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  Juan Manuel Sánchez

       

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1907-1990      

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Escultores Costarricenses, Luis Ferrero-Acosta, Editorial Costa Rica, ISBN 9977-23-569-4
Juan Manuel Sánchez. En: “Al Día”,viernes 16 de julio de 1993.
Hasta luego, Juan Manuel,En “La Nación”, 10 de mayo de 1990
La exposición del Indio Sánchez, En La abundancia y el tiempo, Norma Loaiza, pp 21-24

 

Luis Ferrero-Acosta escribe:

 

"Contemplaba una bellísima fotografía de un Chac Mool tolteca y lo comparaba con la "Pietá" de Juan Manuel Sánchez. Se me iluminaba la interpretación, pues la obra de j.m. me proporcionaba una inconfundible cualidad de vibración y estremecimiento. Como él solía firmar sus finos dibujos con sus iniciales en minúscula (j.m.) así solíamos llamarlo sus íntimos, j.m. en ese momento se me presentaba más sorpresivo, más auténtico creador de una nueva sensibilidad, diferente a los cánones fuertes que rondaban por otras latitudes en los años treintas.

En ese momento en que yo contemplaba la fotografía de su "Pietá", j.m. moría en el Hospital México de un paro cardíaco y yo lo ignoraba. Algo fuera de mí me había llevado minutos antes a buscar mi libro La escultura en Costa Rica para contemplar analíticamente la "Pietá" de Sánchez. Cuando lo hacía, en ese momento preciso, él estaba invisible conmigo. Sentí que estaba a mi lado saboreando —como muchas otras veces lo hice— de su ironía y su sabiduría. Cuando moría estaba conmigo acompañándome, así como muchas fui a él, a sus soledades en que solía meterme para disfrutar de su amistad y de sus enseñanzas.

Meterme para disfrutar de su amistad y de sus enseñanzas.
Debo a Juan Manuel el sentir míos los restos precolombinos. No en vano por más de cuarenta años, cuando nos encontrábamos, solíamos discutir, discurrir y comentar acerca de las "piedras historiadas" que nos legó el amerindio. Juan Manuel me enseñó a amar al indio de piedra. Pero, también, a acercarme amorosamente al indio de carne que corre en nuestras venas. Al indio que conociendo el círculo, filosóficamente lo llevó al calendario para calcular las siembras, para las oraciones y para el regocijo comunitario. Y por su sangre amerindia, también me enseñó la contemplación.

Cuando el golpe de teléfono [abril de 1990] me avisó de su deceso sentí el silencio de sus antepasados. Sentí dolor y admiración. Dolor y gratitud. Dolor y amistad. Dolor y la peregrinación que él me enseñó cuando llevé mi ofrenda al Chac Mool en desagravio por pasados etnocidios.

Sus dadivosas lecciones me enseñaron que no son piedras muertas. Nada es más difícil de apreciar que los restos de las civilizaciones perdidas. Es verdad que aún no sentimos y juzgamos sus expresiones en su verdadero valor. Pero es significativo que el interés empieza cuando nosotros mismos re-inventamos "lo primitivo", "lo espontáneo", "lo que no tiene perspectiva" y cuando nos despojamos de etnocentrismos. Por eso, cuando estaba en México y como a menudo solía visitar los sitios arqueológicos de Tenayuca, Xochicalco, Monte Alban, Cholula, Teotihuacan, Tula, Calixtlahuaca, Malinalco, Tenango, Mitla, Yagul, etc., al contemplar las estructuras sentía el comportamiento cotidiano, las reacciones humanas ante el mundo que les dieron calor vital cuando eran habitados. Percibía la comunicación vigilante de la ascensión y el impulso creador hacia su plenitud. Para mí esas obras estaban frescas, nuevas y bellas. ¿Cómo, pues, soslayarlas? Y el posesionarme del pasado precolombino, en grandísima parte, se lo debo a j.m Decía Ruskin que es bueno tener no solo lo que los hombres pensaron y sintieron sino lo que manejaron sus manos, lo que su fuerza elaboró y sus ojos contemplaron durante su vida. Y, por décadas he tenido a mi lado como fiel amigo, las ilustraciones de j.m., he memorizado algunos de sus poemas y releído infinidad de veces algunos de sus ensayículos (sobre todo el titulado "Él arte es para todos") y he disfrutado de sus esculturas. Durante décadas esa sabiduría de j.m. ha estado junto a mí, con su gran poder intelectual.


Por mi mente pasan sus piedras heridas sutilmente respetuosas de lo no finito, en un sapo o en una ardilla o en la cabeza de Garda Monge.

Pasan por mi mente tantas piedras que siendo obras de arte son piedras. Pasan obras en madera, orgullosas de no haber dejado de ser madera, de ser árbol, de ser tronco, pues Juan Manuel devoró lo necesario para crear una obra dejando la huella de su intención creadora con sus gubiazos.

Para el artista, crear es transformar la materia inanimada en algo que exprese fuerza viva, que esté cargado de energía. Juan Manuel entendió esto desde su juventud. Pasó horas enteras observando animales y dibujándolos en las más variadas posturas. Las impresiones percibidas por sus ojos al combinarse con sus conceptos de artista, afloraron en algo nuevo.

Él plasmó imágenes visuales en un estilo arcaico, rígido, duro, para las gentes que gustan de las superficies curvas, sensuales, lisas. Un estilo híspido que desconcertó y asustó a muchos por sus superficies planas y sus artistas. En fin, una nueva sensibilidad escultórica.

Juan Manuel no llegó a ésta por casualidad: sus constantes lecturas y visión de obras del avant-garde lo llevaron de sus primeros años de modelado en arcilla, a la piedra y a la madera con las que se reveló desde un ángulo diferente al academismo. Hacia 1930 sus entusiasmos derivaron más hacia el expresionismo y prefirió lo que paradójicamente podría llamarse "belleza de la fealdad": las efigies de seres enfermos, viejos y deformes. "Desde este punto de vista —expresó en 1931— merecen mi más fervorosa admiración obras de Rodin: 'El hombre de la nariz rota', 'El pensador', 'La vieja yelmera', etc." Pero cuando Juan Manuel ejecutó sus obras no se ajustó ni al impresionismo ni al expresionismo. Fue a un orden más severo, tal vez más cercano al cubismo analítico/Mas la auténtica fuente de esta inspiración se halla en la escultura pétrea precolombina.

Sin embargo, al aproximarse a la piedra, la trabaja con mayor espontaneidad, olvidado de escuelas, más de acuerdo con los dictados que le impone la materia.
Por su visión penetrante y sincera, con frecuencia esculpe la piedra con un mínimo de alteración, con surcos profundos.

Gusta que la piedra permanezca piedra. Por ello, respeta la forma del material y esculpe sus animales según la forma que el material le sugiere: es decir, acomoda la composición al bloque. Así es su animalística. Allí, las líneas gráciles del ternero echado, la ardilla de graciosos volúmenes, el sapo, la lagartija, la serpiente cascabel, el saíno; su jaguar en acecho... Obras que son una continuación del. Pasado de estas tierras, llenas de sentimiento pan-teísta, con sensibilidad del amerindio. ."Lo arcaico proyectándose en el presente sin perder aquel carácter místico primitivo" —señala Lorenzo Vives. Como Juan Manuel prefiere formas expresivas, gran parte de su obra está concebida a base de ángulos. La angulosidad no es en sí un juego artístico: es una vía para repensar y recrear las formas removiéndolas de cualquier intención pintoresca. Así, "Pietá", de 1935, está estructurada como un chac mool sin que las angulosidades desrealicen el cuerpo de Cristo. El símbolo del dolor materno se agiganta e impersonaliza. Las severas formas de "Amantes", ciñen los dos cuerpos, los confunde en uno, en una línea casi recta, alejada de la sensualidad de un Rodin, de un Montagut o de un Clara.

 "El grupo forma un todo armónico que despierta respeto", señala un crítico. El "Moisés", ostenta la forma original del bloque y el artista se ciñó a una forma prismática en la que acomodó todas las partes de la figura. La posición es estática, quieta: la vista se concentra en las tablas de los Diez Mandamientos que ocultan la cara del guiador del pueblo israelita.

Muchas otras de sus esculturas están ejecutadas en un prisma rectangular. Simétricamente guía la composición de frente, dos caras hacen una; atrás, dos caras forman la espalda. En su "Maternidad", en sus "Angeles góticos", en su "San Francisco", en su "Mujer acuclillada", una de las esquinas del prisma sirve de eje de la composición que respeta la forma angular del pilar. En estas obras, la figura humana está reducida a sus estructuras esenciales y se eliminan detalles innecesarios sin quebrar lo acentuado de la masa.

Pero, Juan Manuel no siempre obedece a este principio simétrico. A veces, reintroduce en sus desnudos los valores emocionales que no excluyen lo intelectual. Gradualmente suaviza la rigidez de sus contornos con el propósito de acentuar las cualidades tectónicas de la obra, o aprovecha las formas de un árbol cuyo tronco retiene su retorcido crecimiento que parece retornar a un estado original, es decir, con una concepción escultórica de lo no finito.

Los desnudos nos llevan a su musa, a la que ha representado en muchísimas piezas: en madera; en latón, a la manera de Gargallo. Sus "Bertas" constituyen un tipo idealizador de retrato. Esto no sucede, en el relieve en que captó las facciones de Juan Rafael Chacón, en su Beethoven, en su Joaquín García Monge... En ellos se ajusta a la interpretación del modelo y a aprehender sobre todo su vitalidad anímica.

Juan Manuel continúa interesándose por el tema religioso que trató en su adolescencia. Sin repetir iconografías, recrea libremente. Emocionadamente. Predominan los Cristos arcaizantes, casi románicos, y los Sanfranciscos de Asís, tan ascéticos, y, a la vez, tan amorosos.

 

 También, el tema del Nacimiento: de 1972 es —por ejemplo— "Villancico". Se trata de un relieve en madera compuesto de una serie de seis figuras colocadas en línea vertical ascendente y, sin embargo, construidas en imágenes de óvalos con lo que se acentúan valores sicológicos de protección y cobijo, así como se logra la sensación de distanciamiento entre cada figura. Arriba, un ángel; más abajo San José protege con un manto a la Virgen y al Niño; enseguida, el buey y, por último, la muía. A la vez, la composición y colocación de los elementos lleva la mirada desde la base al tema central de la protección maternal. Este flujo está marcado por la colocación de las caras: una hacia la izquierda, otra hacia la derecha; así como por la diferencia de profundidad de la talla.

De Juan Manuel se podría decir como de Zadkine:
"La madera tiene para él sugerencias distintas de la piedra; ésta, por la gran resistencia lo obliga a crear formas menos sueltas, más ceñadas".
La escultura precolombina, el arte románico y el gótico, ejercieron en él considerable influencia. Si Juan Manuel tuvo alguna vez maestros, —maestros innominados—, es allí donde debemos buscarlos.


Quienes fuimos sus amigos íntimos también solíamos llamarlo El Indio. Y, en broma, él solía decirlos que se llamaba Pécari Curridavá. Y como sus antepasados amerindios, él también supo imprimir a sus esculturas la fuerza de su genio religioso, realista o interpretativo.

Juan Manuel Sánchez nació el 27 de diciembre de 1907 en Curridavá, donde otrora la cerámica alcanzó calidad artística con la representación de animales, y la piedra pulida un desenvolvimiento espectacular, un lenguaje puramente escultórico, expresivo.


Y como posiblemente también lo hizo el amerindio, las esculturas de j.m. se rodeaban de plantas. En el patio de su casa, en Barrio México, contemplándolas, las esculturas de Juan Manuel algunos de sus amigos tuvieron que presionarlo en varias oportunidades para que las exhibiera. Pero él se negaba a mostrarlas, acaso por exceso de humildad, muy característica en él.


En cambio, con sus dibujos fue pródigo. Creo que pasan de sesenta los libros que él ilustró. En la lista de los poemas, cuentos y ensayos, enriquecidos y complementados con las fluidas líneas de j.m. se cuenta la aristocracia de la cultura costarricense; Carmen Lira, Emma Gamboa, Ciriaco Zamora, Lilia Ramos, Mario Picado Umaña, Carlos Luis Sáenz, Luis Ferrero, Luis Dobles Segreda, Joaquín García Monge, Carlos Gagini, Manuel de Jesús Jiménez, Fabián Dobles, Samuel Rovinsky, José Basileo Acuña, Fernando Centeno Güell, etc. También, ilustró periódicos y revistas como: "La Nueva Prensa", "La Prensa Libre", "Diario de Costa Rica", "Además..." (suplemento literario de "La República"), "Repertorio Americano", "El Maestro", "Farolito", "Rincón", "Costa Rica de ayer y hoy", "Idearium", "Triquitraque" y "Bambi". Igualmente, del extranjero vinieron a pedirle sus ilustraciones; por ejemplo para Niños y alas, editado por el Consejo Superior de Educación de Puerto Rico y el Poemario, de Carlos Yzaguirre.
¿Y, cómo olvidar sus poemitas para niños? Por ejemplo, aquel del sapo que dice:


Sapo, encantado príncipe,
que en eternos basaltos y granitos
esculpiera el artífice ancestral.
Pequeño monstruo bueno y tímido
más cercano que el hombre
de las flores y de la gleba,
(Pacha Mama del incaico ritual)
¡Quién pudiera tener su alma sencilla
que no sabe amar ni odiar!


Poemitas que el joven estudioso Elías Zeledón Cartín reunió para la antología Cuatro poetas para raños, editada por el Colegio de Licenciados y Profesores en Letras, Filosofía, Ciencias y Artes.


¿Cómo no recordar sus enseñanzas cuando su fiel y dulce Berta nos servía humeantes tazas de café o cuando degustábamos algunos vinillos? Aquellas lecciones de buena y fresca naturaleza que nos llevaban al árbol, al agua, a los animales de la montaña, de las costas y de las serranías. Y junto a ello, también íbamos ala vivencia franciscana, al dulce y mínimo Francisco de Asís. Y de San Francisco, al gatito, minino que conocí cuando regresé de México y que de un momento a otro llamé Texmelucan. Juan Manuel sintió el gozo eléctrico con el topónimo y Texmelucan llamó a su gatito.


¿Cómo no memorar su pasión por la música de cuerdas, especialmente el violín y su admiración por Paganini?


Juan Manuel me enseñó el sendero de la vida. También la definición del arte como emoción y sueño, el arte como modo humano de relación con lo real. En fin, el arte como lenguaje.
A él debo también, y así me ha placido reconocerlo en páginas que andan en no se qué revista o libro, que Juan Manuel fue mi maestro junto con García Monge, Alfonso Reyes, Ricardo Fernández Guardia... Que él me enseñó la actitud estética entrelazada con la asimilación práctica de la vida. Que el arte es el órgano principal de expresión y siempre entraña una comprensión y valoración estética de los fenómenos de la realidad.


Pero sobre todo, el indio, nuestro Indio Sánchez, me enseñó la profunda verdad del vivir: el darse generosamente al prójimo. Así era él de transparente: se dio a todos, a sus alumnos cuando era maestro; se dio cuando creaba; se dio cuando con sus amigos se "guarecían" procurando la magnífica verdad; cuando nos decía de la caducidad o cuando fraternalmente su concepción y acción iban con mano generosa para don Joaquín García Monge, para Juan Rafael Chacón o quien lo necesitase...


Juan Manuel, te traigo unas humildes florecillas del camino, de esas que tanto te placen. Juan Manuel, con un vinillo en tu honor, vengo a darte el abrazo del hasta luego. Una siempreviva entrañable. Gracias por tu vida y tu quehacer, hermano Premio Nacional de Cultura Magón 1982. Gracias por tu mensaje humanísimo... Juan Manuel, amigo y maestro, hasta luego.

Escultores Costarricenses, Luis Ferrero-Acosta, Editorial Costa Rica, ISBN 9977-23-569-4

   

 

   



1990 FERRERO, LUIS
Hasta luego, Juan Manuel. En “La Nación”, 10 de mayo de 1990


HASTA LUEGO, JUAN MANUEL

Contemplaba un bellísimo chacmool tolteca-maya y lo comparaba con la “Pietá” de Juan Manuel Sánchez. Se me iluminaba la interpretación pues la obra de j.m. me proporcionaba una inconfundible cualidad de vibración y estremecimiento.
Como él solía firmar sus finos dibujos con sus iniciales en minúscula, j.m. así lo llamábamos sus íntimos. J.M. en ese momento se me presentaba más sorpresivo, más auténtico creador de una nueva sensibilidad, diferente a los cánones fuertes que rondaban por otras latitudes en los años treinta de1 sig1o 20
En ese momento j.m. moría en el Hospital México de un paro cardíaco y yo lo ignoraba. Algo fuera de mí me había llevado minutos antes a buscar mi libro La escultura en Costa Rica para examinar analítica-mente la “Pietá” de Sánchez. Cuando contemplaba su obra, en ese momento, él estaba invisible conmigo. Sentí que estaba a mi lado y saboree como muchas otras veces lo hice de su ironía y su sabiduría. No en vano por más de cuarenta años, cuando nos encontrábamos, solíamos discutir, discurrir y comentar acerca de las “piedras historiadas” que nos legó el amerindio. Juan Manuel me había enseñado a amar al amerindio de piedra, pero también acercarme al de carne que corre en nuestras venas. Al indio que conociendo el círculo, filosóficamente lo llevó al calendario para calcular las siembras, para las oraciones y para el regocijo comunitario.
Por mi mente pasaron de inmediato piedras heridas sutilmente y convertidas en el sapo o en la ardilla o con la cabeza de García Monge. Pasaron por mi mente tantas piedras que siendo obras de arte son piedras. Pasaron obras en madera, orgullosas de no haber dejado de ser madera, de ser árbol, de ser tronco pues Juan Manuel devoró lo necesario para crear una obra dejando la huella de su poder creador con sus gubiazos.
Y, por su sangre amerindia también me enseñó la contemplación. Cuando moría estaba conmigo acompañándome, así como muchas veces fui a él, a sus soledades creadoras en que solía meterme para disfrutar de su amistad y de sus enseñanzas. Precisamente en ese momento moría... Cuando el golpe de teléfono me avisó de su deceso sentí el silencio de sus antepasados. Sentí dolor y admiración. Dolor, dolor y gratitud. Dolor y amistad. Dolor y la peregrinación que él me enseñó cuando llevé mi ofrenda al Chac Mool en desagravio por pasados etnocidios.
También pasaron rebasando mi sentimiento poemitas como aquel del sapo que dice:


Sapo, encantado príncipe,
que en eternos basaltos y granitos
esculpiera el artífice ancestral.
Pequeño monstruo bueno y tímido
más cercano que el hombre
de las flores y de la gleba.
(Pacha Mama del incaico ritual).
¡Quién pudiera tener su alma sencilla
Que no sabe amar ni odiar!


Pasaron también las enseñanzas cuando su fiel y dulce Berta nos servía humeantes tazas de café o cuando degustábamos algún vinillo. Aquellas lecciones de buena y fresca naturaleza que nos llevaban al árbol, al agua, a los animales de la montaña, de las costas y de las serranías. Y junto a ello, también íbamos a la vivencia franciscana, al dulce y mínimo san Francisco de Asís. Y de san Francisco, al gatito, minino que conocí cuando regresé de México y que de un momento a otro lo llamé Texmelucan. Juan Manuel sintió el gozo eléctrico con el topónimo y Texmelucan llamó a su gatito
Juan Manuel me enseñó el sendero de la vida. También la definición del arte como emoción y sueño, el arte como modo humano de relación con lo real. En fin, el arte como lenguaje.
A él debo también, y así me ha placido reconocerlo en páginas que andan en no sé que revista o libro, que Juan Manuel fue mi maestro junto con García Monge, Alfonso Reyes, Ricardo Fernández Guardia... Que él me enseñó la actitud estética entrelazada con la asimilación práctica de la vida. Que el arte es el órgano principal de expresión y siempre entraña una comprensión y valoración estética de los fenómenos de la realidad.
Pero sobre todo, nuestro indio Sánchez, me enseñó la profunda verdad del vivir: el darse generosamente al prójimo. Así era él de transparente: se dio a todos, a sus alumnos cuando era maestro. Se dio cuando creaba. Se dio cuando con sus amigos se “guarecían” procurando la magnífica verdad, cuando nos decía de la caducidad o cuando fraternalmente su concepción y acción iban con mano generosa para don Joaquín García Monge, para Juan Rafael Chacón o quien lo necesitase...
Juan Manuel, te traigo unas humildes florecillas del camino de esas que tanto te placen. Juan Manuel. Con un vinillo en tu honor, vengo a darte el abrazo del hasta luego. Una siempreviva entrañable. Gracias por su vida y tu quehacer, hermano Premio Nacional de Cultura Magón 1982. Gracias por su mensaje humanísimo... Juan Manuel, amigo y maestro, hasta luego.

En “La Nación”, 10 de mayo de 1990

   

 

 

 

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