietos. Fui a saludarla y me enteré de que
tenía ciento cinco años de edad y que aún
conservaba energías para realizar algunos
oficios domésticos, entre ellos las
tortillas que palmeaba con sus manos.
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También supe que no hablaba nunca y se pasaba
todo el tiempo libre sentada en un pedazo de tuca
mirando fijamente hacia el monte donde le llamaban
especialmente la atención las flores y los pájaros.
Generalmente permanecía absorta, sumida en un
profundo mutismo y como decía su familia, hundida en
sus pensamientos.
No hace mucho tiempo, creo que fue en 1978 me llegó
a buscar a casa uno de los bisnietos para decirme:
—Que si tiene el gusto de acompañarnos al entierro
de Juana Laguna.
—¡Cómo! ¿Murió Juana?
Sí —me dijo el bisnieto—; creemos que fue en la
madrugada. Estaba; durmiendo y continuó
tranquilamente con la muerte.
Qué lamentable pérdida —le dije—.
—Sí, pero viera qué cosa más extraña pasó. ¿Se
acuerda que no hablaba nunca? Pues habló. Ayer, al
anochecer estaba muy desasosegada y miraba inquieta
al monte y a las estrellas; y de pronto empezó a
hablar, pero en el idioma de los indios. i
¿En qué idioma? ^ . —En el de los indios.
Resulta que ella era la última persona de todo el
Guanacaste que hablaba el idioma auténticamente
chorotega. No es que fuera muda, sucedía simplemente
que desde hace muchísimo tiempo no existía ninguna
otra persona con la cual pudiera conversar en su
propia lengua, ya que siempre se negó a aprender el
español.
Y ¿qué dijo?—insistí—
—No lo sabemos. Durante largo rato habló y habló con
unas palabras y sonidos que ya nosotros no
comprendemos. Cuando se cansó de hablar, se fue, se
acostó, y en la mañana nos dimos cuenta que estaba
muerta..
Ante tales noticias, apresuré mi viaje al rancho con
la necesidad de enfrentarme a aquel increíble
rostro.
Cuando la observé, me sorprendió el gran parecido
con muchas esculturas de piedra que había visto en
el Museo Nacional. Era como estar viendo aquellas
extraordinarias obras, pero en carne y hueso. Aquí
fue donde se me reveló, en toda su magnitud, el
fenómeno encarnado en aquella mujer. v
Durante miles de años los pueblos chorotegas,
procedentes de la gran raza maya quiche, habían
habitado todo el territorio de lo que hoy es la
provincia de Guanacaste que fue el límite
territorial en su expansión hacia el sur.
Estos pueblos hablaban la lengua originaria de la
región centroamericana en la que los dioses
construyeron el mundo, al primer hombre y a la
primera mujer, usando la masa de maíz. El mismo
idioma de Gucumatz, Cuculha, Raxa Cuculha, Huracán,
ios dioses formadores, los dioses benefactores, el
idioma mismo con que Hunahpu e Ixbalanqué hablaban
con los animales y las cosas de la vida, el lenguaje
del Popol Vuh y de tantos libros sagrados y de la
gran poesía del príncipe y guerrero Nezahualcoyotl
que nos cuenta del principio y el fin de la creación
del mundo.
Todo esto pasaba por mi mente en aquel momento en
que sentía que era testigo de la ruptura fatal y
definitiva del último fino hilo que nos unía a
nuestros orígenes.
¿Sabía alguien de la trascendencia que contenía
aquel pétreo rostro que ese día entregábamos a la
Tierra?
A partir de ese momento Costa Rica ya no sería la
misma, aunque fuera yo la única persona en sentirlo.
En la noche, ya en mi casa, se me ocurrió hojear el
periódico del día, casi para sentir el pulso del
acontecer nacional en relación con lo sucedido en
aquel lugar. Pero, ¡qué lejos de lo esperado!: En
primera plana se destacaba que una distinguida dama,
presidenta del club de jardines, cumplía años; y que
se había producido un empate entre los dos más
importantes equipos de fútbol del país.
Tomado de:
De Cuentos y Leyendas
Néstor Zeledón Guzmán
Editorial UNA
Primera Edición, pág.
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