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Es innegable en todos conceptos que la
Tiranía en que se vio sumida Costa Rica por treinta
meses, fue la culminante lógica del estado de corrupción
y retroceso en que había caído el pueblo, de manera tan
deplorable como indecorosa para su crédito, y que fue el
producto de todas las inmorales doctrinas esparcidas en
cerebros inconscientes, por los politiqueros que solo
buscaban un sitio desde el cual pudieran ocultar todos
sus errores y sacar todo lo necesario a una vida
burguesa, de desahogos, despilfarros y que no demandase
esfuerzo mental ni material.
Molesto seria para nuestros lectores el que hiciéramos
en este folleto, relación de los hechos escandalosos que
registran las anteriores campañas electorales a la
efectuada en el año de 1910, al finalizar el Gobierno
del Lic. don Ricardo Jiménez, y en la que salieron a la
arena el Doctor don Carlos Durán, Lic. don Máximo
Fernández y don Rafael Iglesias, quienes, visto su
parcial fracaso, entraron en componendas vergonzosas,
sancionadas por los diputados elegidos, faltos de
rectitud, y de los jefes de Partido
3
quienes, guiados por desenfrenada
ambición, después de haber suscrito serios convenios con
su contrario, entraban en componendas con el tercero en
discordia, inmoralidades que dieron por triste resultado
la exaltación al poder de un individuo cuyo nombre en la
política general del país era enteramente desconocido, y
quien ciertamente se trazó una buena norma de conducta
en su Gobierno, pero cayendo en el error criticable de
confiarse ciegamente en su Ministro de la Guerra,
Federico Ticoco, hombre conocido por su audacia,
ambición y poco patriotismo, en quien siempre creyó
encontrar al mejor amigo y excelente colaborador.
Después de preparar el «terreno> por medio de intrigas
bien disimuladas y magistralmente urdidas contra el
señor Gonzalez Flores, Tinoco, en compañía de algunos
adeptos suyos, algunos de los cuales fueron sus peores
enemigos mas tarde, dió un cuartelazo amparado a su
autoridad de Ministro de la Guerra, en cuyo carácter aun
era reconocido, no obstante haber puesto su renuncia
momentos antes y que no era conocida de sus
subordinados, y por medio del cual se posesiono de la
Presidencia. El pueblo inconscientemente aplaudió ese
acto y los hombres dirigentes,—que desgraciadamente son
coautores de la deshonra y desvíos nacionales, — les
prestaron su apoyo decidido, con muy raras y honrosas
excepciones. Hombres de algún ingenio, los hermanos
Tinoco convocaron a elecciones al pueblo, que fueron
farsa inicua provocada por los mismos veintisietistas
que se constituyeron en los Hospitales, Cárceles y demás
refugios de recluidos • inválidos, a quienes hacían
votar por vivos y muertos hasta seis veces, si no mas.
4
Por causas que siempre son patrimonio de las Tiranías, y
aun de los buenos Gobiernos, poco tiempo después se
vieron los Tinoco odiados por muchos de los que siempre
fueron sus amigos, y la ola del descontento fue
acrecentándose cada vez mas, hasta que, en el mes de
marzo de 1918, el ilustre patriota don Rogelio Fernández
Guell,—quien desde su curul de diputado había estado
haciendo franca y noble campana contra todas las
iniquidades de los hermanos terribles,—se lanzo
valientemente con algunos compañeros (Joaquín Porras,
Jeremías Garbanzo, Ricardo Rivera, Salvador Jiménez y
otros) con escasas armas, por las montañas, haciendo la
revolución en la cual demostraron su heroísmo luchando
con fuerzas diez veces mayores que las suyas y mejor
equipadas, venciéndoles; pero quiso la desgracia que,
agotados y desanimados por la indiferencia de ese pueblo
amordazado e inconsciente, murieron tristemente en maños
de asquerosos sicarios, que fueron pagados largamente
por su baja acción.
Asímismo, algunos buenos patriotas en el ostracismo
luchaban por hacer triunfar la revolución, y con grandes
dificultades, después de mil vicisitudes vencidas tan
solo por la fuerza creadora y omnipotente del amor
patrio, lograron avanzar hacia la frontera por
Nicaragua, donde tuvieron algunos encuentros—entre ellos
la batalla de «El Jobo»—, con fuerzas del Gobierno. En
la región denominada Sapoá, el Comité Revolucionario
lanzo una bella
5
proclama inspirada en los mas nobles propósitos, que de
cumplirse, será la mas trascendente pagina de historia
patria, y la que fue aceptada por la masa honrada del
país, con gran beneplácito.
En tan noble tarea descolló la figura del cumplido
caballero y digno patriota don Alfredo Volio, quien
desgraciadamente para la patria, murió antes de ver el
éxito de sus esfuerzos.
Fueron los días 12 y 13 de Junio y 10 de Agosto del
mismo año los señalados para el prologo del
derrocamiento de los tiranos: las gentiles mujeres
instigando a los hombres a la vindicación, enardeciendo
sus ánimos, lo que origino un encuentro (el 12) frente
al Consulado Americano y la quema del diariq servil
denorriinado «La In forma ci6n», ei 13; pero no fue sino
hasta el 10 de Agosto, a las 7 p. m., que la libertad
despuht6 con fulgores san-tos, con la muerte del tiraño
Joaquín Tinoco,—acto VaLicntemente efectuado por el
humilde eba-nista don José Agustin Villalobos Barquero,
verda-dero restaurador de la libertad y honor patrios;
lo demas apenas si fueron dignas lecciones de civis-mo y
pequeila colaboraci6n, pues que el viaje del tiraño era
ficticio, ya que su pensamiento era regre-sarse solo y
proclamarse Presidente, dispuesta a luclmr contra todo y
contra todos.
Ya libres de la Tiranía, entraron los revoluciona-rios
al interior, y el 7 de diciembre fueron celebra-das
elecciones liberrimas, bajo los auspicios del Presidente
Provisional don .Francisco Aguilar Barquero, resultando
electo Presidente Constitucional, el integro ciudadaño
don Julio Acosta Garcia, hom-
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bre de gran talento y sentimientos saños, que esta
llamado a completar la obra de regeneracion y
li-beracidn comercial de la nacion: su compromiso es
sagrado y su oportuidad unica.
Solo urta cosa me impele a poner una nota triste entre
tanta belleza de civismo: el olvido en que se jia dejado
a Villalobos, muerto el 5 de Noviembre en la costa del
Pacifico, prematura y tragicamente,. siendo, como lo es,
digno de la glorificacion de su memoria, y toca-a la
posteridad hacerle justicia ya que salvo a Costa Rica
del mas oprobioso regimes de vandalaje. -
V. M. C. R.
7
Declaración don Porfirio Avila
Ante mi, Adán Acosta Valverde, Notario con oficina en
San José, y en presencia de los testigos instrumentales
don Salvador Bonilla Saenz y don Francisco Bonilla
Carranza, mayores y de esta ve-cindad compareci6 don
Porfirio Morera Avila, mayor, casado, dependiente de
comercio y con domicilio en esta ciudad, con el objeto
de hacer constar que* conciente de su obligacion de ser
veraz y a sabien-das de las penas con que la Ley castiga
el falso tes-timonio, bajo juramento de decir verdad, da
su declaracion relativa a la muerte de don Joaqyin
Tinoco Granados, ocurrida el dia diez de agosto de mil
novecientos diez y nueve, proximamente a las siete de la
noche y en esta ciudad, con los deta-lles siguientes:
«Yo habitaba entonces y ocupo to-davia, una casa de mi
propiedad, situada en este poblaci6n, distante, mas o
menos, cua/enta metres, hacia el Norte del propio lugar
en que fue pltimado don Joaquín; aquel dia y a la hora
indicada, ibayo para mi casa, llevando conmigo mis dos
hijos, me-&
8
nores ambos, una sobre mi brazo y otro de la maño, con
direccion Sur a Norte: al pasar por la propia esquina
del acontecimiento, vi a una persona recos-teda al riel
o poste que esta en dicha esquina, nor-oeste del lugar;
el individuo estaba de pie y con el ala de su sombrero
agachada: yo le mire y lo reconoci en seguida: era José
Agustin Villalobos, a quien conocia desde muchos afios,
asímismo que a su familia; yo salude a Agustin,
diciendole solamen-te «alo», y el nada me contesto,
simplemente me miro y se sonri6, levantando ligeramente
la cabeza: yo continue mi camino, y a los pocos pasos,
me encon-tre con don Joaquín, que venia en sentido
opuesto al mio, pues venia de su habitacion, con su
trUje militar; como la acera es estrecha y yo-llevaba
mis ninos, don Joaquín se apeo, cediendome el paso; al
llegar a la puerta de mi casa y abrirla, oi disparos de
revolver, dos seguidos; volvi a ver hacia la esquina de
la cafeteria donde estaba Agustin, y vi caer atierra al
señor Tinoco: en ese mismo instan-te 01 otra detonacion
y vi el fogonazo de ese tercer disparo, y adverti que lo
hacia desde la calle, yendo de reculada un individuo que
reconoci ser el misrno Agustin que acababa de ver y
saludar; observe bien que Agustin, reculando hasta la
esquina del frente,. donde esta el establecimiento «La
Marinita», miro hacia el Norte, de donde ya corrian los
esbirros Luna y Berrocal, dio media vuelta y salio
huyendo con direccion al Este; en "esos momentos, ya
salia y corria hacia la esquina del suceso, la señora de
do* Joaquín, dona Mercedes, qirien al verme me pregunto
que ocurria; yo le conteste que no satfte,
9
yella me suplic6 la acompaflara hasta la esquina; yo,
por precaucion y temeroso, accedi pero rogandole que
pasara ella adelante; mis ninos quedaron ya en mi casa,
y nosotros llegamos presurosos al lugar del
acontecimiento: don Joaquín estaba tendido en el suelo,
muerto ya, con una pierna sobre la otra, la guerrera
desabrochada y la maño derecha sobre la cintura; cerca
al cadaver estaba gritando—cuando nos acercamos—Beto
Quiros, un jovencito hijo de don Juan Bautista. Cuando
yo pasaba hacia mi habitacion, antes del acontecimiento,
note que esta-ban, al lado Sur de aquella esquina de la
cafeteria, un muchacho que Hainan «burgos» limpiador de
ro-pa, recostado a la pared, y un chiquito hijo de don
Lucas Fernandez; fuera de esos dos rnuchachos y de
Agustin, nadie mas había por ahi, que yo pu-diera ver al
menos. El primero que llego al lugar y se acercd al
cadaver de don Joaquín, fue el jovencito Quiros, quien
se agacho, lo toco y gritaba «lo hari matado». Advierto
que cuatro o cinco ocasío-nes, en ios días anteriores al
diez de agosto, yo había visto a Agustin por aquellos
lados, y aun en la propia esquina donde murio don
Joaquín». Expi-do un primer testimonio, le agrego el
impuesto de timbre correspondiente, debidamente
cancelado, y lo entrego al declarante, a quien advert!
que, ni soy la autoridad competente para recibir la
infor-macion del caso, ni tal actuaci6n cabe dentro de
Ios limites que la Ley senala ajnis atribuciones de
Notario, habiendp insistido en que extendiera así
.la,escritura, sin perjuicio de ratificar su testimonio
ante la autoridad judicial respectiva, ya que ha
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anticipado en esta forma su declaracion, sin interes
alguno personal,y asolicitud de parte intesada. Leida
estaacta al declarante, ante mi y los citados testigos,
expresd su conformidad y la ratified. Conozco al
otorgante y testigos, y certifico su capacidad legal
requerida. Firmamos en la ciudad de San José, a las
cuatro de la tarde del veintiocho de junio de nail
novecientos veinte.—Porfirio Morera A., Salvador
Bonilla, F. Bonilla Carranza. Lo anterior es copia
exacta del instrumento publico numero trein-ta y nueve,
extendido al folio veintrseis de mi sexto protocolo.
Confrontada con su original, ante el inte-resado y
testigos mencionados, resulto conforme y la expido como
primer testimonio que el del mismo declarante.—Ad.
Acosta, Porfirio Morera A., Salvador Bonilla, F. Bonilla
Carranza.
11
Declaración de
don Adolfo Sáenz G.
En la ciudad de San José a las nueve de la ma-nana del
veinticuatro de Junio de "mil novecientos veinte. El
infrascrito, Adolfo Saenz Gonzalez, ma-3 or de edad,
ebanista y de este domicilio, hace cons tar: Como
companero de labores que fui del joven don José Agustin
Yillalobos Barquero, y ami-go intimo suyo,.tuve
oportunidad de constatar de manera que no admite duda,
sus procederes en lo relacionado con la situacion
politica tiltimamente creada por los hermaños Tinoco, y
al efecto, dire: t El dia trece de Junio nos
encontrabamos en el taller de mi propledad, sito en
aquella fecha doscien-tas varas al Oeste de «La
Informaci6n», y en mo-mentos en que los manifestantes
dieron fuego al local del mencionado diario, salimos a
la ptterta José Agustin y yo, viendo que mementos
desp^es venia el señor don Carlos Maria Jiménez en
compa-fiia de algunos jovenes y tras ellos unos
policiales en actitud agresiva: uno de ellos, montado a
caba-
12
Ho, revolver en maño y cruceta en otra, y al pasar
frente a nosotros, Villalobos se le tiro al cuerpo con
furia, logrando tirarlo al suelo y recibiendo un golpe
que el policial le asesto con la cacha del revolver; ya
en el suelo lo desarmo y golpeo de tal ma-nera que aquel
quedo examine en el suelo; inconti-nenti, otro policial
se vino sobre el, del que se de-fendi6 y lo defendimos,
logrando ponerlo en escape (al policia). El acto
referido lo presenciaron varias personas, entre ellas,
don Jesús Pinto, quien enardecido gritaba «Este es un
heroe, hay que ayudarlo»; Villalobos entusiasmado por su
acto, en media calle se puso el kepis del policial a
quien de-sarmo y que estaba exanime en el suelo a
conse-cuencia de los golpes que Villalobos le asesto, y
gritaba fogosamente para que prosiguieramos en la labor
contra los Tinoco. Luego nos metimos en el taller donde,
en el cielo raso, coloco la cruzeta y tomamos el
revolver, amartillandolo, por varias veces para
probarlo; alii estuvimos hasta las cinco de la tarde. Al
dia siguiente, cuando llegue al taller, me asusto su
ausencia y, temiendo lo hubieran capturado o sucedido
algo parecido, resolvi esperar-lo algunos momentos en la
esquina; efectivamente, rato después llego el y me dijo
que su seiiora madre estaba sufriendo mucho, pues temia
por su vida si el cometia algun desaguisado, por lo que
el estaba dispuesto a irse a El Coyol a fin de evitar,
pues el no queria cometer un acto de esa natura-leza si
no era con^gracia, matando a Joaquín que el considefaba
como el verdadero tiraño; como me invitara, yo le
acompane, y, por cierto, al llegar
13
a Alajuela, le dije que guardara el revolver (el mismo
que quito el 13 y que llevaba en el bolsi-llo del saco),
a lo que el me contesto: «Este sera mi companero en la
vida y me servira para matar a Joaquín; el que intente
quitarmelo morira con el mismo.» Ya en El Coyol, el solo
hablaba de planes para quitarle la vida a Joaquín
Tinoco. A los ocho días me regrese yo, quedando
Villalobos alia. Cuando regreso, a los quince días
después, es decir, ocho después que yo, siempre sjguio
con la obsesi6n que no le dejaba tener rato de
tran-quilidad, y un dia, por cierto, habiendo salido yo,
un aprendiz le dijo, no se si por broma, que Joaquín
Tinoco había pasado por alii (por el taller) el 9 de
agosto, por lo cual cuando yo llegue,no lo encontre y me
informaron que había salido a bus-carlo. Como era a
medio dia, mediando circuns-tancia tan optimista para
llevar a efecto tal hecho. sali en su busca y lo
encontre en la esquina de «Odio & Odio», y le aconseje
que se retirara y desistiera de ello, que lo iban a
matar, observa-ciones que le disgustaron de manifiesta
manera, pues se puso palido y me contesto: «No importa;
yo lo que quiero es manifestarle que si hay hombre en
Costa Rica que se las pueda ver con el.» Ai fin logre
que se viniera conmigo; en el taller ya ni trabajaba,
pues a cada rato que *oia la sirena del auto de Joaquín,
que distinguia con gran exac-titud, salia a la puerla a
fin de ver si era la opor-tunidad de hacerlo; por las
tardes, después de co-mida, siempre se iba por la casa
de Joaquín o sus inmediaciones. El domingOj o sea el dia
siguiente,
14
cuando supe la muerte de Joaquín, al
momento fue mi pensamiento a Villalobos y su obsesion, y
como yo venia al taller, viendo bastante gente
aglomerada, fui hacia la esquina de la pulperia de Limon,
donde con ansia trate de averiguar si sa-bian quien era
el autor de la muerte, y personas que estabanalli,
Petritaentreellas, me dijeron quenojque habia huido
hacia arriba, por lo que corri a la casa. de Villalobos;
alii estuve largo rato tocando la puer-ta, sali6 su
hermana, la señorita Lola, quien, viendo que era yo, me
mand6 pasar adelante; los encontre a el y a su familia
en corrillo, comentando el hecho: esto me hizo entrar en
malicia pues era yo el pri-mero que llegaba a ese barrjo
con la noticia y to-do mundo la ignoraba; yo lo invite a
salir a dar una vuelta, a lo que su seiiora madre se
opuso, pretextando que habia mucho «bochinche». Al fin
salimos por alii cerca, y al pasar por el puente del
Atlantico, indiscrentamente le dije: que me -habia
asvstado el hecho por su persona, a lo que enfa-dado me
contesto: »Callate, que todo lo hablas a gritos», por lo
que calle, viendo que habia por alii mucho policial,
bien armados todos; estuvimos algun rato por alii, y
pretextando que se sentia un poco mal, se retir6 a su
casa. Al din siguiente llego muy tempraño al taller,
diciendome que casí no habia dormido y que desde las
cinco de la ma-fiana andaba en la calle. Desde ese dia
extrane un cambio absolute en el caracter de Yillalobo*:
anteriormente era bondadoso y aceptaba gustoso las
bromas; ultimamente ya no hablaba nada ni le gustaban
las bromas. El puso en su cuarto de tra-
15
bajo, con lapiz: «io de Agosto de 1919, fecha memorable.
» En las tertulias que siempre habían en el taller ya no
se inmiscuia; solo si, cierto dia que el joven Roberto
Fait decia, hablando de la muenc de Joaquín: «Aqui la
ciencia esta muy atrasada; en otros países después de
muerta una persona dc manera tragica, le colocan ciertos
aparatos en hi vista, que retratan la ultima irnpresion
que han re-cibido, por lo que es sencillo averiguar
quien ha sido el ultimador». Villalobos, que no totnaba
par-te en la conversation, pero que for lo visto le
ponia cuidado, de pronto pregunto: «Pero eso no lo
pueden hacer aqui, verdad?»; y como se le con-testara
que no, se fetiro. El dia del entierro de Joaquín no
quiso acompanarnos a ver los funera-les, diciendo que el
nada tenia que ir hacer a-eso. Es cuanto puedo decir al
particular —Adolfo Sdenz*
16
Declaración del Licenciado Cortés
En la ciudad de Alajuela, a las dos de la tarde del
trece de junio de mil novecientos veinte.—A solici-tud
de parte interesada, hago constar lo siguiente: En el
mes de julio del afio próximo pasado, estan-do mi
seiiora esposa de temporada en una finca si-tuada en el
barrio Je San José, denominado £1 Co-yol, propiedad que
queda frente a la casa de los se-nores Gordiaño y Reyes
Villalobos,me encontre una tarde, como a las cinco y
media, con el segundo de los citados señores y entramos
a conversar acerca de los asuntos politicos de
palpitante actualidad en aquella epoca. C<~>mentamos lo
que se prolongaba ya la estadia de los Tinoco en el
Poder y las dificulta-des, al parecer insuperables, que
se presentaban para lograr la cesacion de aquel
Gobierno,—y en el correr de nuestra entfevista, Reyes
Villalobos me manifesto su fe inquebrantable de que el
exito en cualquier plan para derrocarel Gobierno
tendriaque consistir en la supresion de la vida de
Joaquín Tinoco. Yo le manifeste que la dificultad
consistia en en-contrar una persona que quisiera hacer
el sacrificio
17
de su.vida ultimando a Joaquín, ya que quien tal
pretendiera debia contar con noventa y nueve
proba-bilidades de morir, dado el valor indiscutible de
Ti-noco, la certeza de su punteriay sobre todo, la
vigi-lancia que el Gobierno mantenia acerca de su
persona para librarlo de cualquier ataque. Villalobos me
contesto que la dificultad que yo le apuntaba no
existia, porque el joven José Agustin Villalobos
Bar-quero estaba absolutamente dispuesto a llevarla a
cab©, penetrado de que al obrar así llevaria a cabo una
acci6n de verdadero patriotismo. Me agrego además, que
José Agustin estaba en su casa y que yo podria conversar
con el si así lo deseaba, para que personalmente pudiera
constatar su inquebran-table proposito de suprimir la
vida de Joaquín Tino-co, para lograr, así, la redencion
del país." En efecto, habiéndole manifestado mi
asentimiento para, ver a José Agustín, Reyes atravesó el
camino y volvi6 con el. No hubo necesidad de
presentacion, porque yo conocia bien a este joven por la
circuns-tancia de haber residido su familia en esta
ciudad durante un largo periodo. Nos saludamos y Reyes
le indico a Villalobos que conversara conmigo acerca de
sus planes relacionados con la muerte de Joaquín Tinoco.
José Agustin empezo por ddcirme que hacia días tenia el
firme prop6sito de ultimar al Ministro de la Guerra y
que su intencion debia rea-lizarla a todo trance, porque
creia que de esa ma-nera debia terminar la Tiranía que
imperaba en Costa Rica. Que no tenia con Joaquín Tinoco
nin-gun agravio personal que cobrarle, pues nunca ha-bia
sido inquietado ni molestado por las autorida-
18
des pero que, como costarricense, veía con profunda
tristeza que un solo hombre, ya que Joaquín era el alma
del Gobierno, se burlara de los costarri-censes, los
humillaba, los insultaba, los trataba de cobardes en
toda ocasión, y nadie le salicra al paso para cobrarle
tales despropósitos. Que el quería ser el costarricense
que vengara tales agravios, y que aunque comprendia que
iba a morir en el lance, es-taba resuelto a llevarlo a
cabo tan pronto como He. gara a San José y se le
presentara la ocasíon propi-cia. Villalobos me hablo de
todo lo que dejo dicho sin exaltaciones de ninguna
clase, y mas bien con una cara sonriente, y con tal
naturalidad y convic-ci6n tan arraigada, que traduje que
aquel hombre era capaz de ejecutar lo que me había
dicho. Na obstante eso, le hice ver el inminente peligro
que correría al ejecutar su plan y que dada su
juventud-, era necesario que meditara mucho lo que iba a
ha-cer y prever sus consecuencias en caso de un
fraca-so, pero a todas mis objeciones me conte»t6 con
una determination resuelta e inquebrantable de ir al
sa-crificio, pero siendo el costarricense verdaderamente
restaurador. Nuestra conversation [duro como una hora y
al despedirme, José Agustin me dijo que den-tro de tree
o cuatro días se iria a San José y que talvez alia nos
veriamos. Yo guarde una absohita reserva sobre la
conversaci6n que había tenido con Villalobos, con quien
hube de encontrarme como a los tres o cuatro días en la
estacion de esta ciudad, momentos antes de la partida
del tren de la una. Alii nos saludamos, y con una
expresion significativa me dijo: «Ya voy para- San José
por si algo se le
19-
\
ofrece»; fe conteste que le fuera bien y me quede
ptnsando en que si seria la ultima vez que veria a aquel
joven ya que yo tenia el convencimiento de qufc era muy
capaz de poner en practica la determi-nacion de que me
había hablado. Vino £\ diez de Agosto y la muerte de
Joaquín Tinoco y, .natural-mente, mi pensamiento volo en
seguida a la conver-saci6n tenida con José Agustin
Yillalobos, y dio la casualidad de que como por el
catorce o el quince del mismo mes, habiendo llegado yo a
la ciudad de San José por el tren de las dos de la
tarde, me dirigi al centro de la ciudad por la calle de
la estacion y sentado en uno de los parquesitos se
encontraba José Agustin cuando yo iba por la acera. Al
verme se dirigio inmediatamente a mi persona, me saludo
y apretandome fuertemente la maño, me dijo: «Ya •ve que
ejecute mi plan y milagrosamente estoy vivo».
Conversamos como un cuarto de hora, me dio a la ligera
los detalles del suceso > me suplico la mayor reserva,
teda vez que su situacion era muy delicada y de un
momento a otro su persona podia correr graves peligros;
así se lo jyometi, y nos despedimos. No volvi a ver a
José Agustin sino hasta en la tarde deLdos de noviembre
del año pasado, en momentos en que salia yo del
cementerio de San José y el eotraba a tal lugar en
compania del Licenciado don Carlos Maria Jiménez. Es
cuanto yo puedo decir .al respecto.—(f.) Lcon Cortes
20
Declaración de D. M. Castro Rivera
El infrascrito, mayor de dieciocho años de edad,
periodista, soltero y de este vecindario, declara: «En
diferentes ocasíones manifesto mi recordado amigo don
José Agustin Villalobos Barquero, su idea de suprimir la
vida del tiraño Tinoco, pues cuando organice una
manifestacion de duelo a\ Ce-menterio General de esta
ciudad, en homenaje a la memoria del señor don Rogelio
Fernandes Giiell, a la que el asístio, inicio una
conversacion en la cual dejo traslucir sus vehementes
deseos de optar una actitud decidida para terminar con
la odiosa Tiranía, pues era su concepto que las
revoluciones, por nues-tro caracter mezquino, no sirven
mas que para hacer mayor el nsmero de las victimas de
aquella, sin provecho alguno, es decir, consideraba todo
ello esteril; se indignaba cuando veia que impunemente
se insultaba en la Camara de Diputados, en aquel
entonces, al pueblo tico por el Ministro de la Guerra,
por lo que ma'nifesto en diferentes ocasíones su
resolucion inquebrantable de obrar, decidido a
todo,porlasalvacion de su Patria, y en diferentes
ocasíones supe por su boca que le acechaba, hasta el dia
en que la Providencia le ayudo y pudo llevar a efecto su
pensamiento. El no obro por venganza personal, pues
siendo como era, hombre de trabajo jamas tuvo que ver
directamente con los Tinoco ni
21
con empleado publico alguno, sino hasta el 13 de junio
del año próximo pasado en que, inspirado en un
sentimiento patriotico y de humanidad, si se quiere,
defendio a Carlos Maria Jiménez de la muer-te segura que
un sicario de los tiraños estaba dis-puesto a efectuar
con un revolver nacional que, con valor temerario, logro
quitarle Villalobos; de este hecho fueron testigos un
hijo de don Ramón Madrigal y don Jesús Pinto que,
admirando su arrojo, lo felicito estimulandolo para que
empleara siempre su fuerza potente en honrados actos.
Después de la accion que efectuo y di6 por resultado la
muerte del general Tinoco, sufria grandemente al
com-prender que su sacrificio quiza se perderia por la
psicologia ingrata de este pueblo que se codeaba pocos
días después con los sayones que martiriza-ban mujeres y
menoscababan el honor patrio. El nunca aguardo mas
recompensa que la de ver el producto sanp de su obra en
la regeneracion de la Patria, pues el siempre se creyo
capaz 4e luchar en la vida para velar por las
necesidades de su familia y, en especial de su seiiora
madre, a quien siempre venero. Su vida siempre fue
dechado de hon-radez y solo urra causa tan exigente como
la de la Patria puedo llevar su pensamiento a suprimir
una vida, y creo que en Costa Rica pocas serán las
personas mejor dispuestas para vivir de si, por su
condicion fisica y contextura moral. Dada en la ciudad
de San José a los once dia| del mes de mayo de mil
novecientos veinte.
(f), V. M. CASTRO RIVERA
22
Declaración de don Onofre Reyes
Villalobos
En la ciudad de Alajuela, a las siete de la noche del
veintidos de Junio de mil novecientos veinte. Yo, Onofre
Reyes Villalobos, mayor de edad, sol-tero, agricultor y
de este vecindario, hago constar que los hechos
siguientes son absolutamente cier-tos; Inmediatamente
después del 13 de Junio, del año pasado, Jose Agustin
Villalobos llego a mi ca-sa situada en el lugar
denominado El Coyol, en el distrito d« San Jose de este
Cant6n, y se mantuvo escondido porque la autoridad lo
perseguia, a con-secuencia de haberse batido con la
policia en las calles de San Jose a la par del Lic. don
Carlos Maria Jiménez. Alii estuvimos conversando
siem-pre acerca de los asuntos que se sucedian en
aque-llos días de la tirania de los Tinoco, y Jose
Agustin me decia con insistencia que el unico medio de
aaebar con el regimen que imperaba en aquel en-tonces,
era ultimar al Ministro de la Guerra Joaquin Tinoco,
agregandome, además, que el se sentia dis-puesto a
llevar a cabo tal hazana, inspirado tan solo en un
sentimiento de verdadero patriotismo, ya que
personalmente no tenia nada que cobrarle
23
a Joaquín, porque no había sufrido vejamen de nin_. guna
especie. De la referida fecha en adelante José Agustin
viajo a San José varias veces y cuando volvia a nuestra
casa nos decia que aun no había tenieio oportunidad de
realizar sus planes, y en cierta ocasíon nos contd que
persiguiendo a una persona que le pareci6 ser Joaquín
Tinoco, vino' a convencerse cuando estuvo de cerca que
era e^ Comandante de Policia de San José Jaime EsquiveJ.
En mi casa cuando el nos contaba esas cosas, le
deciamos, especialmente mi hermana Ester Villalobos, que
si había pensado en el enorme peligro que corria al
llevar a cabo su plan, y el nos mani-festaba a su vez
que comprendia que lo probable era que encontraria la
muerte al matar a Joaquín, pero que lo hacia gustoso con
la unica esperanza de que los benfeficiados con su
proceder, que eran la mayoria costarricense, velarian
por su madre, ya que ella se sostenia con su trabajo (el
de Villalobos) y que faltando el, ella pasaria
privaciones. Cuando ultimaron a Joaquín, José Agustin
fue a casa como a los quince días de haber ocurrido tal
suceso y nos refirio con todos los detalles el hecho. Es
cuanto se acerca del particular a que se refiere esta
constancia.—Onofre Villalobos.
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