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Francisco Zúñiga |
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1912-1998 |
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964 Ferrero Luis
Francisco Zúñiga, escultor.
En: “Orbe”, Año 27, No.151, mayo de 1964, Pág.10.
LUIS
FERRERO
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FRANCISCO ZUÑIGA,
ESCULTOR
Quiero referirme esta vez a un costarricense que
hace años vive en México y que ha incorporado su
obra a la de este país y, además de haber sentado
allá su tienda, ve crecer a su alrededor
descendientes. Me refiero al escultor Francisco
Zúñiga. Él está auscultando e influyendo bastante en
la cultura de México y creando, junto con otros, la
conciencia nacional, el verdadero sentido mexicano,
sin perder ni un ápice del espíritu universal que
mueve al hombre.
Nació
en San José, Costa Rica, en 1912. Desde muy joven se
dedica a la escultura y aprendió los rudimentos
técnicos en el taller de su padre, revelando desde
entonces su potencialidad creadora
Gracias a su cercanía a Juan Manuel Sánchez, quien
ya pregonaba conceptos acerca del arte precolombino
como precursor de muchos de los “ismos” europeos que
conmovieron el quehacer artístico a principios del
siglo 20, Francisco Zúñiga se acercó a las “piedras
historiadas de que hablaba también don Joaquín
García Monge. Zúñiga se convirtió en eterno
enamorado del arte precolombino. Estudioso fecundo y
de ideas muy bien cimentadas.
En su
celebre “Monumento a la madre” (1935), se encuentran
algunos gérmenes de su inquietud estética
ampliamente desarrollada en su obra realizada en
México.
Oyó
el clarinazo de la Escuela Mexicana Contemporánea de
Arte y acudió a templar sus conocimientos y a ganar
nuevas vivencias artísticas, a comunicarse con todo
lo excelso que México ofrece al estudioso despierto.
La observación y convivencia con el pueblo de este
país fertilizaron en Francisco Zúñiga los estratos
de su temática escultórica, brotada más tarde lozana
con sentido de neta mexicanidad, y que fija los
cánones de la belleza mestiza de América,
principalmente con sus mujeres que parecen estatuas
y que, sin embargo, tienen una potencia vital que
pareciera quiere brotar cuando menos lo esperamos.
Hace
ya algunos años enseña escultura en la Escuela de
Artes Plástica, más conocida con el nombre de “La
Esmeralda”. Es muy querido y respetado tanto por sus
discípulos como por los artistas que frecuentan esta
escuela. Yo lo vi, rodeado de cariño y admiración,
de respeto y simpatía.
También dirige el taller de canteros de la Escuela
de Artesanos Maestro Lazo, de la cual a no dudarlo,
saldrán los futuros escultores de México.
Zúñiga vio en sus constantes investigaciones
posibilidades de dar consideración de gran arte a la
escultura pública contemporánea, uniéndola a la
arquitectura, religando ambas artes con funciones
técnicas y estéticas. Cuando vi sus murales
escultóricos en el SCOP o en Veracruz o en la
represa de Valsequillo sentí el ramalazo de los
grandes creadores mayas, toltecas, mexicas, etc. De
ahí que en toda su obra pública de los últimos años
subsisten esos principios unidos a su monumentalidad
tan característica. Aspira a un movimiento de
envergadura dentro del arte mexicano, y al verlo
trabajar con tanto afán y fe nos trae el recuerdo
del innato artista poseído por la creación.
Como
“iniciador de una corriente decisiva de autóctona”
―concepto de la critica de arte Margarita Nelken―,
Francisco Zúñiga trata además de reunir lo
arquitectónico con lo escultórico, como se observa
en los frisos del Banco de México en Veracruz y en
el nuevo edificio de la Secretaría de Comunicaciones
y Obras Públicas SCOP, donde lo creado no sólo es
recreo visual sino necesidad funcional. Proyectar la
escultura al paisaje, incorporarla gigantescamente a
la tierra como en la Presa de Valsequillo, de
figuras esculpidas en piedra, simbolizando la
Fertilidad, el Trabajo y la Cosecha. Figuras en
feliz concepción ligada a valles, colinas, villas,
al pico nevado del Itztacihuatl. En fin, él ha
brindado arte de suma calidad estética y funcional y
lo ha hecho popular, ligado a muchedumbres. Arte que
habla de cosas de la esencia humana porque lo humano
siempre es lo importante.
En
Veracruz, Zacatecas, Valsequillo, y otros tantos
lugares, al aire libre, cercana al pueblo, con su
mensaje para el pueblo, está la obra realizada por
Zúñiga, patentizando un alto grado de creación
artística y ennobleciendo la escultura mexicana
contemporánea, colocándola en un nivel parecido a la
pintura muralista de ese país. Ya nadie podrá negar:
hay un renacimiento escultórico que complace
reconocer y nos gustaría mucho ver acrecentado
Con
Francisco Zúñiga la escultura adquiere un inaudito
vigor y no es atrevido decir que Zúñiga es uno de
los más grandes escultores de América
Costa
Rica debe sentirse orgullosa de este hijo suyo que
ha sabido honrarle, y darle sentido humano al bello
y conceptuoso poema de León Felipe ”El Hijo Pródigo”
que se va, sienta tiendas, fructifican sus esfuerzos
y tiene multitud de descendientes. Zúñiga ha sabido
prestigiar nuestra tierra, además, de la que
bondadosa lo acogió.
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En:
“Orbe”, Año 27, No.151,
mayo
de 1964, Pág.10.
1987 Ferrero, Luís
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1964
Amighetti, Francisco
El pintor Francisco Amighetti habla de Francisco
Zúñiga. En: “La Nación”, domingo 6 de setiembre de
1964, p. 75. |
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EL PINTOR FRANCISCO AMIGHETTI
HABLA DE FRANCISCO ZÚÑIGA
Hemos considerado de gran interés para nuestros
lectores, la conferencia que el profesor y pintor
Francisco Amighetti dictó en días pasados para los
Amigos del Museo Nacional. La asistencia fue muy
numerosa, pero al mismo tiempo un grupo de
estudiantes no pudieron recibirla. Por esto, y a
petición de los estudiantes de la Casa del Artista,
y de numerosas personas, le pedimos al señor
Amighetti, nos permitiera reproducirla.
La obra ejecutada por Zúñiga, es considerable. A la
edad de 52 años ha creado ya un conjunto monumental
y épico, y es constante la potencia de su creación
artística.
Francisco Zúñiga es el nombre del escultor
costarricense, quien nació en 1912 y que a los 23
años partió para México en donde ha permanecido
hasta hoy, y en el cual ha hecho su obra principal.
Picasso nació en España y ha vivido en Francia, y se
le considera tanto pintor español como francés.
Francisco Zúñiga quien ha conservado su nacionalidad
costarricense, se conoce generalmente como escultor
mexicano, porque ha sido en esta tierra mexicana
donde Zúñiga ha definido el concepto de su escultura
en una obra hecha sin desfallecimientos.
Creo interesante hacer notar que su producción
artística no ha sido hecha exclusivamente para ser
absorbida por las galerías y colecciones personales.
Al contrario, Zúñiga, en 1954 dijo: “Lo importante
es que la obra salga a la calle. Se ponga en
contacto con la gente”.
Así, en Costa Rica, la obra más importante que
ejecutó Zúñiga en su juventud es el Monumento a la
Madre, que puede verse hoy en la Maternidad Carit
donde ha sido colocada.
En México, las esculturas de Zúñiga aparecen en
lugares públicos, en Puebla, Oaxaca, Zacatecas,
Veracruz y el Distrito Federal.
El propósito del escultor es que sus obras editen
sus formas en el viento. Ha sido conseguido. Sus
esculturas se levantan en el silencio del paisaje
integrándose a la Naturaleza. Se miran en el agua o
se bañan en las fuentes de los parques, entre los
árboles y también en los lugares de mejor congestión
urbana. No es lo mismo ver las esculturas del
Partenón en el Museo Británico que colocadas en los
lugares en donde se planeó situarlas, a la altura,
conveniente y bajo la luz clara de Grecia. La
escultura que ornamentaba el templo griego estaba
situada en los puntos vitales de la arquitectura
para ofrecer un mensaje. Les hablaba a los hombres,
en el lenguaje del mármol de sus luchas y de sus
victorias en donde el mito y la historia se
entrelazaban. Les recordaba a las generaciones el
heroísmo de sus antepasados y la proyección de sus
dioses, y estas formas en acción tenían gran
resonancia entre los hombres.
Zúñiga coloca el bloque de granito de su Monumento a
la Madre, en el lugar en donde las mujeres mismas
pueden reconocerse en la exaltación que el escultor
hace de una de sus funciones más sagradas de la
mujer. En México, en los edificios públicos, a la
orilla del mar, en los parques, en los estadios, en
las fuentes y en los jardines, el artista enriquece
el paisaje con la alegría de sus formas en relieves
y en esculturas de bulto en donde aparecen los
héroes, los poetas, los estadistas, o recuerda -en
grandes alegorías- “La riqueza del mar” y “El
trabajo”. Los niños de México crecen mirando las
esculturas. Las vendedoras indígenas se dan cuenta
de que las figuras monumentales poseen sus propios
rasgos y son en cierto modo una proyección de sí
mismas.
Zúñiga ha logrado entregar sus obras no a una
reducida élite, sino al pueblo para que éste las
disfruta a su manera. El sentido de un arte ligado a
la comunidad en que vive, con un sentido social de
difusión, se enlaza con una de las preocupaciones
fundamentales de gran parte de los artistas del
siglo 20, la integración plástica, ésta busca la
síntesis realizada en las grandes épocas del pasado
entre la arquitectura, la pintura y la escultura.
Zúñiga se forma en el taller de su padre como en el
Renacimiento cuando los artistas salían de los
talleres. También, va a pasar lo mismo en Costa Rica
en las primeras cuatro décadas del siglo 20. Los
aprendices de talleres van a convertirse en los
artistas de dos generaciones como sucedió con Juan
Rafael Chacón, Juan Manuel Sánchez, Max Jiménez y
Néstor Zeledón Varela.
Hay que advertir que en esta época la Escuela de
Bellas Artes no ofrecía cursos de escultura.
El escritor Luis Ferrero-Acosta dice en un artículo
escrito hará siete años, a propósito de un
comentario sobre Juan Rafael Chacón:
“que cuando se escriba la historia del arte en Costa
Rica habrá que destacar que nuestros mejores
escultores han salido del humilde taller, y no de
las pomposas academias”.
El aprendiz empieza en los talleres lentamente a
conocer y a manejar los materiales y las técnicas
tradicionales en los años que no se atienden teorías
sobre el arte, interesándose primordialmente por
forjarse un sólido oficio. Por otra parte, a Costa
Rica llegaban con mucho retraso los movimientos
artísticos a través de algunos libros y revistas, el
único medio de vislumbrar algo que lo que pasaba en
el mundo de las artes plásticas.
Nuestro Museo no presentaba como ahora exhibiciones
del arte de otros países, y sólo podía verse el arte
precolombino mal iluminado y peor dispuesto.
Esta tradición indígena, velada por el polvo de los
siglos, no había sido descubierta y menos
incorporada a la estatuaria. Estaban las obras a la
vista, pero no había nadie capaz de recoger un
mensaje. Se necesitó la aparición de un nuevo punto
de vista para despertar la simpatía y la comprensión
de estas obras que eran consideradas sólo como
arqueología y no como arte. Fueron las artes
plásticas y la crítica de fines del siglo 19 y
comienzos del 20 las que revelaron que el arte
indígena de la época precolombina no era inferior al
de las otras esculturas sino diferente.
Zúñiga, como Rodin, no entró a la escultura por el
camino de la academia sino por los talleres. Lo
mismo puede decirse de Juan Manuel Sánchez, Néstor
Zeledón Varela, Juan Rafael Chacón y también de Max
Jiménez que estudió escultura en Paris, con José
Creeft.
A todos estos escultores tan diferentes en sus
propósitos los unificaba un mismo ideal: la talla
directa. Un nuevo romanticismo los unía en su
actitud por luchar contra el material duro y rebelde
para imponer las formas que cada uno de los artistas
llevaban dentro de sí mismos.
El mármol no había sido descubierto todavía en Costa
Rica y los escultores utilizaron en su ardiente
primitivismo el granito, y las piedras duras, los
mismos materiales de la lítica precolombina.
Nuestra tradición había sido detenida por la
conquista y apenas quedaron en las artes populares
algunas leves manifestaciones. En la Colonia, el
arte religioso se importó de la Península pero
generalmente de Guatemala y Quito y las obras que
dejó la Colonia son escasas y no pueden compararse
con las riquezas que ofrecen los demás países
centroamericanos. En el siglo 19 nuestros escultores
Juan Mora y Fadrique Gutiérrez languidecen en
nuestro medio y solo son apoyados por la clientela
que busca el arte religioso o el retrato A fines del
siglo se funda la Escuela de Bellas Artes que dirige
el pintor español Tomás Povedano o trabaja solitario
don Enrique Echandi, quien ha dejado una serie de
retratos.
Estas excepciones colectivas que se suceden desde
1928 hasta 1937 reúnen a pintores salidos de la
academia, y lo que es más a otros que empiezan sus
primeras armas como Max Jiménez que había exhibido
antes en París, a Teodorico Quirós interesado
entonces en el paisaje costarricense, a Fausto
Pacheco, a Manuel de la Cruz González, a Luisa
González de Saénz y a otros pintores y muchos
diletantes.
En estas exposiciones aparecen los escultores Juan
Rafael Chacón, Max Jiménez, Juan Manuel Sánchez,
Néstor Zeledón Varela y Juan Portuguez formado en
Italia y surge también Zúñiga presentando obras
importantes tanto en la pintura como en la
escultura.
Las esculturas de Max Jiménez son bronces de una
simplificación que tiende a purificar la forma.
Néstor Zeledón Varela hace animales. Chacón,
desnudos. Sánchez se mueve dentro de diversos temas
pero su importancia reside en haber logrado
estructurar la creación suya en el estilo del arte
precolombino haciéndola fluir en el cauce de su
escultura. Es el mismo camino que va a seguir
Zúñiga, quien en México a través de numerosas obras,
-generalmente de encargo-, logra sin falsos
sentimentalismos ofrecer un mensaje nuevo y personal
hundiendo su plástica en las raíces hondas de la
tradición.
Fue en el transcurso de estas exposiciones (1935)
cuando Zúñiga esculpió la obra más importante que se
realiza en Costa Rica: el Monumento a la Madre, con
el que obtiene el primer premio en la exposición con
un aire caldeado con violentas polémicas que se
suscitan alrededor de su obra. En esta escultura
define Zúñiga las características de su plástica, de
una honda ternura que recorre la piedra y hay una
voluntad de síntesis en el ritmo de sus poderosos
volúmenes.
Zúñiga se descubre a sí mismo en la monumental
figura de la maternidad y afirma esas virtudes de su
plástica en México, a donde parte en 1936.
Guillermo Ruiz escribió en México ante la aparición
de “Mujeres otomíes” o “Las dos esperanzas”,
esculturas de Francisco Zúñiga, lo siguiente:
“....a quien desde hace tiempo se movía hacia arriba
como se ven las estrellas en el firmamento, gracias
a la potencialidad de sus obras y a la ayuda
prestada por sus detractores que en cierta parte le
han servido de peldaños invisibles para escalar una
altura de montaña”.
En estas dos mujeres otomíes, el rostro se vuelve
máscara. Pareciera que al nutrir estas obras vida,
la del hijo que llevan en su vientre, su rostro se
hubiera sutilizado, pegándose a los huesos de los
pómulos y reduciéndose al mínimo. Por otra parte,
las mamas separadas y los vientres majestuosos
ostentan el amanecer del nuevo fruto. Es el misterio
de la mujer que crea la vida el que han sentido los
hombres desde que se conocen sus expresiones
artísticas y se manifestó en las diosas de la
fertilidad. Zúñiga, sensible a este misterio ha
conseguido expresarlo valiéndose de dos mujeres
indígenas del pueblo. Valiéndose de sutiles
variaciones profundiza el tema y funde las dos
mujeres en una sola maternidad arquetípica, -pero
como en todas las obras de Zúñiga-, plena del sabor
de la tierra y de la raza.
Barlach confiesa la profunda influencia que ejerció
en él su viaje a Rusia en los primeros años del
siglo 20. Vio mujeres y hombres envueltos en pesados
sobretodos tiritando en su pobreza y en su soledad.
Seguramente el camino de Rusia le sirvió para
descubrir que en Alemania existían aquellos mismos
seres frustrados cuya elocuencia estaba en sus
actitudes. Descubrió vagabundos que eran un poco
poetas, porque se desentendían de los valores
materiales de la civilización occidental y también
madres angustiadas solamente en los tipos humanos
que era un símbolo de desesperanza, sino que
contribuyeron también en la formación de su estilo
que no venía de los museos sino de la vida misma, de
las cabezas introspectivas de los viejos enmarcados
en el ritmo de los pliegues de sus ropajes era donde
emergían manos sarmentosas como queriendo apoderarse
de algo inasequible.
Francisco Zúñiga, -como Juan Manuel Sánchez-.
conoció a Barlach en su juventud a través de
reproducciones y vieron que el alma humana fluía
cristalizando en formas violentas en la madera
tallada con energía. Pero las influencias de Zúñiga
no provienen del estilo ni de la técnica de Barlach,
aunque a veces coincide con él. También Zúñiga
alimentó su estilo de las formas que le
proporcionaron la gente del pueblo como lo dicen sus
primeros dibujos y sus primeras esculturas hechas en
Costa Rica. Estas formas étnicas las descubre Zúñiga
en la escultura precolombina. México le va a ofrecer
al escultor un venero inapreciable de rasgos físicos
y actitudes en el misterio racial de las mujeres
otomíes, las vendedoras de Oaxaca y los remeros de
Pátzcuaro. Todas en multitudes silenciosas que
hablan por el bronce de su tez y cuyas formas
creadas de fuerzas telúricas son una constante
incitación en su obra. Zúñiga adivina y expresa el
alma oscura de los descendientes de constructores de
pirámides, de los pintores de códices, de los
guerreros águila o jaguar, o de las mujeres que
todavía iluminan la noche de su cielo con la
fosforescencia de las flores blancas.
Recogemos una opinión de Zúñiga sobre el arte:
“Todo arte válido responde a sus características
regionales y cuanto más ahonda sus raíces más
universal es su significado. Pero tampoco aceptamos
un nacionalismo superficial, cerrado a los
auténticos aportes universales que en vez de
exaltarnos, desmentiría nuestro aporte”.
En: “La Nación”,
domingo 6 de setiembre de 1964, p. 75. |
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