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LA YUCA
Tomado del libro "Cuentos y
Anécdotas del Tío Tulio"
Tal vez no lo crean, pero que fue cierto, fue cierto. Ñor
Juan Castro, el esposo de la Tía Chepa, se fue un tiempo a
vivir a Las Alacenas. Era un hombre de verdad, de esos que
se podían llamar "de trabajo". En poco tiempo sembró de todo
y crió gallinas, chanchos y patos por montones.
Como tenía tantos animales, sembró un yucal grandísimo y ya
a los tres meses, comenzó a arrancar yucas. Cuando ya se iba
terminando el yucal, sembró otro en otra parte y se quedaron
unas matas del yucal viejo, en el puro bajo, junto al río.
En esos días la gente de Carrera Buena, de El Salvador y
hasta de Arancibia de Miramar, comenzaron a pasar cerca de
allí. Un día les preguntaron porqué usaban aquel camino y
dijeron que por la viga que había en el río. Aseguraban que
no sabían quien la puso, pero que resultaba un paso
milagroso, porque les ahorraba muchos kilómetros de
caminata.
Un tiempo después se perdió una de las cerdas de cría que
había traído Ñor Juan Castro, para mejorar la calidad y el
pensó que se la había robado alguno de los transeúntes, pero
antes de levantar falsos, pensó, que la buscaría de nuevo.
Buscando cerca del Río Victoria, donde se iniciaba el viejo
yucal, encontró una yuca inmensa, posiblemente tenía el
grosor de un metro cúbico. Se quedó calculando aquello y en
eso vio que tenía una abertura, algo así como un túnel.
Calculó que por ahí cabía él, y agachándose un poco, comenzó
a caminar dentro de la yuca. Unos diez metros dentro,
encendió su carbura para poderse guiar en la oscuridad y
después caminar unos trescientos metros, divisó la claridad
al otro lado.
Antes de salir se encontró con la chancha que se le había
perdido tres meses antes, pero no estaba sola, sino
acompañada por una docena de cerdos casi tan grandes como
ella. ¿Será posible? Se preguntó. Salió al otro lado y miró
a lo lejos el río. En eso vio a una gente que pasaba lo que
llamaban la viga, el puente que de pronto apareció prestando
un valioso servicio, no era otra cosa que la yuca.
No dijo nada, solamente regresó por aquel túnel que a
mordiscos habían hecho los chanchos y los arreó hasta la
casa. Consideraba que aquellos animales ya estaban para
vender y que prácticamente los había encontrado perdidos.
Antes de que los veladores del ángel lo asediaran a
preguntas, el tío Tulio tomó la concertina y tocó nuevamente
aquella consolidada mazurca que tanto gustaba.
Ya era el amanecer y algunos se movían en la silla
inquietos, con ganas de encontrar una excusa para escaparse.
En eso, uno de los perros del tío Tulio se metió entre los
trasnochadores y alguien lo majó o lo pateó porque
únicamente se escuchó el grito canino.
No se debe maltratar a los animales, dijo el tío Tulio, voy
a contarles lo que le pasó al primo Gerundio un día que se
vino de Las Alacenas y se regresó el mismo día.
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