1990 Ferrero,
Luis.
Réquiem por
el san Pablo de Fadrique. En “Esta Semana”, del 4 al
10 de mayo de 1990.
Réquiem
por el san Pablo de Fadrique
Una llamada telefónica: “Maestro, ¿qué podremos hacer para
impedir que destruyan la estatua de san Pablo que hizo
Fadrique?”
Una voz varonil, grave y angustiada pedía auxilio. En ese
momento, se cometía un atropello al patrimonio cultural de
todos los costarricenses. Pero, ¿qué podía hacer yo si no
tengo poder político, económico ni social? Apenas unas
llamadas telefónicas que resultaron infructuosas porque pudo
más el “progreso” que el respeto y salvaguarda de nuestra
identidad nacional.
Apenas habían transcurrido unos pocos años del acto heroico
del soldado Juan Santamaría cuando el escultor herediano
Fadrique Gutiérrez se destacó por otro acto heroico: sacó
las imágenes del recinto de los templos. Las sacó al aire
libre, desafiantes, para que marcaran el paisaje citadino,
para que recordasen a los olvidadizos heredianos las
virtudes cristianas. Y, heroicamente, rompía con la
tradición imaginera colonial. En vez de tallar la madera
para encarnarla, policromarla y estofarla, prefirió la
piedra.
Buscó la piedra de Pavas para tallar directamente sus
estatuas. Sin que él se percatase, paralelaba su decisión y
acción con la de los líderes políticos que saturaban a Costa
Rica de la idea liberal. Los políticos insistían en dos
factores fundamentales que modelarían el temple del
costarricense: la democracia y la educación popular, fuentes
del mejoramiento individual, social y político.
La mente despierta y dinámica de Fadrique Gutiérrez tal vez
pensó en que, con la representación del hombre con ceño
fruncido que denotara provocación o desafío también podría
cambiar el aspecto del hombre y su carácter. Y sorprendió a
sus conciudadanos con monumentales estatuas de piedra en que
se recupera un carácter antiguo, de un románico tardío.
Y Fadrique se dio a tallar la piedra de Pavas para crear
imágenes de san Pedro, de san Juan de la Cruz, de san Simón
Stok, de san Rafael, de la Virgen del Carmen y otras más.
De sus santos, el que yo más quería era Saulo de Tarso,
conocido en el santoral católico como san Pablo. Desde su
creación, estuvo destinado al templo del cantón de San Pablo
de Heredia. Allí, en el pináculo del frontón del primer
templo, lucía erguido. Era una escultura dramática. Su mano
izquierda a la altura del pecho sostenía con fuerza un rollo
de epístolas. Esto acentuaba la plasticidad de los pliegues
de la toga, la cual descendía diagonalmente, de derecha a
izquierda. La posición de la mano derecha le confería
equilibrio al conjunto.
Esta escultura atisbaba al oeste, desafiante, protegiendo al
pueblo que tutelaba. Pero hace poquísimos días el malhadado
“progreso” se ensañó. En vez de bajarla para restaurarle
las heridas que la intemperie pudo haberle causado, manos
humanas atentaron contra la escultura y la destruyeron.
Apenas sobrevive en una fotografía que está en mi libro La
escultura en Costa Rica, página 40. La botaron y la
mutilaron porque somos una sociedad consumista.
La destruyeron por “vieja” y quizás para reemplazarla por un
angelote de marmolería de fábrica, traído de Carrara.
Cuando me enteré del atentado contra nuestro patrimonio
cultural sentí luces en la cabeza y un poco de mareo. Me
dolió porque confirmaba lo que siempre he dicho: verdad
dolorosa que el costarricense actual es un ser a-histórico,
un ser que no anuda la imagen de su pasado para alimentar su
presente. Costa Rica es una nación que no recurre a la
historia para buscar enseñanzas. El costarricense es un
pueblo que ignora que el arte es manifestación de cultura y
refleja un pasado, un presente y avizora el futuro.
Y como lucho por recuperar nuestro pasado, me duele
profundamente esta destrucción sin ton ni son. Olvidamos que
conforme profundicemos en nuestra historia, el fruto de las
pesquisas es cultura, espíritu, valores, posibilidades
creadoras. Y en la historia está la clave de nuestro propio
ser, junto con el destino de nuestro pueblo.
Porque siento palpitante la historia en todas las formas del
pensar y del sentir y del hacer social, apenas puedo hoy
cantar un Réquiem al san Pablo de Fadrique. Indignado por
este vandalismo, pido a los buenos hados que iluminen a la
ministra de Cultura, Juventud y Deportes que apenas empieza
su labor ministerial para que sin titubeos declare
patrimonio histórico cultural el templo del Carmen de
Heredia. Con tal declaración podrían salvarse también otras
esculturas de Fadrique: las estatuas de san Juan de la Cruz
y de san Simón Stok que flanquean el frontispicio de dicho
templo. Es labor urgente el recuperar, el preservar y el
resguardar lo que nos da identidad, lo que nos da un rostro.
Y esta es misión principal de un ministerio de Cultura. ¡Ojalá
mi petición no sea lanzada al canasto de la basura!
En “Esta
Semana”,
del 4 al 10
de mayo de 1990.
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