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ES LA HORA SEXTA, el
sol caldea el ancho valle de Sickem con sus campos
labrantíos, recién heridos por el arado y ahora
oleantes de mies rubia. Los frondosos terebintos
protegen los hilos dulces y brillantes de los
arroyos de Girizim que bajan del monte entre
olivares.
Esta es la tierra que compró Jacob por cien corderos
y la dio en heredad a José, el menor y el mejor de
sus hijos.
Al arrimo de las altas palmeras, que se inclinan
para saludar las caravanas, está abierto el viejo
pozo que cavara Jacob para dar agua a su tribu, a
los caminantes que trajinan sobre el polvo de los
caminos y a sus ganados, lentos y tristes, que
rumian su sed.
La gente de Samaria es hostil a la gente de Judea:
“Nada tenemos con Israel, ni en su raza, ni en sus
usos”, dijeron a Antíoco.
El jerosolimitano no admite testigos de Samaria,
reputándolos falsos, ni se liga en matrimonio con
mujer samaritana, teniéndola por infiel. |
Arde el sol
samaritano de la sexta hora, que es hora de
siesta.
Cimbreante el talle magnífico de Fotima, que
es fruta fresca y morena, tiembla de
voluptuosidad cuando el menudo pie va
hollando el sendero que se retuerce entre
matorrales para llegar al amor del pozo.
Sobre el cuadril, curvado y prominente, se
asienta el cátaro de barro que trasuda el
frescor del agua y humedece el brazo
fragante que lo sujeta.
Esta mujer es bella como pocas mujeres. Los
hombres de Samaria han caído a sus plantas,
rendidos de pasión y han huido de ellas
destrozados por sus desdenes.
En Samaria se pierde ya la cuenta de la
regocijada fila de mancebos que durmieron
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sobre el
lecho de esta mujer, que atrae como el
abismo. Ha probado la miel maldita de sus
besos que pagaron con la sal de sus
lágrimas.
Cinco esposos
cambiaron por capricho. Todos le dejaron
soledad y hastío porque en ella buscaron el
sabor de la carne enloquecida, sin asomarse
al balcón de su espíritu.
Jesús había dejado Judea y regresaba a
Galilea. Era necesario que atravesase este
cálido valle de Sikem, rubio de mies y
encendido de sol. Las gentes de Samaria no
querían saber nada de Jesús y no trataban
con gentes de Israel sino para el logro de
ganancias.
No podían, ni
querían creer en un predicador judío que les
llamaba a la renunciación de sus riquezas.
Aquella mañana los pies sudorosos e
inquietos del Rabino llegaron hasta la
heredad de José y, cansado por el dolor de
los caminos, sentóse el profeta sobre el
brocal del pozo que horadara Jacob. |
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Y aconteció
que vino Fotima, con su cántaro de barro
para sacar agua. Y Jesús le dijo: Mujer,
dame de beber. |
La mujer de
Samaria da agua a Nuestro Señor Jesucristo.
Procesión de Viernes Santo de 1999 en esta
ciudad. |
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Y dice la mujer:
¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que
soy samaritana?
Mansamente, con la dulzura mística que movía siempre
sus labios delgados, entre la rubia seda de su
barba, exclamó:
Si conocieras el don de Dios y quién es el que te
dice: Dame de beber, tú pedirías a él y él te daría
agua viva, que es agua de eternidad.
Respondió la mujer y le dijo: No tienes con qué
sacarla y el pozo es hondo, ¿dónde escondes pues el
agua viva?
Y alzando las manos, respondió Jesús: Cualquiera que
bebiere de esta agua volverá a tener sed, mas el que
bebiere del agua que yo le daré será en él una
fuente que salte para la vida eterna.
Los grandes ojos de la mujer samaritana buscaron los
ojos tristes del Rabí y, en el brocal del pozo, se
acariciaban las sedas opulentas de la mundana con el
raído sayal del profeta.
¿Qué tiene ahora la mujer de Samaria? ¿Por qué su
pecho ya no se hincha al compás de las pasiones,
copioso de apetitos?
Ella escuchó antes, con deleite, los deseos de los
hombres y fue atormentándolos con el látigo de sus
caprichos.
Pero ya no arde en sus ojos la llama de la lujuria,
adivinase en ellos la quietud del agua dormida en el
fondo del pozo.
Ya no florece en sus labios el beso, quemado como
ascua, alumbra en ellos la luz de una plegaria que
no se atreve a producirse. |
Imagen de Jesús
Nazareno portada por su cofradía en el año de 1980 |
Los hombres le
hablaron siempre en otra lengua, |
buscando las
tentaciones de la hembra, y este extranjero, enemigo
de su raza, le habló como si en él hubiese fallado
el imán de su belleza. Y ella fue despertando a un
mundo de espíritu que nadie antes la hiciera
sospechar. Oyó una voz que era transparente, como el
agua, sencilla, como el campo.
Era un agua de amor,
de caridad, que empezaba a brotar en el fondo de su
pecho y ya sus manos no se afanaron más en arreglar
los pliegues de su traje, ni en peinar la noche de
sus negros cabellos.
En silencio y en recogimiento, se juntaron con las
manos del Maestro y cayó vencida a sus pies aquella
vencedora de hombres.
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Muchachita linda de
mi ciudad cristiana que, año tras año, eres distinta
pero siempre embellecida por la juventud fragante y
por la gracia adorable. Muchacha que fuiste siempre
señalada en la ciudad como la más bella y escogida
para que en esta procesión del Viernes Santo
llevases el cántaro al cuadril para recordar a la
pecadora de Samaria.
Tú eres bella y eres linda de corazón. Todavía no ha
roído tus entrañas el grito loco de la carne, ni se
han enroscado en tu corazón las serpientes del
vicio.
Llena tu cántaro de piedad infinita para las
atormentadas mujeres que amaron creyendo también ser
amadas.,“Que van por la vida llorando un cariño
recordando a un hombre y arrastrando a un niño”.
Enséñales a las gentes tu cántaro fresco y
recuérdales que la mujer que holgó con cinco maridos
y veinte amantes, oyó un día una voz de piedad en el
brocal del pozo de Jacob y fue buena cuando entendió
aquella palabra de bondad infinita.
Muchachita linda, que vistes de toda gloria con tu
manto de armiño y tu veste de seda, que llevas
guirnalda de diamantes y ajorcas de oro. Tu que
eres, bella, como la mujer de Samaria y eres limpia
como las aguas del pozo, llena ese cántaro de amor y
da a beber agua de consolación y de esperanza a
quienes la han menester, porque ella es agua que
salta para la vida eterna.
Cuando cruzas las calles, despaciosa y solemne, bajo
el guión de plata que lleva terciado el señor
Gobernador de la Provincia, todos te señalan como la
mujer más bella y te respetan y te quieren porque te
saben buena.
El señor Gobernador va orgulloso de lucirte a su
lado, tú vas orgullosa del esplendor de tu traje y
la ciudad está toda orgullosa de ti. Pero detrás
viene, humilde y sangrando, el buen Jesús, con el
madero a cuestas, subiendo su monte Calvario.
Él vigila tus pasos, él, que lee en lo escondido,
oye tus pensamientos. Procura que él también se
sienta orgulloso, dentro de tu manga humilde, y
vuelva a pedirte el agua de tu cántaro.
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