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DATOS

 PARA LA HISTORIA

 

     

Victor M, Castro Rivera

     

UN HERO NACIONAL

Precio: 25 céntimos

San José, Costa Rica

Imprenta y Libreria FALCO & BORRACE

1920



"El General de esta ciudad, en homenaje a la memoria del señor don Rogelio Fernández Giiell, al que él asistió, inició una conversación en la cual dejó traslucir sus vehementes deseos de adoptar una actitud decidida para terminar con la odiosa tiranía, pues era su concepto que las revoluciones, por nuestro carácter mezquino, no sirven más que para aumentar el número de víctimas sin provecho alguno. Es decir, consideraba todo ello estéril. Se indignaba cuando veía que impunemente se insultaba en la Cámara de Diputados, en aquel entonces, al pueblo tico por el Ministro de la Guerra. Manifestó en diferentes ocasiones su resolución inquebrantable de obrar decidido a todo por la salvación de su Patria, y en diversas ocasiones supe por su boca que le acechaba hasta el día en que la Providencia le ayudó y pudo llevar a efecto su pensamiento. Él no obró por venganza personal, pues siendo como era hombre de trabajo, jamás tuvo que ver directamente con los Tinoco ni con ningún empleado público, sino hasta el 13 de junio del año pasado, en que, inspirado en un sentimiento patriótico y de humanidad, si se quiere, defendió a Carlos María Jiménez de la muerte segura que un sicario de los tiranos estaba dispuesto a efectuar con un revólver nacional que, con valor temerario, logró quitarle Villalobos. Testigos de este hecho fueron un hijo de don Ramón Madrigal y don Jesús Pinto, quienes admirando su arrojo, lo felicitaron y estimularon para que empleara siempre su fuerza potente en actos honrados. Después de la acción que llevó a cabo y dio por resultado la muerte del General Tinoco, sufrió grandemente al comprender que su sacrificio quizá se perdería por la psicología ingrata de este pueblo que pocos días después se codeaba con los verdugos que martirizaban mujeres y menoscababan el honor patrio. Él nunca esperó más recompensa que ver el fruto sano de su obra en la regeneración de la Patria, pues siempre se creyó capaz de luchar en la vida para velar por las necesidades de su familia y especialmente de su señora madre, a quien siempre veneró. Su vida fue siempre ejemplo de honradez y solo una causa tan exigente como la de la Patria pudo llevar su pensamiento a suprimir una vida. Creo que en Costa Rica pocas personas estarán mejor dispuestas para vivir de sí mismas, por su condición física y estructura moral. Dada en la ciudad de San José, a los once días del mes de mayo de mil novecientos veinte. (f), V. M. CASTRO RIVERA"


"Declaración de don Onofre Reyes Villalobos

En la ciudad de Alajuela, a las siete de la noche del veintidós de junio de mil novecientos veinte. Yo, Onofre Reyes Villalobos, mayor de edad, soltero, agricultor y de este vecindario, hago constar que los hechos siguientes son absolutamente ciertos: Inmediatamente después del 13 de junio del año pasado, José Agustín Villalobos llegó a mi casa situada en el lugar denominado El Coyol, en el distrito de San José de este Cantón, y se mantuvo escondido porque la autoridad lo perseguía, como consecuencia de haberse batido con la policía en las calles de San José junto al Licenciado don Carlos María Jiménez. Allí estuvimos conversando siempre acerca de los asuntos que sucedían en aquellos días de la tiranía de los Tinoco, y José Agustín me decía con insistencia que el único medio para acabar con el régimen que imperaba entonces era eliminar al Ministro de la Guerra, Joaquín Tinoco, agregándome además que él se sentía dispuesto a llevar a cabo tal hazaña, inspirado tan solo en un sentimiento de verdadero patriotismo, ya que personalmente no tenía nada que reclamarle a Joaquín, porque no había sufrido vejamen alguno. Desde esa fecha en adelante, José Agustín viajó a San José varias veces y cuando regresaba a nuestra casa nos decía que aún no había tenido oportunidad de realizar sus planes. En cierta ocasión nos contó que, persiguiendo a una persona que le pareció ser Joaquín Tinoco, llegó a convencerse al acercarse que se trataba del Comandante de Policía de San José, Jaime Esquivel. En mi casa, cuando nos contaba estas cosas, especialmente a mi hermana Ester Villalobos, le decíamos que si había pensado en el enorme peligro que corría al llevar a cabo su plan, y él nos manifestaba a su vez que comprendía que lo más probable era encontrar la muerte al matar a Joaquín, pero que lo hacía gustoso con la única esperanza de que los beneficiados con su proceder, que eran la mayoría de los costarricenses, velarían por su madre, ya que ella dependía de su trabajo (el de Villalobos) y que sin él, ella pasaría penurias. Cuando finalmente eliminaron a Joaquín, José Agustín regresó a casa alrededor de quince días después de ocurrido tal suceso y nos refirió con todos los detalles el hecho. Esto es todo lo relacionado con el asunto al que se refiere esta declaración. — Onofre Villalobos.

 

HISTORIANDO

       
                 
 

Es innegable en todos conceptos que la Tiranía en que se vio sumida Costa Rica por treinta meses, fue la culminante lógica del estado de corrupción y retroceso en que había caído el pueblo, de manera tan deplorable como indecorosa para su crédito, y que fue el producto de todas las inmorales doctrinas esparcidas en cerebros inconscientes, por los politiqueros que solo buscaban un sitio desde el cual pudieran ocultar todos sus errores y sacar todo lo necesario a una vida burguesa, de desahogos, despilfarros y que no demandase esfuerzo mental ni material.


Molesto seria para nuestros lectores el que hiciéramos en este folleto, relación de los hechos escandalosos que registran las anteriores campañas electorales a la efectuada en el año de 1910, al finalizar el Gobierno del Lic. don Ricardo Jiménez, y en la que salieron a la arena el Doctor don Carlos Durán, Lic. don Máximo Fernández y don Rafael Iglesias, quienes, visto su parcial fracaso, entraron en componendas vergonzosas, sancionadas por los diputados elegidos, faltos de rectitud, y de los jefes de Partido
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quienes, guiados por desenfrenada ambición, después de haber suscrito serios convenios con su contrario, entraban en componendas con el tercero en discordia, inmoralidades que dieron por triste resultado la exaltación al poder de un individuo cuyo nombre en la política general del país era enteramente desconocido, y quien ciertamente se trazó una buena norma de conducta en su Gobierno, pero cayendo en el error criticable de confiarse ciegamente en su Ministro de la Guerra, Federico Ticoco, hombre conocido por su audacia, ambición y poco patriotismo, en quien siempre creyó encontrar al mejor amigo y excelente colaborador.


Después de preparar el «terreno> por medio de intrigas bien disimuladas y magistralmente urdidas contra el señor Gonzalez Flores, Tinoco, en compañía de algunos adeptos suyos, algunos de los cuales fueron sus peores enemigos mas tarde, dió un cuartelazo amparado a su autoridad de Ministro de la Guerra, en cuyo carácter aun era reconocido, no  obstante haber puesto su renuncia momentos antes y que no era conocida de sus subordinados, y por medio del cual se posesiono de la Presidencia. El pueblo inconscientemente aplaudió ese acto y los hombres dirigentes,—que desgraciadamente son coautores de la deshonra y desvíos nacionales, — les prestaron su apoyo decidido, con muy raras y honrosas excepciones. Hombres de algún ingenio, los hermanos Tinoco convocaron a elecciones al pueblo, que fueron farsa inicua provocada por los mismos veintisietistas que se constituyeron en los Hospitales, Cárceles y demás refugios de recluidos • inválidos, a quienes hacían votar por vivos y muertos hasta seis veces, si no mas.
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Por causas que siempre son patrimonio de las Tiranías, y aun de los buenos Gobiernos, poco tiempo después se vieron los Tinoco odiados por muchos de los que siempre fueron sus amigos, y la ola del descontento fue acrecentándose cada vez mas, hasta que, en el mes de marzo de 1918, el ilustre patriota don Rogelio Fernández Guell,—quien desde su curul de diputado había estado haciendo franca y noble campana contra todas las iniquidades de los hermanos terribles,—se lanzo valientemente con algunos compañeros (Joaquín Porras, Jeremías Garbanzo, Ricardo Rivera, Salvador Jiménez y otros) con escasas armas, por las montañas, haciendo la revolución en la cual demostraron su heroísmo luchando con fuerzas diez veces mayores que las suyas y mejor equipadas, venciéndoles; pero quiso la desgracia que, agotados y desanimados por la indiferencia de ese pueblo amordazado e inconsciente, murieron tristemente en maños de asquerosos sicarios, que fueron pagados largamente por su baja acción.
Asímismo, algunos buenos patriotas en el ostracismo luchaban por hacer triunfar la revolución, y con grandes dificultades, después de mil vicisitudes vencidas tan solo por la fuerza creadora y omnipotente del amor patrio, lograron avanzar hacia la frontera por Nicaragua, donde tuvieron algunos encuentros—entre ellos la batalla de «El Jobo»—, con fuerzas del Gobierno. En la región denominada Sapoá, el Comité Revolucionario lanzo una bella
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proclama inspirada en los mas nobles propósitos, que de cumplirse, será la mas trascendente pagina de historia patria, y la que fue aceptada por la masa honrada del país, con gran beneplácito.
En tan noble tarea descolló la figura del cumplido caballero y digno patriota don Alfredo Volio, quien desgraciadamente para la patria, murió antes de ver el éxito de sus esfuerzos.
Fueron los días 12 y 13 de Junio y 10 de Agosto del mismo año los señalados para el prologo del derrocamiento de los tiranos: las gentiles mujeres instigando a los hombres a la vindicación, enardeciendo sus ánimos, lo que origino un encuentro (el 12) frente al Consulado Americano y la quema del diariq servil denorriinado «La In forma ci6n», ei 13; pero no fue sino hasta el 10 de Agosto, a las 7 p. m., que la libertad despuht6 con fulgores san-tos, con la muerte del tiraño Joaquín Tinoco,—acto VaLicntemente efectuado por el humilde eba-nista don José Agustin Villalobos Barquero, verda-dero restaurador de la libertad y honor patrios; lo demas apenas si fueron dignas lecciones de civis-mo y pequeila colaboraci6n, pues que el viaje del tiraño era ficticio, ya que su pensamiento era regre-sarse solo y proclamarse Presidente, dispuesta a luclmr contra todo y contra todos.
Ya libres de la Tiranía, entraron los revoluciona-rios al interior, y el 7 de diciembre fueron celebra-das elecciones liberrimas, bajo los auspicios del Presidente Provisional don .Francisco Aguilar Barquero, resultando electo Presidente Constitucional, el integro ciudadaño don Julio Acosta Garcia, hom-
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bre de gran talento y sentimientos saños, que esta llamado a completar la obra de regeneracion y li-beracidn comercial de la nacion: su compromiso es sagrado y su oportuidad unica.
Solo urta cosa me impele a poner una nota triste entre tanta belleza de civismo: el olvido en que se jia dejado a Villalobos, muerto el 5 de Noviembre en la costa del Pacifico, prematura y tragicamente,. siendo, como lo es, digno de la glorificacion de su memoria, y toca-a la posteridad hacerle justicia ya que salvo a Costa Rica del mas oprobioso regimes de vandalaje. -
V. M. C. R.
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Declaración don Porfirio Avila


Ante mi, Adán Acosta Valverde, Notario con oficina en San José, y en presencia de los testigos instrumentales don Salvador Bonilla Saenz y don Francisco Bonilla Carranza, mayores y de esta ve-cindad compareci6 don Porfirio Morera Avila, mayor, casado, dependiente de comercio y con domicilio en esta ciudad, con el objeto de hacer constar que* conciente de su obligacion de ser veraz y a sabien-das de las penas con que la Ley castiga el falso tes-timonio, bajo juramento de decir verdad, da su declaracion relativa a la muerte de don Joaqyin Tinoco Granados, ocurrida el dia diez de agosto de mil novecientos diez y nueve, proximamente a las siete de la noche y en esta ciudad, con los deta-lles siguientes: «Yo habitaba entonces y ocupo to-davia, una casa de mi propiedad, situada en este poblaci6n, distante, mas o menos, cua/enta metres, hacia el Norte del propio lugar en que fue pltimado don Joaquín; aquel dia y a la hora indicada, ibayo para mi casa, llevando conmigo mis dos hijos, me-&
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nores ambos, una sobre mi brazo y otro de la maño, con direccion Sur a Norte: al pasar por la propia esquina del acontecimiento, vi a una persona recos-teda al riel o poste que esta en dicha esquina, nor-oeste del lugar; el individuo estaba de pie y con el ala de su sombrero agachada: yo le mire y lo reconoci en seguida: era José Agustin Villalobos, a quien conocia desde muchos afios, asímismo que a su familia; yo salude a Agustin, diciendole solamen-te «alo», y el nada me contesto, simplemente me miro y se sonri6, levantando ligeramente la cabeza: yo continue mi camino, y a los pocos pasos, me encon-tre con don Joaquín, que venia en sentido opuesto al mio, pues venia de su habitacion, con su trUje militar; como la acera es estrecha y yo-llevaba mis ninos, don Joaquín se apeo, cediendome el paso; al llegar a la puerta de mi casa y abrirla, oi disparos de revolver, dos seguidos; volvi a ver hacia la esquina de la cafeteria donde estaba Agustin, y vi caer atierra al señor Tinoco: en ese mismo instan-te 01 otra detonacion y vi el fogonazo de ese tercer disparo, y adverti que lo hacia desde la calle, yendo de reculada un individuo que reconoci ser el misrno Agustin que acababa de ver y saludar; observe bien que Agustin, reculando hasta la esquina del frente,. donde esta el establecimiento «La Marinita», miro hacia el Norte, de donde ya corrian los esbirros Luna y Berrocal, dio media vuelta y salio huyendo con direccion al Este; en "esos momentos, ya salia y corria hacia la esquina del suceso, la señora de do* Joaquín, dona Mercedes, qirien al verme me pregunto que ocurria; yo le conteste que no satfte,
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yella me suplic6 la acompaflara hasta la esquina; yo, por precaucion y temeroso, accedi pero rogandole que pasara ella adelante; mis ninos quedaron ya en mi casa, y nosotros llegamos presurosos al lugar del acontecimiento: don Joaquín estaba tendido en el suelo, muerto ya, con una pierna sobre la otra, la guerrera desabrochada y la maño derecha sobre la cintura; cerca al cadaver estaba gritando—cuando nos acercamos—Beto Quiros, un jovencito hijo de don Juan Bautista. Cuando yo pasaba hacia mi habitacion, antes del acontecimiento, note que esta-ban, al lado Sur de aquella esquina de la cafeteria, un muchacho que Hainan «burgos» limpiador de ro-pa, recostado a la pared, y un chiquito hijo de don Lucas Fernandez; fuera de esos dos rnuchachos y de Agustin, nadie mas había por ahi, que yo pu-diera ver al menos. El primero que llego al lugar y se acercd al cadaver de don Joaquín, fue el jovencito Quiros, quien se agacho, lo toco y gritaba «lo hari matado». Advierto que cuatro o cinco ocasío-nes, en ios días anteriores al diez de agosto, yo había visto a Agustin por aquellos lados, y aun en la propia esquina donde murio don Joaquín». Expi-do un primer testimonio, le agrego el impuesto de timbre correspondiente, debidamente cancelado, y lo entrego al declarante, a quien advert! que, ni soy la autoridad competente para recibir la infor-macion del caso, ni tal actuaci6n cabe dentro de Ios limites que la Ley senala ajnis atribuciones de Notario, habiendp insistido en que extendiera así .la,escritura, sin perjuicio de ratificar su testimonio ante la autoridad judicial respectiva, ya que ha
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anticipado en esta forma su declaracion, sin interes alguno personal,y asolicitud de parte intesada. Leida estaacta al declarante, ante mi y los citados testigos, expresd su conformidad y la ratified. Conozco al otorgante y testigos, y certifico su capacidad legal requerida. Firmamos en la ciudad de San José, a las cuatro de la tarde del veintiocho de junio de nail novecientos veinte.—Porfirio Morera A., Salvador Bonilla, F. Bonilla Carranza. Lo anterior es copia exacta del instrumento publico numero trein-ta y nueve, extendido al folio veintrseis de mi sexto protocolo. Confrontada con su original, ante el inte-resado y testigos mencionados, resulto conforme y la expido como primer testimonio que el del mismo declarante.—Ad. Acosta, Porfirio Morera A., Salvador Bonilla, F. Bonilla Carranza.
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Declaración de don Adolfo Sáenz G.


En la ciudad de San José a las nueve de la ma-nana del veinticuatro de Junio de "mil novecientos veinte. El infrascrito, Adolfo Saenz Gonzalez, ma-3 or de edad, ebanista y de este domicilio, hace cons tar: Como companero de labores que fui del joven don José Agustin Yillalobos Barquero, y ami-go intimo suyo,.tuve oportunidad de constatar de manera que no admite duda, sus procederes en lo relacionado con la situacion politica tiltimamente creada por los hermaños Tinoco, y al efecto, dire: t El dia trece de Junio nos encontrabamos en el taller de mi propledad, sito en aquella fecha doscien-tas varas al Oeste de «La Informaci6n», y en mo-mentos en que los manifestantes dieron fuego al local del mencionado diario, salimos a la ptterta José Agustin y yo, viendo que mementos desp^es venia el señor don Carlos Maria Jiménez en compa-fiia de algunos jovenes y tras ellos unos policiales en actitud agresiva: uno de ellos, montado a caba-
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Ho, revolver en maño y cruceta en otra, y al pasar frente a nosotros, Villalobos se le tiro al cuerpo con furia, logrando tirarlo al suelo y recibiendo un golpe que el policial le asesto con la cacha del revolver; ya en el suelo lo desarmo y golpeo de tal ma-nera que aquel quedo examine en el suelo; inconti-nenti, otro policial se vino sobre el, del que se de-fendi6 y lo defendimos, logrando ponerlo en escape (al policia). El acto referido lo presenciaron varias personas, entre ellas, don Jesús Pinto, quien enardecido gritaba «Este es un heroe, hay que ayudarlo»; Villalobos entusiasmado por su acto, en media calle se puso el kepis del policial a quien de-sarmo y que estaba exanime en el suelo a conse-cuencia de los golpes que Villalobos le asesto, y gritaba fogosamente para que prosiguieramos en la labor contra los Tinoco. Luego nos metimos en el taller donde, en el cielo raso, coloco la cruzeta y tomamos el revolver, amartillandolo, por varias veces para probarlo; alii estuvimos hasta las cinco de la tarde. Al dia siguiente, cuando llegue al taller, me asusto su ausencia y, temiendo lo hubieran capturado o sucedido algo parecido, resolvi esperar-lo algunos momentos en la esquina; efectivamente, rato después llego el y me dijo que su seiiora madre estaba sufriendo mucho, pues temia por su vida si el cometia algun desaguisado, por lo que el estaba dispuesto a irse a El Coyol a fin de evitar, pues el no queria cometer un acto de esa natura-leza si no era con^gracia, matando a Joaquín que el considefaba como el verdadero tiraño; como me invitara, yo le acompane, y, por cierto, al llegar
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a Alajuela, le dije que guardara el revolver (el mismo que quito el 13 y que llevaba en el bolsi-llo del saco), a lo que el me contesto: «Este sera mi companero en la vida y me servira para matar a Joaquín; el que intente quitarmelo morira con el mismo.» Ya en El Coyol, el solo hablaba de planes para quitarle la vida a Joaquín Tinoco. A los ocho días me regrese yo, quedando Villalobos alia. Cuando regreso, a los quince días después, es decir, ocho después que yo, siempre sjguio con la obsesi6n que no le dejaba tener rato de tran-quilidad, y un dia, por cierto, habiendo salido yo, un aprendiz le dijo, no se si por broma, que Joaquín Tinoco había pasado por alii (por el taller) el 9 de agosto, por lo cual cuando yo llegue,no lo encontre y me informaron que había salido a bus-carlo. Como era a medio dia, mediando circuns-tancia tan optimista para llevar a efecto tal hecho. sali en su busca y lo encontre en la esquina de «Odio & Odio», y le aconseje que se retirara y desistiera de ello, que lo iban a matar, observa-ciones que le disgustaron de manifiesta manera, pues se puso palido y me contesto: «No importa; yo lo que quiero es manifestarle que si hay hombre en Costa Rica que se las pueda ver con el.» Ai fin logre que se viniera conmigo; en el taller ya ni trabajaba, pues a cada rato que *oia la sirena del auto de Joaquín, que distinguia con gran exac-titud, salia a la puerla a fin de ver si era la opor-tunidad de hacerlo; por las tardes, después de co-mida, siempre se iba por la casa de Joaquín o sus inmediaciones. El domingOj o sea el dia siguiente,
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cuando supe la muerte de Joaquín, al momento fue mi pensamiento a Villalobos y su obsesion, y como yo venia al taller, viendo bastante gente aglomerada, fui hacia la esquina de la pulperia de Limon, donde con ansia trate de averiguar si sa-bian quien era el autor de la muerte, y personas que estabanalli, Petritaentreellas, me dijeron quenojque habia huido hacia arriba, por lo que corri a la casa. de Villalobos; alii estuve largo rato tocando la puer-ta, sali6 su hermana, la señorita Lola, quien, viendo que era yo, me mand6 pasar adelante; los encontre a el y a su familia en corrillo, comentando el hecho: esto me hizo entrar en malicia pues era yo el pri-mero que llegaba a ese barrjo con la noticia y to-do mundo la ignoraba; yo lo invite a salir a dar una vuelta, a lo que su seiiora madre se opuso, pretextando que habia mucho «bochinche». Al fin salimos por alii cerca, y al pasar por el puente del Atlantico, indiscrentamente le dije: que me -habia asvstado el hecho por su persona, a lo que enfa-dado me contesto: »Callate, que todo lo hablas a gritos», por lo que calle, viendo que habia por alii mucho policial, bien armados todos; estuvimos algun rato por alii, y pretextando que se sentia un poco mal, se retir6 a su casa. Al din siguiente llego muy tempraño al taller, diciendome que casí no habia dormido y que desde las cinco de la ma-fiana andaba en la calle. Desde ese dia extrane un cambio absolute en el caracter de Yillalobo*: anteriormente era bondadoso y aceptaba gustoso las bromas; ultimamente ya no hablaba nada ni le gustaban las bromas. El puso en su cuarto de tra-
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bajo, con lapiz: «io de Agosto de 1919, fecha memorable. » En las tertulias que siempre habían en el taller ya no se inmiscuia; solo si, cierto dia que el joven Roberto Fait decia, hablando de la muenc de Joaquín: «Aqui la ciencia esta muy atrasada; en otros países después de muerta una persona dc manera tragica, le colocan ciertos aparatos en hi vista, que retratan la ultima irnpresion que han re-cibido, por lo que es sencillo averiguar quien ha sido el ultimador». Villalobos, que no totnaba par-te en la conversation, pero que for lo visto le ponia cuidado, de pronto pregunto: «Pero eso no lo pueden hacer aqui, verdad?»; y como se le con-testara que no, se fetiro. El dia del entierro de Joaquín no quiso acompanarnos a ver los funera-les, diciendo que el nada tenia que ir hacer a-eso. Es cuanto puedo decir al particular —Adolfo Sdenz*
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Declaración del Licenciado Cortés


En la ciudad de Alajuela, a las dos de la tarde del trece de junio de mil novecientos veinte.—A solici-tud de parte interesada, hago constar lo siguiente: En el mes de julio del afio próximo pasado, estan-do mi seiiora esposa de temporada en una finca si-tuada en el barrio Je San José, denominado £1 Co-yol, propiedad que queda frente a la casa de los se-nores Gordiaño y Reyes Villalobos,me encontre una tarde, como a las cinco y media, con el segundo de los citados señores y entramos a conversar acerca de los asuntos politicos de palpitante actualidad en aquella epoca. C<~>mentamos lo que se prolongaba ya la estadia de los Tinoco en el Poder y las dificulta-des, al parecer insuperables, que se presentaban para lograr la cesacion de aquel Gobierno,—y en el correr de nuestra entfevista, Reyes Villalobos me manifesto su fe inquebrantable de que el exito en cualquier plan para derrocarel Gobierno tendriaque consistir en la supresion de la vida de Joaquín Tinoco. Yo le manifeste que la dificultad consistia en en-contrar una persona que quisiera hacer el sacrificio
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de su.vida ultimando a Joaquín, ya que quien tal pretendiera debia contar con noventa y nueve proba-bilidades de morir, dado el valor indiscutible de Ti-noco, la certeza de su punteriay sobre todo, la vigi-lancia que el Gobierno mantenia acerca de su persona para librarlo de cualquier ataque. Villalobos me contesto que la dificultad que yo le apuntaba no existia, porque el joven José Agustin Villalobos Bar-quero estaba absolutamente dispuesto a llevarla a cab©, penetrado de que al obrar así llevaria a cabo una acci6n de verdadero patriotismo. Me agrego además, que José Agustin estaba en su casa y que yo podria conversar con el si así lo deseaba, para que personalmente pudiera constatar su inquebran-table proposito de suprimir la vida de Joaquín Tino-co, para lograr, así, la redencion del país." En efecto, habiéndole manifestado mi asentimiento para, ver a José Agustín, Reyes atravesó el camino y volvi6 con el. No hubo necesidad de presentacion, porque yo conocia bien a este joven por la circuns-tancia de haber residido su familia en esta ciudad durante un largo periodo. Nos saludamos y Reyes le indico a Villalobos que conversara conmigo acerca de sus planes relacionados con la muerte de Joaquín Tinoco. José Agustin empezo por ddcirme que hacia días tenia el firme prop6sito de ultimar al Ministro de la Guerra y que su intencion debia rea-lizarla a todo trance, porque creia que de esa ma-nera debia terminar la Tiranía que imperaba en Costa Rica. Que no tenia con Joaquín Tinoco nin-gun agravio personal que cobrarle, pues nunca ha-bia sido inquietado ni molestado por las autorida-
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des pero que, como costarricense, veía con profunda tristeza que un solo hombre, ya que Joaquín era el alma del Gobierno, se burlara de los costarri-censes, los humillaba, los insultaba, los trataba de cobardes en toda ocasión, y nadie le salicra al paso para cobrarle tales despropósitos. Que el quería ser el costarricense que vengara tales agravios, y que aunque comprendia que iba a morir en el lance, es-taba resuelto a llevarlo a cabo tan pronto como He. gara a San José y se le presentara la ocasíon propi-cia. Villalobos me hablo de todo lo que dejo dicho sin exaltaciones de ninguna clase, y mas bien con una cara sonriente, y con tal naturalidad y convic-ci6n tan arraigada, que traduje que aquel hombre era capaz de ejecutar lo que me había dicho. Na obstante eso, le hice ver el inminente peligro que correría al ejecutar su plan y que dada su juventud-, era necesario que meditara mucho lo que iba a ha-cer y prever sus consecuencias en caso de un fraca-so, pero a todas mis objeciones me conte»t6 con una determination resuelta e inquebrantable de ir al sa-crificio, pero siendo el costarricense verdaderamente restaurador. Nuestra conversation [duro como una hora y al despedirme, José Agustin me dijo que den-tro de tree o cuatro días se iria a San José y que talvez alia nos veriamos. Yo guarde una absohita reserva sobre la conversaci6n que había tenido con Villalobos, con quien hube de encontrarme como a los tres o cuatro días en la estacion de esta ciudad, momentos antes de la partida del tren de la una. Alii nos saludamos, y con una expresion significativa me dijo: «Ya voy para- San José por si algo se le
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ofrece»; fe conteste que le fuera bien y me quede ptnsando en que si seria la ultima vez que veria a aquel joven ya que yo tenia el convencimiento de qufc era muy capaz de poner en practica la determi-nacion de que me había hablado. Vino £\ diez de Agosto y la muerte de Joaquín Tinoco y, .natural-mente, mi pensamiento volo en seguida a la conver-saci6n tenida con José Agustin Yillalobos, y dio la casualidad de que como por el catorce o el quince del mismo mes, habiendo llegado yo a la ciudad de San José por el tren de las dos de la tarde, me dirigi al centro de la ciudad por la calle de la estacion y sentado en uno de los parquesitos se encontraba José Agustin cuando yo iba por la acera. Al verme se dirigio inmediatamente a mi persona, me saludo y apretandome fuertemente la maño, me dijo: «Ya •ve que ejecute mi plan y milagrosamente estoy vivo». Conversamos como un cuarto de hora, me dio a la ligera los detalles del suceso > me suplico la mayor reserva, teda vez que su situacion era muy delicada y de un momento a otro su persona podia correr graves peligros; así se lo jyometi, y nos despedimos. No volvi a ver a José Agustin sino hasta en la tarde deLdos de noviembre del año pasado, en momentos en que salia yo del cementerio de San José y el eotraba a tal lugar en compania del Licenciado don Carlos Maria Jiménez. Es cuanto yo puedo decir .al respecto.—(f.) Lcon Cortes
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Declaración de D.  M.  Castro Rivera


El infrascrito, mayor de dieciocho años de edad, periodista, soltero y de este vecindario, declara: «En diferentes ocasíones manifesto mi recordado amigo don José Agustin Villalobos Barquero, su idea de suprimir la vida del tiraño Tinoco, pues cuando organice una manifestacion de duelo a\ Ce-menterio General de esta ciudad, en homenaje a la memoria del señor don Rogelio Fernandes Giiell, a la que el asístio, inicio una conversacion en la cual dejo traslucir sus vehementes deseos de optar una actitud decidida para terminar con la odiosa Tiranía, pues era su concepto que las revoluciones, por nues-tro caracter mezquino, no sirven mas que para hacer mayor el nsmero de las victimas de aquella, sin provecho alguno, es decir, consideraba todo ello esteril; se indignaba cuando veia que impunemente se insultaba en la Camara de Diputados, en aquel entonces, al pueblo tico por el Ministro de la Guerra, por lo que ma'nifesto en diferentes ocasíones su resolucion inquebrantable de obrar, decidido a todo,porlasalvacion de su Patria, y en diferentes ocasíones supe por su boca que le acechaba, hasta el dia en que la Providencia le ayudo y pudo llevar a efecto su pensamiento. El no obro por venganza personal, pues siendo como era, hombre de trabajo jamas tuvo que ver directamente con los Tinoco ni
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con empleado publico alguno, sino hasta el 13 de junio del año próximo pasado en que, inspirado en un sentimiento patriotico y de humanidad, si se quiere, defendio a Carlos Maria Jiménez de la muer-te segura que un sicario de los tiraños estaba dis-puesto a efectuar con un revolver nacional que, con valor temerario, logro quitarle Villalobos; de este hecho fueron testigos un hijo de don Ramón Madrigal y don Jesús Pinto que, admirando su arrojo, lo felicito estimulandolo para que empleara siempre su fuerza potente en honrados actos. Después de la accion que efectuo y di6 por resultado la muerte del general Tinoco, sufria grandemente al com-prender que su sacrificio quiza se perderia por la psicologia ingrata de este pueblo que se codeaba pocos días después con los sayones que martiriza-ban mujeres y menoscababan el honor patrio. El nunca aguardo mas recompensa que la de ver el producto sanp de su obra en la regeneracion de la Patria, pues el siempre se creyo capaz 4e luchar en la vida para velar por las necesidades de su familia y, en especial de su seiiora madre, a quien siempre venero. Su vida siempre fue dechado de hon-radez y solo urra causa tan exigente como la de la Patria puedo llevar su pensamiento a suprimir una vida, y creo que en Costa Rica pocas serán las personas mejor dispuestas para vivir de si, por su condicion fisica y contextura moral. Dada en la ciudad de San José a los once dia| del mes de mayo de mil novecientos veinte.
(f), V. M. CASTRO RIVERA
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Declaración de don Onofre Reyes Villalobos


En la ciudad de Alajuela, a las siete de la noche del veintidos de Junio de mil novecientos veinte. Yo, Onofre Reyes Villalobos, mayor de edad, sol-tero, agricultor y de este vecindario, hago constar que los hechos siguientes son absolutamente cier-tos; Inmediatamente después del 13 de Junio, del año pasado, Jose Agustin Villalobos llego a mi ca-sa situada en el lugar denominado El Coyol, en el distrito d« San Jose de este Cant6n, y se mantuvo escondido porque la autoridad lo perseguia, a con-secuencia de haberse batido con la policia en las calles de San Jose a la par del Lic. don Carlos Maria Jiménez. Alii estuvimos conversando siem-pre acerca de los asuntos que se sucedian en aque-llos días de la tirania de los Tinoco, y Jose Agustin me decia con insistencia que el unico medio de aaebar con el regimen que imperaba en aquel en-tonces, era ultimar al Ministro de la Guerra Joaquin Tinoco, agregandome, además, que el se sentia dis-puesto a llevar a cabo tal hazana, inspirado tan solo en un sentimiento de verdadero patriotismo, ya que personalmente no tenia nada que cobrarle
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a Joaquín, porque no había sufrido vejamen de nin_. guna especie. De la referida fecha en adelante José Agustin viajo a San José varias veces y cuando volvia a nuestra casa nos decia que aun no había tenieio oportunidad de realizar sus planes, y en cierta ocasíon nos contd que persiguiendo a una persona que le pareci6 ser Joaquín Tinoco, vino' a convencerse cuando estuvo de cerca que era e^ Comandante de Policia de San José Jaime EsquiveJ. En mi casa cuando el nos contaba esas cosas, le deciamos, especialmente mi hermana Ester Villalobos, que si había pensado en el enorme peligro que corria al llevar a cabo su plan, y el nos mani-festaba a su vez que comprendia que lo probable era que encontraria la muerte al matar a Joaquín, pero que lo hacia gustoso con la unica esperanza de que los benfeficiados con su proceder, que eran la mayoria costarricense, velarian por su madre, ya que ella se sostenia con su trabajo (el de Villalobos) y que faltando el, ella pasaria privaciones. Cuando ultimaron a Joaquín, José Agustin fue a casa como a los quince días de haber ocurrido tal suceso y nos refirio con todos los detalles el hecho. Es cuanto se acerca del particular a que se refiere esta constancia.—Onofre Villalobos.

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Declaración de don Jorge Pinto A.


El infrascrito a solicittid de parte interesada, ma-yor, contabilista y de este vecidario, declara: Que el diez de Agosto próximo pasado, siendo las siete de la noche pasadas, y al regresar a su casa de ha-bitacion, sita en el barrio de Amon, y por la acera de ladrillo que se encuentra a la derecha de la calle que va a morir frente a la casa del Doctor don Pan-filo J. Valverde, como a las ciento cincuenta varas de dicha casa, me encontre con un joven cuyo cuer-po era bien proporcionado, es decir, de alta estatura, grueso y de pelo lacio que le caia en la frente debido a su precipitada carrera: pude notar que usaba calzar do sin hules y faertes, por el ruido que hacia al to-car el suelo, que usaba vestido de saco y pantalon al parecer de color gris: en ese momento venia, como ya lo he diclio, eoi riendo y además, revolver en ma-jio, por lo que me atrevi a preguntarle: <jQue ocurre?, a lo que el me contesto con algunas palabras, sin interrumpir su camino. Vi que al llegar a la casa del doctor y hacia la esquina Sur de la verja que la cir-cunda, el joven Villalobos brinco con alguna agilidad y ligereza admirable. Llegue a mi casa y narre lo ocurrido a mi familia, siendo sorprendido momentos
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después, por la noticia que se nos trasmitía por teléfono de que Joaquín Tinoco había sido muerto en la esquina de la Pulperia de Limón, por un joven que había logrado huir ileso, por lo que inmediatamente sospeche de que el joven que nos ocupa en esta narracion fuese el protagonista de tan sensacional hecho. Tales sospechas se me confirmaron cuan-do fue dada a la publicidad la noticia de la muerte de don José Agustín Villalobos Barquero, conjunta-mente con la hazafia llevada a efecto, por el,—muerte del señor Tinoco—, que cont6 días antes de morir, a algunas personas de confianza, cuyos datos por la parte que a mi corresponde coinciden en un todo con lo por mi presenciado; además de eso,. reconoci la fotografia del joven Villalobos, inserta en La Prensa. Asímismo un ^matrimonio que vive en una casa ubicad£ en el mismo terreno de la del doctor Valverde, declaran que lo vieron en los mo-mentos en que hablabamos, cuando salto la verja, agregando que algunas metres antes de llegar a ella, lo vieron introducir el revolver en la faja, probablemente para mejor facilidad en sus movi-mientos.
Dada en la ciudad de San José, a los once días del mes de Mayo de mil novepentos veinte.. (f.) Jorge Pinto Aguilar.
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Declaración del matrimonio Páez


Los infrascritos, mayores de edad, casados, artesaño el primero, de oficios domésticos la segunda, de este vecindario, a solicitud-de parte interesada y en forma legal, declaran: Que el diez de agosto del año pr6ximo pasado, siendo las ocho de la noche y minutos mas, viniendo juntos observa-ron que un individuo joven, de buena estatura, grueso, vestido de gris, que venia corriendo por la calle que termina frente a la casa del doctor Valverde, portando su sombrero debajo del brazo izquierdo y en la maño derecha un revolver, que hablaba ligeramente y sin detener. su marcha con el señor don Jorge Pinto (a) «Chocho», co'mo a las ciento veinte varas de la casa del doctor, y que al llegar cerca de la verja que circunda esta, por la esquina Sur, introdujo el rev61ver en el lado izquierdo del «pecho», entre la faja, y salto lue^o por ericima de aquella, por lo que corrimos inmediata-inente a dar cuenta al doctor, creyendo que se tra-taba de algun ladron que huia o intentaba asaltar la casa del doctor en^horas en que el comia pero

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con asombro vimos, cuando se le fue a buscar, que había desaparecido, entre tapias, por el Parque de BOLIVAR. El joven que nos ocupa vestia de gris, saco y pantalon, y zapatos fuertes, pues que al co-rrer metian fuerte ruido, y su pelo era lacio. Reco-nocimos en la fotografia inserta en La Prensa, del joven José Agustin Villalobos, al protagonista de los hechos anteriormente relatados,—que, por otra parte, comciden exactamente igual con lo por el referido a algunas personas de su confianza, por lo que respecta a lo por nosotros presenciado, por lo que no dudamos que fuera el autor de la muerte de Joaquín Tinoco. Lo anteriormente referido lo contamos la misma noche al doctor, quien temiendo que hubiera saltado por la casa del Presbitero D. Ot6n Castro, que es una verdadera trampa sin sali-da, ordeno que le buscaramos para darle asílo, pe-ro cuando se hizo, ya el estaba lejos, pues no apa-recio.—Dada en la ciudad de San José a los once días del mes de Mayo de mil noveciento veinte. (f.) Celimo Paez. (f.) Angelina N. de Paez.
 

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Declaración del Dr. Valverde


Seguidamente el suscrito, profesor de medicina,-mayor de edad, casado y de este mismo vecinda-rio, a solicitud de parte interesada, y en forma legal declara: Que las citas anteriormente hechas en cuanto a su persona son exactamente ciertas, y agrega: que en el patio de su casa aparecieron al dia siguiente de ocurrido lo relatado una maceta que contenia unas orquideas, caida y la mata des-trozada,lo mismo que las huellas del que huia bastante bien marcadas, las cuales seguidas con inteligencia marcaban la ruta indicada por eljoven Villalobos, en su relato como la que había seguido y servido para llegar a su casa felizmente, con gran precision; amigo como soy de la investigacion, yo efectue esa diligencia, dandome feliz resultado, pues se veia fa-cilmente donde el joven se detuvo frente a un palo de higueron (como el explico) a botar los cartuchos quemados, segun su relacion; donde subio por loe paredones del parque de BOLIVAR, levanto el alambre y doblo el sedazo, que aun se encontraban en ese estado cuando practique la diligencia apun-tada.—Dada en la ciudad de San José a igual fecha y hora, y agrega que es su concepto que es muy probable que fuera el joven Villobos quien diera muerte al señor Tinoco basado en los anteriores relatos.—(f) P.J. Valverde.

                 
 

Declaración de Osías Castro


En la ciudad de San José, a las dos de la tarde del dieciocho de Junio de mil novecientos veinte. El infrascrito, mayor de edad, ebanista y de este domicilio, manifiesta: el 23 del mes de junio del año pr6ximo pasado, caminando yo por la Avenida Central, hacia el lado Este, me encontre por el Teatro America con el joven don José Agustin Vi-llalobos que venia en compania de Miguel Angel Granados (alias «Maciste»), y como yo tuviera co-nocimiento de sus actos de valor Hevados a efecto el 13 del mismo mes y año, le aconseje se retirara a ^u casa a fin de evitar un encuentro con esbirros que algiin daflo podrian ocasíonarle, a lo que me contesto que a el no le atemorizaban los pusilanimes que carecian de fuerzas para ganarse el sustento honra-damente y que, además, a todo estaba dispuesto; habiendose retirado en ese momento Granados, me dijo, cuando me lo hube llevado al local que ocu-pa el centro La Juventud Obrera y dicho que me-jor era, como ya se lo había dicho, que se escon-diera para evitar futuras molestias, que el estaba dispuesto a deshacerse del tiraño Joaquín Tinoco
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y que para ello andaba preparado, y al efecto sacQ el revolver que habia decomisado el 13; al mismw tiempo me tomo parecer respecto de si le habla-ba a «Maciste» para que le ayudara en el lance pues el temia que por intervention del esbirro que siempre acompanaba a Joaquin. se frustrara su plan, o al menos se retardara, a lo que le contes-te que a como estaba la moralidad en Costa Rica no convenia fiarse de nadie, ni aun en su misma persona; que yo nunca colaboraria en un hecho de esa especie porque me faltaba valor para ello. Yo le aconseje que no hiciera nada de lo manifes-tado, pues después de consumado el hecho, si triunfaba y no moria, peor para el, pues .que se convenceria d« lo ingrata que es la gente en Costa Rica y que adetnas su familia sufriiii las conie-cuencias. El no me volvi6 a hablar del asunto y es todo cuanto puedo decir.—Osias Castro Rivas.

 
                 
 

Quién fué José A Villalobos B.


El joven protagonista. del hecho que ha motivado las anteriores diligencias comprobatorias, nació en la ciudad de Alajuela el 17 de Junto del año de 1898, siendo sus padres don Agustin Villalobos Zamora y doña Fidelina Barquero, nativos ambos de Santo Domingo de Heredia.
Cursa la primera enseñanza en las escitelas de la capital, distinguiendose siempre por su conducta
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irreprochable y carácter bondadoso: tenia grandes aptitudes para las matemáticas y el dibujo; sus notas siempre fueron sobresaLicntes y el querido par sus maestros y condiscípulos.
Terminado - que hubo sus estudios se dedico a la ebanisteria en la que fdciltiiente logrd conquistarse buen catnpo y manera de ganarse la vida honradamen-te sin ocupar jamas puesto de Gobierno alguno, que tletesto siempre.
Su estictura era como de inetro y setenta y dos centimetres, grueso, pelirubio, ojoi castaños, nariz recta y bien proporcionada, boca pequena; no usaba bigote tri barba.
Vestia bien, aim cuando sencillamente; era calzade.
Su cardcler, notoriamente bonda^.oso, le hacia ser siempre simpdtico; despreciaba los necios y era amigo de cultivar las amistades de personas de espiritu pro-gresh'o y desinteresadas; siendo extreinadamente honrado, repudiaba las malas acciones y solo una tira~ nia odiosa y del vandalaje, de la de los herinaños grotescos, pudo obligarlo a cometer un hecho de la indole del que me ocupa.
JWurio trdgicatnente en la ciudad de Puntarenas, el dia 5 de Noviembre delpropio afio de /p/p.
Fue tiranicida de los que se sacrifican solamente pot' su patria y par su honor, solo ansiando la re-generacion del pueblo esclavizado, —par lo que la hisloria y las generaciones venideras recordardn con veneracion su nombre y su conducta serd imita-dti par todos los buenos precursores de las libertades patrias.
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